Si hablamos de la ciudad de Barcelona, quizás lo primero que acuda a nuestra mente sea esa famosa basílica que se encuentra en perpetua construcción. Y es que este símbolo de la Ciudad Condal es reconocible por cualquiera, incluso por aquellos que nunca la han visitado. El librero Josep María Bocabella, cuando compró un solar en 1881, con la idea de construir una basílica dedicada a la Sagrada Familia, sospechaba que pasarían años hasta culminarla, lo que igual no imaginaba es que en pleno siglo XXI, sería la obra en curso de más duración del mundo actual.
Las causas de su demora son varias: los diseños de Gaudí no son fáciles de llevar a cabo, incluso con la tecnología de hoy; la destrucción, durante la Guerra Civil, de planos y maquetas realizados por Gaudí. Pero la mayor oposición a su culminación es que su financiación se realiza a través de limosnas y donaciones particulares.
Ya desde el principio fue una ardua tarea la recolecta de esos fondos. Y es que las donaciones no eran muy fructíferas, a pesar de la devoción de los cientos de almas que se afiliaron a la Asociación Espiritual de Devotos de San José, que fundó el propio Bocabella, para financiar la construcción.
Podemos visitar lugares en la red, los cuales nos pondrán al día de la historia de tan insigne edificio religioso, pero en ellos pasaran por alto, o acaso mencionan brevemente, a una tal Isabel como una de las que legaron su herencia para financiar parte de la construcción, pero no pasaremos de esa fugaz mención. Al menos hasta hace relativamente poco. Ha sido Julià Bretos el que ha arrojado luz sobre el perfil de esta misteriosa mujer, que casi consigue perpetuar su deseado anonimato, y que sin ella la Sagrada Familia no sería ese símbolo tan característico del skyline barcelonés.
Bretos es conocido por ser uno de los mayores expertos en la obra del arquitecto reusense. Después de haber escrito tres novelas con Gaudí y su legado como telón de fondo, y un libro divulgativo sobre la construcción de la basílica de la Sagrada Familia, llega el turno de desgranar uno de los misterios que rodean la historia de la creación del templo. Y es que mezclando realidad y ficción, seguimos en primera persona a este álter ego del autor en pos de la verdad a la hora de descubrir la identidad de la mayor benefactora del emblemático edificio.
Julià crea una doble línea narrativa, inevitablemente unidas. Siguiendo los pasos de este profesor de informática con ínfulas de detective privado, viajamos desde el presente hasta la Barcelona de la segunda mitad del siglo XIX. A través de las pesquisas del propio autor vestido con la piel de Àlex, vamos quitando las capas de esa cebolla que es la identidad de Isabel, una mujer que se convierte en obsesión para nuestro investigador, que incluso dejará de lado el resto de obligaciones, para realizar una inmersión completa en pos de lo que llega a rayar la obsesión por saber quien y cómo era la dama que hizo posible que el sueño de un hombre llegará a ser el icono que es hoy. Intercalado con este hilo narrativo, tenemos el otro en el cual conocemos a la joven Isabel, desde un matrimonio pactado es conducida por unas circunstancias que ni tan siquiera ella imaginó, que la llevan a convertirse en la benefactora más importante del templo.
En forma de novela histórica, acompañamos a Isabel desde que su tía decide que ha de casarse con su primo. Esta joven, en apariencia sumisa, encierra un carácter que la hace única, cubierta por una máscara de resignación, tratará de cumplir su objetivo. A través de sus ojos veremos como una ambiciosa idea se va materializando en lo que un día será uno de los edificios religiosos más conocidos de la cristiandad. El autor a la vez nos mostrará aspectos de la burguesía catalana de finales del XIX, así cómo crece y evoluciona la ciudad. Habrá revelaciones y secretos como en cualquier familia. Algunos de ellos requerirán sacrificios mayúsculos por el simple hecho de evitar el qué dirán. Poco a poco iremos conociendo a esta dama sin rostro, que el autor, hábilmente, nos sigue ocultando tanto a nosotros como a los personajes que la secundan, materializando este concepto por medio de esos velos que la dama viste en cada ocasión, ocultando así sus facciones, alimentando el misterio de su descripción.
La nota de acción la dejará en manos de nuestro infatigable investigador, que nos dejará patente el arduo camino que ha tenido que recorrer el propio autor a la hora de poner rostro a nuestra dama. Siguiendo pistas que lo conducirán a callejones sin salida, pero que gracias a su tenacidad, logrará derribar esos muros que delimitan su camino.
Novela ágil y entretenida, que nos engancha gracias a la interesante historia real que se esconde tras estos acontecimientos, y cuyo entusiasmo del investigador resulta contagioso, despertando nuestra curiosidad, queriendo llegar a su término, para ver si al fin podemos dotar de rostro a nuestra dama.