Anoche me soñé muerta, de Edson Lechuga

Cuando leemos la obra de Edson Lechuga queda patente la relación del autor con la poesía. Una unión tan clara que resulta evidente incluso en su prosa. Es de esos escritores que encandilan y conquistan con las palabras casi sin importar lo que digan estas, porque el verdadero mensaje se oculta entre sus líneas. Ese mensaje que llega a nosotros no a través de los ojos, sino del corazón.

No sé si Edson Lechuga es un escritor que conozca la mayoría, pero si no lo es, debería serlo. Este mejicano nacido en Pathuatlán, pueblo donde también se desarrolla esta última novela, tiene en su haber más de once libros. Es licenciado en Periodismo y Filología Hispánica, esto último en la universidad de Barcelona. Residió años en España; colaborador en revistas y periódicos como El País o El periódico de Catalunya, además de director de la productora Achichincle Audiovisuales. Esto no es más que una muestra de su amplisímo curriculum demostrando una carrera más que sólida en esto de las letras en sus múltiples variantes.

Con un autor tan íntimo no podía ser otra editorial la que nos lo acercara como es Piel de Zapa. Esta editorial me ha ido calando poco a poco, llegando a ser sus libros un refugio para la introspección y el consuelo ante tanta obra baladí que inundan las estanterías. Sus libros son aquellos que te llegan y marcan gracias a la cuidadosa selección de autores y obras que pueblan su catálogo. Esta predilección resulta evidente para quienes asocien el nombre de esta editorial con el conocido cuento de Balzac. Con dicha denominación tenemos la certeza de que apuesta por la literatura de calidad, y al que muchos de sus títulos adivinamos como futuros clásicos.

Uno de ellos podría ser Anoche me soñé muerta. A través de esta novela Edson nos traslada a su Pathuatlán natal, pero a tiempos pretéritos, concretamente a 1933, donde una larga y terrible sequía está empujando a la mayoría de sus habitantes a abandonar su pueblo natal ante la certeza de morir bajo un sol implacable, al igual que han muerto los recursos y con ellos un futuro cierto. Otros optan por continuar aferrados a sus raíces para ver si un milagro trae la tan ansiada lluvia y así poner fin a un tortuoso presente. A través de los impertérritos que no abandonan su tierra, encontramos personajes que entre realidad y superstición tratarán de mantener su legado vivo, creyendo que la tradición es más fuerte que la sed.

El autor narra una historia poblada de sus propios antepasados en forma de una preciosa prosa poética, donde la propia maquetación de sus páginas aluden a esta rama del sexto arte. A través de su pluma vamos conociendo a los protagonistas de esta trama coral, en la que cada cual sobrelleva como mejor puede los efectos de esta sequía como las consecuencias de esta. Vamos descubriendo las tripas de ese país hermano del que creemos saber más de lo que realmente conocemos, porque en un lugar como este es donde se fragua la verdadera personalidad e idiosincrasia de un pueblo fuerte que ha sabido adaptarse a las inclemencias surgidas a lo largo de su historia, y no me refiero solo a las climatológicas.

Sus apenas ciento setenta páginas repartidas en sus breves capítulos te empujan a no abandonar su lectura hasta llegar al final, a seguir acompañando a sus gentes sencillas pero no por ello menos sabias, y como no, siendo un placer para los sentidos degustar la exquisita escritura de Edson Lechuga.

Mención aparte merece el precioso prólogo de la mano de Mardonio Carballo, que capta la esencia y mensaje de esta bonita novela. Un libro que es un caramelo para los paladares que saben degustar la auténtica literatura, donde historias sencillas resultan más épicas que algunas novelas presuntuosas compuestas de cientos de páginas pobladas de héroes y villanos. Literatura que te recuerda porque leer resulta más que un placer, una experiencia.