Benito Olmo es un escritor gaditano que poco a poco se va abriendo camino en el mundo de la literatura con paso firme. Finalista y ganador de numerosos premios de prestigio dentro del género negro, fue con la saga protagonizada por el policía malencarado pero eficiente Bianquetti cuando se ha empezado a reconocer su calidad como autor. La segunda entrega de esta serie, La maniobra de la Tortuga, fue llevada al cine de la mano del director Juan Miguel del Castillo. Es un autor al que hay que tener muy en cuenta.
Hace dos años nos presentó a otro de los detectives más carismáticos que pueblan el genuino género negro. Con su novela El Gran Rojo conocimos al detective Mascarell, un antihéroe que por avatares del destino se vio mal ganándose la vida en una ciudad que le resultaba tan ajena como la propia gente que la habita. Entre tanto ser mezquino conoció a una joven adolescente que destacaba del resto de personajes que habitaban los suburbios que estaba condenado a recorrer en pos de la solución a los casos para los que era contratado. Una chica valiente y con principios que solo quería averiguar cómo murió su hermano. Más o menos esta fue la premisa de la carta de presentación que nos brindaba el autor gaditano de esta nueva serie protagonizada por Mascarell.
En esta segunda entrega protagonizada por este detective dotado tanto de virtudes como de defectos que lo hacen tan humano, nos llega con el sugerente título Los Días Felices, donde se verá envuelto accidentalmente de nuevo en una trama perpetrada por antiguos enemigos, donde también se reencontrará con su amiga Ayla, una chica valiente de dieciséis años, que se conforma con sobrevivir a la vez que cuida de su padre enfermo de alzhéimer.
De nuevo el encuentro entre ambos será fortuito e inevitable, ya que tanto Mascarell como Ayla frecuentan los mismos bajos fondos por diferentes motivos. Mientras que uno trata de cumplir un curioso encargo donde ha de encontrar un objeto de vital importancia para algunos individuos con los que es mejor no tener tratos, la otra trata de ganarse la vida boxeando.
Benito de nuevo nos hace de guía excepcional por los barrios más sórdidos de un Franfurk que retrata de forma oscura y hostil, al igual que los destinos de nuestros protagonistas. Pero esta vez usa un objeto en forma de arma como macguffin al más puro estilo «tarantiniano» que consigue enlazar los distintos hilos argumentales magistralmente, mostrándonos el lado más deleznable de la naturaleza humana. Redes que van desde el tráfico de personas a peleas clandestinas. Una organización que lleva por nombre esos días a los que alude el título, los cuales carecen totalmente de ese adjetivo para quienes viven subyugados a ella.
Más arriba defino como genuino el género negro que Olmo plasma en sus páginas, y es que como viene demostrando desde su primera novela, es digno heredero de aquellos clásicos que dieron nombre a la novela policíaca. Porque escritores de género habrá muchos, pero muy pocos con el talento de Benito Olmo para traernos a la memoria ese regustillo de novela clásica en la que los propios protagonistas parecen hijos putativos del mismísimo Philip Marlowe. Personajes abogados a una soledad que no desean, pero que protegen por miedo al abandono generado por la desconfianza que albergan por un pasado marcado por el dolor. Como en otras ocasiones, vuelvo a subrayar ese estilo tan cinematográfico que tiene a la hora de escribir, donde con pocos trazos descriptivos transmite la escena al lector. Será por todo esto que sus novelas se hacen tan cortas.
Un placer reencontrase con estos protagonistas que, a pesar de ser tan ariscos, se abren paso rápidamente dentro del corazón del lector. Solo pido a Benito que sea generoso y no nos haga esperar otros dos años para volver a saber de Mascarell y compañía, porque será acabar el libro, y empezar a echarlos de menos.