¿Estamos obligados a lastrar con los pecados de nuestros padres? ¿Nos vemos condenados a repetir sus mismos errores? ¿Sienten los padres que los hijos son una extensión de ellos mismos, queriendo cumplir sueños incumplidos a través de estos? Son muchas las preguntas que Iván Pardo hace que nos planteemos a través de su primera novela en la que su narración principal es una epístola de un hijo a un padre ya fallecido. Tratará de conocer y entender al progenitor, a la vez que intentará exorcizar los demonios que provocaron una mala relación.
Pero esta novela de apenas ciento cincuenta páginas encierra mucho más que las relaciones paterno filiales. Con un ritmo frenético, acompañamos a un agente inmobiliario de treinta años que se levanta un martes —día que odia más que un lunes— siguiendo su rutina matutina. Todo normal, incluido ese sueño recurrente de un dragón que lo persigue con hostiles intenciones y que alude al título del libro. Después de las consabidas abluciones y la ingesta del frugal desayuno, se dispone a salir de su piso y dirigirse a su puesto de trabajo, pero cuál es su sorpresa al darse cuenta de que no puede abrir la puerta de su piso. Al intentar manipular la cerradura, la llave se rompe quedando dentro, siendo consciente de que ahora sí que está atrapado en su propio domicilio.
Esto no será más que el principio de una aventura que intercala con el soliloquio dirigido a su padre ausente, a través del cual tratará de comprender aspectos de su relación, siendo imposible que su interlocutor responda a sus dudas. Dudas que vuelven acompañadas de recuerdos de la infancia y de la inminente madurez que no hará más que acrecentar esa distancia, tal vez por el empeño de ser diferente de la persona de la que en realidad es un calco.
Iván también hará que recapacitemos y seamos capaces de plantearnos si esa rutina diaria que nos acompaña es el único camino que existe, o no es más que una senda anteriormente marcada por otros que ya la recorrieron antes, y que nos obcecamos en seguirla sin percatarnos de que podemos salir de ella y marcar una nueva que nos pertenezca solo a nosotros.
Como os decía, podéis comprobar que esta breve novela contiene más de lo que en un principio podría parecer. Pero es que encima está muy bien escrita, aderezada con un cínico sentido del humor que hará despertar nuestras simpatía hacia un protagonista con el que es muy fácil identificarse.
Por medio de este bonito libro —publicado por Hilatura, una editorial a la que hay que tener muy en cuenta por la dedicación a su selecto catálogo, en el que prima la calidad y el trato personal a cada autor—, Iván Pardo Utiel, joven abogado residente en Valencia, originario de Madrigueras (Albacete), deja marcado claramente su estilo en esta su primera obra.
Con un ritmo ágil y desenfadado, nos plantea cuestiones profundas mientras nos divertimos con las vicisitudes del agente inmobiliario prisionero en su propio hogar. La leeremos de un tirón, no solo por la brevedad de la novela, si no porqué nos moriremos de ganas por saber como resolverá la situación nuestro protagonista. De cómo ese punto de inflexión rebelará más de lo que en un principio esperamos.
El síndrome del dragón se encuentra entre esos libros en los que nos sumergimos y no queremos emerger hasta llegar a su final, haciéndonos conscientes de que nos lo hemos pasado muy bien a la vez que nos sorprenderemos recapacitando sobre la forma de vivir nuestro día a día, al mismo tiempo que repasamos el eterno mito planteado por Freud: «Matar al padre».