No voy a ponerme de nuevo pesado volcando alabanzas sobre la editorial Nørdica, pero permitidme una vez más recomendaros que os acerquéis a ella. Ya no me quedo solo en la calidad de las obras que edita, sino en la estética de éstas. Libros preciosos, la calidad de esta editorial es tal que cada ejemplar es digo de exhibirse en nuestras estanterías. Esto es en general, pero en particular cuando de sus libros ilustrados se trata. Ya digo que no quiero ser pesado, y cada vez que reseño uno de sus libros me es imposible no resaltar este hecho.
Esto que menciono en el párrafo anterior es suficiente para mí como para recomendar su catálogo, pero es que si a esto sumamos la reedición de un clásico protagonizado por el detective más inteligente y carismático de la historia de la literatura, y ya como tercer elemento incluimos que está ilustrado por el magnífico Javier Olivares, estos tres puntos forman para mí un triángulo más atrayente que aquel que antaño estuvo tan de moda en el cual barcos y aviones desaparecían inexplicablemente.
Para mí esta obra de Sir Arthur Cona Doyle tiene un gran valor sentimental. Tengo que admitir, para mi vergüenza, que tan icónica novela no fue en su formato original la que sacudió una parte de mi ya lejana infancia, sino su primera adaptación cinematográfica (la realizada por Sidney Lanfield en 1939, protagonizada por Basil Rathbon Nigel Bruce). Quedé fascinado por la historia en la que una maldición en forma de perro demoníaco se cernía sobre los descendientes de Hugo Baskerville. Fue tal impacto el que causó en mi, por entonces inocente mente, que años después, visitando Londres, no pude evitar adquirir un ejemplar de ella en su idioma original —mi mente seguía siendo inocente, si no cómo iba a creer que mi escaso nivel de inglés me permitiría leerla—. Fue a través de esta historia por lo que me interesé en más aventuras del archiconocido detective, lo que me condujo a otros libros del género y así, sin parar, hasta llegar a autores contemporáneos.
No creo que haya nadie que no conozca esta historia donde una maldición cayó sobre un miembro de la aristocrática familia Baskerville hace doscientos años. Tras la muerte de Sir Charles en extrañas circunstancias, hace pensar a las mentes más supersticiosas que se debe a la famosa maldición. Es por ello por lo que se pide al detective Sherlock Holmes y a su eterno acompañante el doctor Watsom, arrojen luz y lucidez sobre el extraño hecho.
A estas alturas no me voy a poner a analizar la labor de Arthur Conan Doyle a la hora de traspasarnos tan esplendida novela —me sentiría muy pequeñito reseñando a tan magno escritor—, solo destacar que esta fue la tercera novela protagonizada por Holmes, y que ha envejecido muy bien, no habiendo perdido su frescura y poder de atracción después de ciento veinte años. Lo que sí quiero es reseñar el gran trabajo que ha realizado Javier Olivares a la hora de ilustrar esta novela.
Como digo más arriba, se trata de una reedición, puesto que esta obra vio la luz en 2011, pero que Nørdica nos la brinda de nuevo en una edición impecable en tapa dura y con sobrecubierta donde podemos ver una muestra de una de las ilustraciones del libro. Huelga decir que si descubrimos la tapa del libro, observamos un trabajo exquisito en un bonito color verde digno de un clásico como es este. Un color verde que predomina en las ilustraciones de Olivares, que transmite esa inquietud que encierra la historia que cabalga entre la realidad y la superstición.
Del trabajo de este ilustrador hemos hablado en anteriores reseñas, como puede ser la maravillosa Almuerzo en el Café Gotham, de Stephen King, y cuya reseña también podéis encontrar en esta web. Como siempre es un placer reencontrarse con este artista galardonado con el Premio Nacional del Cómic, donde el encanto de su trabajo reside en lo que en un principio nos puede resultar sencillas escenas, pero que se complican a la vez que nos sumergimos en ellas, hallando matices que profundizan en la acción, descubriendo nuevos matices cuanto más las admiramos. Sus sobrios personajes, de facciones duras y angulosas, nos traslada las sensaciones que viven en ese momento. Ilustraciones sobrias que encierran más de lo que se ve a simple vista.
Este ilustrador capta a la perfección el momento que el autor quería transmitirnos, no siendo la ilustración la que roba protagonismo a la historia, se limita a complementarla. Todo el libro mantiene esa tonalidad verde, puesto que no llega a ser una obra tan oscura como para que el negro tuviera más relevancia, ni es necesario el uso de otros colores que atenuarían la gravedad del argumento, es por ello por lo que esa tonalidad verde resulta perfecta para la novela.
El resultado es un libro precioso que será un placer visitar una y otra vez, y que merece un puesto privilegiado en nuestras estanterías.