Doce abuelas, de Pablo del Río

¿Qué tendrá la costa asturiana que nos atrae tanto a la hora de albergar historias de crímenes misteriosos tan difíciles de desentrañar? ¿Será el clima lluvioso y la niebla que los envuelve? ¿Son sus frondosos y escarpados paisajes que avivan la imaginación de los escritores? Puede que sea la suma de todos estos elementos los que la convierten en el escenario ideal para localizar esas historias. Son muchos los autores que trasladan allí sus novelas, sean habitantes de esa hermosa tierra, o de Palencia, como es el caso de Pablo del Río.

Este filósofo reciclado en periodista ha dedicado una parte de su vida a impartir clases en varios centros de secundaria, hasta que se dio cuenta de que su vocación era escribir sobre cine. Algo que hizo en varias revistas sobre el medio. Ahora nos presenta su primera novela, en la que podemos comprobar como su pasión por el séptimo arte queda patente en su narrativa, ofreciéndonos una historia emocionante y entretenida con un ritmo muy cinematográfico.

Todo comienza cuando Mercedes vuelve a su casa después de tomar el aperitivo con unas amigas. Al entrar en su casa, descubre con alegría que su sobrino Ricardo, un reputado pianista, la espera sentado al piano. Pero su sorpresa se torna horror al descubrir que Ricardo lo que está es congelado. Corre al cuartel de la guardia civil, donde la atiende un escéptico agente que la acompaña de nuevo hasta su casa, donde confirma sus sospechas: que no existe ningún cadáver y que la experiencia no ha sido más que los delirios de una anciana que ha debido mezclar medicación con alguna copita. Partiendo de esta premisa, vamos descubriendo la personalidad del gélido músico a raíz de aquellas pocas personas a las que permitió pertenecer a su selecto grupo social.

Dotado de un irónico humor personificado en Adolfo, uno de los pocos amigos del finado, lo acompañamos por una serie de desencuentros que lo empujan al esclarecimiento de unos hechos a los que nunca se hubiera acercado si por las circunstancias no se hubiera visto obligado. Pero este simpático adulto con un gran complejo de Peter Pan no llevará sólo la carga de su improvisada investigación, ya que únicamente lo que trata es de ayudar a la esposa del pianista. Ambos se verán convertidos en improvisados detectives que se dejan llevar más por su intuición que por los hechos. Su inexperiencia provoca que vayan eligiendo a los malvados de la función, a veces con más vehemencia que convicción. Así el autor dota de realismo a sus protagonistas, ya que no son los investigadores a los que nos tiene acostumbrado este género. Más bien los hace tan humanos que tenemos que creernos la historia porque hace que nos imaginemos a nosotros mismos ante una situación así y cómo actuaríamos.

He de reincidir en su ritmo cinematográfico, provocando que no podamos dejar su adictiva lectura. Sus cuatrocientas doce páginas se me hicieron demasiado cortas, por su ritmo y por sus personajes, especialmente Adolfo, que tiene ese carisma que es imposible que no te caiga bien, a pesar de su exceso de celo a la hora de despotricar de quien él considera responsable de la muerte de su amigo. Todo ello transcurre en Ribadesella, que a pesar de dibujar el autor a algunos de sus habitantes huraños y reservados, con sus descripciones nos hace desear poder pernoctar en el hostal de Saúl, a pesar de sus paredes repletas de manchas de humedad.

Otra baza a su favor es la narración en presente y primera persona por parte de los dos protagonistas. Esto provoca que la historia se vuelva más impredecible, prestándose más a lo inesperado en esta novela repleta de desencuentros y cruces de caminos, que van fraguando una narración que a cada página se vuelve más misteriosa, por lo que deseamos seguir avanzando para comprobar si a la vuelta de hoja nos aclara un poco ese misterio, que sumado a los anteriores, va creando una trama que comenzó tiempo atrás, antes de la muerte del músico.

Pablo ha logrado con su primera novela superar a autores ya consagrados, no solo por una historia ágil, misteriosa y entretenida. También por unos personajes tan humanos como cercanos, lejos de estereotipos típicos en este tipo de historias, que resultan tan creíbles precisamente por su normalidad. Todo aderezado por unos giros tan sorprendentes como inesperados.