Ed. Traspies/ Breves, 2024
I Premio internacional de Novela Corta Francisco Atala.
Es esta una pieza corta de una fuerza tremenda, relatada en un tono onírico, kafkiano, y con indudables ecos del inolvidable Juan Rulfo, citado en lugar preferente—“por la deuda”, dice el autor—, antes de comenzar la narración. También hay lejanos ecos de Macondo. La línea narrativa sigue un esquema en el que un personaje central, la Guardesa, funciona como el eje en torno al cual giran las narraciones de los demás personajes: el caminante del reloj de arena, el arriero, el soldado, la niña y la fugitiva, por ese orden.
Moviéndose todos por un ilocalizable e imaginario espacio desértico en el que solo las chicharras abruman con sus chirridos el silencio del cementerio, la Guardesa narra la historia de cómo Árida, un pueblo próspero con su agricultura y ganadería fue decayendo paulatinamente hasta convertirse en un secarral, donde sus habitantes huyeron o murieron, precedidos de la huida de los pájaros ( aquí el autor se marca una referencia a su obra “Pájaros en un cielo de estaño” ) y finalmente de todo bicho viviente menos las chicharras.
La historia está plagada de simbolismos: el reloj de arena/el Tiempo; la flecha/ la trayectoria vital; la serpiente/el sexo, etc. Las trayectorias de los cinco personajes que, por distintas causas van a aterrizar —convertirse en tierra, literalmente—en Árida, están impregnadas de violencia y erotismo, sexo y muerte. La narración de la Guardesa es todo un canto simbólico a Eros y Thanatos, tema dominante y recurrente en la novela, unido al simbolismo de la destrucción social y económica de una sociedad enferma.
El lenguaje es el habitual del autor gaditano afincado en Baleares: potente, duro, cargado de detalles escatológicos, y a la vez de cierta ternura que convierte el inevitable viaje hacia la muerte en algo soportable, suave y cálido como la arena. La muerte como el descanso final de la vida: el reencuentro de la niña con sus padres augurado en el abrazo de la Guardesa, como bellísima imagen del ángel Azrael.
Fuensanta Niñirola