Se habla mucho de la calidad de la novela negra nórdica, pero de lo que no se habla tanto es la gran calidad del noir que se está realizando dentro de nuestras fronteras. Ya no tenemos nada que envidiar a plumas extranjeras del género.
El último autor patrio que me ha sorprendido gratamente es Pablo Rivero, a pesar de haber degustado solo dos de sus novelas. La primera fue La cría, la cual he de reconocer que empecé su lectura con alguna reticencia —ains, los malditos prejuicios—, pero que me enganchó desde sus primeras páginas. Así que cuando vi que Pablo había publicado su nuevo trabajo, no pude resistirme y tuve que ir a por él de inmediato.
El libro que nos ocupa hoy es ya su quinta novela, cosa que me alegra, porque eso quiere decir que tengo al alcance de la mano tres más de sus libros en los que sumergirme. Como señalo, esta es la segunda novela que leo de este autor, e ignoro si todos ellos comparten el mismo universo como ocurre con estos dos que he tenido el gusto de disfrutar, donde Dulce hogar no es una continuación del anterior, pero si que contiene nexos de unión en forma tanto de hechos como de personajes —aquí muy secundarios— que sin ser imprescindible la lectura de La cría para entender este, puesto que es una historia diferente, si es preferible para no perdernos esos guiños que nos dedica el autor.
Mientras que en el anterior, Pablo realizaba una crítica mordaz a la exposición exacerbada que hace hoy día la sociedad a través de redes sociales —donde a alguno le falta mostrar en directo su colonoscopia—, con el peligro que eso conlleva al no ser conscientes de a quién realmente muestran dicho contenido, aquí juega con los aspectos más terroríficos que pueden existir: transformar en extraña nuestra propia cotidianidad.
Nada causa más terror que la vulnerabilidad de la rutina que nos acompaña cada día. Cuando la relativa seguridad de tu hogar y de los tuyos se desmorona y se convierten en extraños aquellos a quienes conoces; cuando nos resulta ajeno lo que formaba parte de nuestra vida; cuando los hechos nos descolocan y crean sensación de desconfianza e inseguridad, y queda expuesto hasta el último rincón donde nos creíamos seguros y ahora solo nos hace sentir indefensos.
Así es como empieza a sentirse Julia cuando se muda a la casa de sus sueños. Un lugar idealizado en el cual imagina alcanzar su anhelo de ser madre al fin. Situada en una urbanización de lujo, nuestra protagonista confía encontrar la felicidad absoluta, y que formara una familia junto a su marido. Pero algunos hechos le hacen desconfiar de que su traslado al lujoso chalet sea el comienzo que ella esperaba.
Pablo Rivero es un narrador nato. Ya desde la primera página atrapa al lector. Lo agarra de las solapas y lo zarandea, y este no tiene más remedio que dejarse llevar página tras página, capítulo tras capitulo. No puedes dejar la lectura, no es que quieras saber qué ocurrirá a continuación, es que necesitas saberlo. La sucesión rápida de sus cortos capítulos animan a ello, y cuando vienes a darte cuenta, te has acabado sus más de quinientas páginas.
Esa forma de narrar en presente hace que empaticemos más con nuestra protagonista. Crea cercanía y suspense provocando que nos veamos más involucrados en la trama. Combinando a la perfección pasado y presente. Ese pasado donde también usa el pretérito el narrador, haciéndonos conscientes de que esos hechos son anteriores, tanto por la voz como por la tipografía empleada, donde pasado y presente convergen en un desenlace inimaginable gracias a sus giros magníficamente orquestados.
Sí, Pablo Rivero, al que la mayoría recuerda por aquella serie donde se «contaban» muchas cosas a lo largo de varias décadas. Un actor reconocido por esa etapa en televisión, gran actor de teatro, cosa que ha de comentarse ya que hablamos de su profesión. Ese actor que ha escrito libros, diría la mayoría. Cuando conoces su literatura, recapacitas, y reconoces la verdad, que Pablo Rivero es ante todo escritor.