De nuevo tenemos al personaje de Carlos Lombardi en acción, en el Madrid de la inmediata posguerra, en este caso dejando Hermes, la empresa de investigaciones privadas con la que trabajaba, para entrar con pleno derecho en el Cuerpo General de Policía, con placa, pistola y sueldo, gracias a su protector, el comisario Balbino Ulloa. Lombardi se ve metido en la mismísima boca del lobo, la DGS, aunque destinado a un cuchitril cutre que llaman «el Pudridero», una oficina de «asuntos pendientes», donde prácticamente no hay nada que hacer.
Pero Lombardi no puede estar mano sobre mano. Su amigo Andrés Torralba, que sigue en Hermes, le pide colaboración en una investigación: una viuda de guerra sospecha que su marido aún vive y el recién estrenado policía encuentra el nombre del desaparecido en uno de los archivos de su nueva oficina. Así que comienza a investigar. Por amistad y lealtad, Alicia Quirós se les une, ayudando en lo que puede, ya que ella es secretaria en el departamento de identificación de la DGS. El joven periodista Ignacio Mora, que escribe una novela sobre la primera investigación de Lombardi, aparece en diversos momentos de la trama. Todos ellos son personajes que han aparecido en las novelas anteriores, como amigos y colaboradores del policía.
La investigación desarrollada por Lombardi le lleva a diversos escenarios, haciéndole viajar de Madrid a lo que queda de una destrozada Belchite (Aragón), y también a Soria, Valencia y Zamora. Porque son cuatro los desaparecidos y son cuatro las viudas que no saben si sus maridos aún siguen vivos. Podría existir cierta conexión entre ellos, ya que todos pelearon y supuestamente murieron en Belchite.
Entre ida y venida, también nuestro personaje ha de investigar ciertas contradicciones e interrogantes que van salpicando sus pasos. Inspectores de la Brigada Político Social parecen interceptar sus movimientos, lo que le complica la vida y el trabajo.
El problema de Lombardi es que su posición cada vez se hace más incómoda y problemática. Policía criminalista que empezó su trabajo en los años veinte, con la Monarquía de Alfonso XIII y después con la II República, se vio en la cárcel tras la guerra civil, aunque pudo salir en 1941 y conseguir un indulto en 1942 gracias al chaquetero Ulloa, su antiguo jefe. Formar parte del Cuerpo de Policía que sirve a una dictadura, le produce continuos dolores de estómago…pero, por otra parte, es su trabajo, y necesita el sueldo para vivir. Continuamente se ve enfrentado en su actividad diaria con personas que le miran con suspicacia tanto por su pasado como por su presente. Cuando, para recabar información, trata con prisioneros republicanos rojos ha de soportar que lo miren como a un enemigo, cuando en el fondo él piensa y siente como ellos. Y cuando trata con su jefe o con otros compañeros de oficina, es mirado como un infiltrado, alguien de poco fiar, y le recuerdan su pasado republicano como una lacra humillante.
Así, oscilando entre unos y otros, en la cuerda floja haciendo equilibrios continuamente, Lombardi es un hombre íntegro que sabe hasta donde llegan sus límites y procura ser todo lo justo que le permitan las situaciones en que se va encontrando.
El autor maneja bien la trama de la novela, construyendo un detallado escenario de la sociedad española de la posguerra: la miseria generalizada del pueblo, el estraperlo y mercado negro, la corrupción de muchos cargos institucionales, los efectos colaterales de la guerra mundial, la obsesión del franquismo contra la masonería, etc. todo ello va dibujando un mapa fidedigno de esos terribles años.
La novela, quinta de la serie Lombardi, se lee de un tirón, la intriga atrapa y lo que parece disperso va configurándose como una red donde las conexiones van apareciendo. Lombardi es un personaje muy atractivo, y la recreación de la España de los primeros años cuarenta es detallada y muy fiel, aportando el autor muchos detalles históricos sobre la situación que se vivía tras la cruenta guerra civil.
Fuensanta Niñirola