Harriet Crawley es una de esas personas que han llevado una vida digna de ser trasladada a una novela. Aparte de escritora, Harriet ha sido periodista y presentadora de televisión, aparte de una importante tratante de arte. Domina varios idiomas, entre ellos el ruso, el cual habla con fluidez. Su vida está muy vinculada a Rusia. Su propio marido es de allí, y allí fue donde envío a su hijo a estudiar. También ha tenido sus escarceos con la política, llegando a presentarse por un distrito electoral en 1987.
A lo largo de su vida ha escrito cinco novelas, estando bastante distanciadas en el tiempo, para desgracia de sus lectores, puesto que la primera la publicó en 1969. El traductor, publicada recientemente, ha tardado casi diez años desde su anterior libro, publicado en 1994.
A raíz de esa vinculación que la autora tiene con Rusia, y dado los últimos acontecimientos provocados por un presidente que recuerda con nostalgia la grandiosidad de antaño del país, nace esta novela al más puro estilo de espionaje de otra época, en una en la que pendía constantemente de nuestras cabezas la amenaza denominada Guerra Fría. Aquel periodo que creíamos ya superado, pero como está más que demostrado, la Historia es cíclica, y como no aprendemos, estamos obligados a revivir tiempos pretéritos.
En El traductor conocemos a Clive Franklin, experto en lengua rusa que trabaja para el Ministerio de Asuntos exteriores Británico. Cuando aún disfruta de su año sabático, es convocado de urgencia para actuar como traductor —que no como interprete, como él mismo matiza— para la Primera Ministra Británica en Moscú. Repleto de contradicciones, volverá al país donde vivió un tiempo que marcó su vida. Regresará cargado de nostalgia, reencontrándose con Marina Volina, antigua amante, a la que aún ama, pero que el destino los separó.
A través de reencuentros, ambos se verán implicados en una guerra secreta de Rusia contra Occidente, donde harán todo lo posible para que el presidente ruso—basado claramente en un personaje real— no logre el objetivo de colapsar económicamente a Europa occidental.
Nos encontramos con una novela de espionaje al más puro estilo tradicional, recordándonos a grandes autores del género como Tom Clancy, John le Carré, Frederick Forsyth o Ken Follet, ganándose Harriet Crawley un lugar destacado entre ellos, pues esta novela no tiene nada que envidiar a las de los autores citados.
La trama se va tejiendo de forma sutil, y los personajes van adquiriendo más importancia que el propio argumento, lo que es loable en este tipo de literatura. También la trama principal resulta totalmente creíble gracias (o por desgracia) a la actualidad con la que juega, lo que nos hará más de una vez temernos que lo transcurrido en sus páginas podría volverse perfectamente real.
El lenguaje usado por la escritora es sencillo, y su ritmo va in crescendo durante todo el libro, provocando que su lectura sea rápida y entretenida. También es destacable que gracias al amor y conocimiento de la autora por el país, las calles y edificios de Moscú, se tornan como si de otro personaje más se tratara.
Eso sí, debemos estar atentos a la lectura por el hecho de que cuando cambiamos de escena, no existe el suficiente espacio entre ellas, habiendo solo un punto y aparte, y si estamos algo distraídos, tendremos que volver atrás para volver a ubicarnos en la lectura. Este es un hecho nimio, y no tiene nada que ver con la labor de la escritura, pero tal vez la editorial debería cuidar ese aspecto en futuras reediciones.
Novela repleta de acción que cumple ampliamente tanto las expectativas como su cometido, que es volver a esas novelas de espionaje de antaño que, desgraciadamente, la política internacional ha vuelto a dotarlas de veracidad.