Por Yolanda Brown, filóloga.
Penetrar en la obra de Justo Sotelo es sumergirse en un mundo lleno de realidades mezcladas con ficciones y su propia vida intelectual y viajera, por tanto con múltiples posibilidades de análisis. Sus libros están llenos de relatos de sucesos imaginarios y a la vez reales que acaban fundiéndose. Leer a Sotelo es llegar a la conclusión de que otros mundos son posibles, y que no siempre es fácil diferenciar unos de otros. La novela le permite un mayor desarrollo de la temática que late siempre en sus ideas (Sotelo es más un intelectual y pensador que un simple escritor), así como ahondar en los personajes y en la utilización de los símbolos y “mise en abyme”. Sus cuentos van a la esencia, al meollo sin distracciones, lo que permite reflexionar y ajustar el pensamiento a la brevedad de los textos. Esto ocurre tanto con sus dos libros más convencionales de cuentos, “Cuentos de los viernes” (2015) y “Cuentos de los otros” (2017), como con el último que acaba de publicar: “Un hombre que se parecía a Al Pacino” (2023), editado con elegancia por Pagés editors y la Universitat de Lleida.
Lo primero que habría que constatar, tras leer minuciosamente su obra, es que se observa una evolución en la forma de narrar de Justo Sotelo desde su primera novela publicada “La muerte lenta” (1995) hasta culminar con “Poeta en Madrid” (2021) y este último volumen de relatos. Sus obras están llenas de alusiones a la música, el cine, la pintura, la literatura, la filosofía, la economía, las ciencias en general y las noticias correspondientes a la época en que se escribieron, como la guerra de Irak o la actual Inteligencia Artificial. En ese sentido posee especial relevancia el simbolismo en todas ellas donde el hilo conductor es la pasión por la vida, relacionada con la amistad y el amor. Las dos primeras obras se centran en lo más íntimo y personal, en la búsqueda interior ante la angustia y desazón vital. Son más existencialistas. Me refiero a la mencionada “La muerte lenta” y también a “Vivir es ver pasar” (1997). Después llegarán “La paz de febrero” (2006) y “Entrevías mon amour” (2009), en las que se observa cómo se pasa de lo individual a lo colectivo y se concede un mayor peso a la sociedad y al papel que todo individuo debe ejercer en la misma. Se mencionan la guerra de Irak, las abuelas de la Plaza de Mayo, los atentados terroristas de la calle de Atocha, los problemas medio ambientales, con una mayor crudeza y realismo y un análisis de los personajes donde se funden lo sentimental y lo erótico con los “trágicos sucesos” de la crueldad del mundo. Se constata el uso de símbolos de la Naturaleza, árboles, bosques, agua…, y los colores para resaltar el paso del Tiempo y la Memoria Histórica, que ocultan la tragedia de la Guerra Civil y la Guerra de Irak. Con las “Las mentiras inexactas” (2012) se hace referencia a las diferentes interpretaciones o visiones de la vida, donde otros “mundos son posibles”. Todo tiene algo de verdad y de mentira. Hay muchos matices porque ni todo es “blanco” ni es “negro”. De ahí el título. La obra comienza y finaliza con la librería de la Plaza Santa Ana del centro de Madrid, símbolo del “hogar”, pues aquí tiene su casa el protagonista, y de “refugio”, pues a ella acuden los amigos para protegerse del mundo hostil que queda de puertas afuera. Aunque también aparece como un lugar subversivo, peligroso para la policía. La librería representa la antítesis que hay en la vida misma: refugio y peligro. Todo está lleno de matices, como he dicho. “Poeta en Madrid” (2021) supone un cambio radical en la forma de crear, ya que narrativa, poesía y dramaturgia aparecen juntas como si no existieran diferencias entre los géneros literarios. Se halla dividida en capítulos (novela) y dentro de ella en escenas (teatro). Gabriel Relham, como personaje principal, es el álter ego del propio autor, pues muchos pasajes se pueden identificar con él: la buhardilla en la que vive, los lugares por los que pasea, la ciudad en la que vive. La obra gira en torno al proceso creador, de qué elementos se sirve el autor para traducir en palabras la inspiración que le llega y darle forma, convirtiéndolo en el libro final que se presenta al público.
Como he señalado, el bagaje cultural del autor se demuestra en la cantidad de referencias artísticas, pictóricas, musicales y por supuesto literarias que se dejan ver en todas sus obras y que hacen que el lector sienta curiosidad y desee llegar a conocer a Galdós, Cervantes, Joyce, Faulkner, Borges, Mahler, Beethoven, Shakespeare, Coppola, Allen, Murakami, del que escribió su tesis doctoral en la Universidad Complutense y que le aporta ese mundo de ficción que, a veces, resulta muy real: otros mundos son posibles. Su obra es muy simbólica y eso es lo que me atrajo de ella, sus metáforas, hipérboles, comparaciones, pero, sobre todo, el colorido con que se describen los lugares y los paisajes. La ciudad y, en concreto Madrid, es el lugar donde se desarrollan sus obras, aunque también vemos referencias al campo o la playa, y a otros lugares del mundo, por supuesto, ya que Justo Sotelo es un viajero empedernido que se ha recorrido el mundo. Dicho eso es curiosa la predilección que siente por la ciudad que le vio nacer y en la que reside, con sus cafés, cines, museos, plazas, sus gentes. Todo le sirve de inspiración, como si usara este escenario para “universalizar” su literatura.
Y llegamos a este último libro de relatos (los “cuentos del primer café”, como reza el subtítulo), un libro que representa otra manera de contarnos lo que ya nos ha contado en sus novelas, pero ahora con pequeños cuentos que van de delante hacia atrás con las estaciones del año invertidas y, dentro de éstas, de atrás hacia delante, llevándonos al origen de tantas cosas en su vida, sobre cómo fue conociendo y entendiendo los libros, las películas, los lugares y a las personas. “Un hombre que se parecía a Al Pacino” es una reflexión sobre la creación, sobre el mismo proceso creativo y sobre cómo se van hilando los acontecimientos que le suceden a un ser humano para que todo llegue a tomar forma y se plasme, finalmente, en un libro, algo realmente, innovador.
Yo diría que estamos ante un libro que es todos los libros o, para ser más exactos, “un libro que es el libro”, ése que lo contiene todo, la otra cara de la moneda de sus novelas y de sus libros científicos, la mirada fragmentaria de un escritor que ha ido “juntando” el mundo en sus trescientas páginas repletas de armonía, equilibrio, asociaciones de ideas, observaciones de la realidad y de la ficción, de amor y amistad.
Es un libro escrito en defensa de la belleza.