Tal vez, en más de una ocasión os han preguntado qué objeto salvaríais, de todas vuestras pertenencias, en el supuesto caso de que un incendio se declarara en vuestro hogar. Igual os estáis planteando la respuesta ahora, y seguramente la mayoría elegiría esa posesión por los recuerdos que les evoca más que por su valor material. Y es que lo que para unos no tiene el menor valor, para otros es lo más valioso que tiene debido a la historia a la que está ligado. Esto nos hace pensar que una vez desaparezcamos, para quien encuentre ese objeto no tendrá valor, suponiendo que no conozca la historia que esconde detrás. Pearson da un paso más, y nos propone preguntarnos qué objeto elegiríamos para representar nuestras vidas.
Toda esta reflexión lo llevó a plantearse una serie de interrogantes sobre el objeto que él creía vinculado a su abuelo. Concretamente un cuchillo colgado de un gancho en el sótano de este duramente mucho tiempo. El objeto lo aterrorizaba, tal vez por la esvástica que aparecía en su empuñadura, o por la cabeza de águila que remataba a esta. Su abuelo solo le contó que liberó el arma en los Países Bajos.
Años más tarde, abriendo unas cajas durante una mudanza, encontró el cuchillo entre sus pertenencias. Espoleado por la misma curiosidad por la que desarrolló su profesión, inició una investigación que le llevó a descubrir una historia más increíble de la que en un principio había imaginado. Ya realizada esta labor, sintió la necesidad de desvelar la historia tras otros objetos de la era nazi: un diario de bolsillo, un libro de recetas, un instrumento de cuerda y una bolsa de algodón. A través de cada uno de ellos, irá conociendo a los propietarios o a personas relacionadas con ellos. Mediante una titánica labor detectivesca, irá descubriendo que estas historias trascienden a dichos elementos, que no son más que pequeños halos de luz que desvelan historias; unas crueles, otras de superación; todas sorprendentes y muy emotivas.
Al gustarme tanto la historia, he leído incontables ensayos históricos, pero como este libro de Joseph Pearson, no recuerdo ninguno. Con un relato apasionado, consigue transmitir sus pesquisas como si de una novela de misterio se tratara. Con un ritmo ágil, y una prosa sencilla, logra captar nuestra atención a lo largo de cada uno de los cinco capítulos, cada uno de ellos dedicados a esos objetos, a los que podrían considerarse el cabo de un hilo del que tira para deshilvanar unos relatos que despertarán un abanico de sentimientos en el lector. He de confesar que más de una vez he tenido que refrenar alguna lágrima, y es que te encoge el corazón cuando caes en la cuenta de que no estás leyendo ficción, y que esos testimonios de situaciones descarnadas, sucedieron de verdad. Sorprendiéndonos una vez más de hasta donde llega la crueldad del ser humano. Afortunadamente, en esos mismos testimonios descubrimos que algunas personas también pueden sorprender desde extremo opuesto. Capaces de anteponer su propia integridad física por proteger a los más vulnerables.
Y es que este escritor y erudito historiador canadiense nos descubre, a través de estos objetos, una visión imparcial de los forzosos testigos de aquella dramática y terrible confrontación. Relatos que nos sorprenderán al mostrarnos como algunos de ellos tuvieron en su mano la oportunidad de cambiar la historia. Otros se limitarían a mirar hacia otro lado mientras intentaban continuar con su cotidianidad, ya más un espejismo que real. Alguno que cambiará su destino por el amor que dejará implícito en un lenguaje casi indescifrable, o quien solo podrá recordar por sí mismo, debido a la pérdida de ese objeto único que daba testimonio del físico de quién procede. Cinco vidas representadas por cada uno de estos cinco objetos que no solo representan la vida de quien los poseyó, también de muchos de aquellos que lo rodearon.
El libro concluye con una, tan emotiva como interesante, reflexión de cómo a través de los objetos podemos conocer la Historia. Es más fácil investigar partiendo de algo tangible, es por ello por lo que en un futuro los historiadores lo tendrán harto difícil a la hora de investigar el pasado cuando los elementos no son más que archivos informáticos y los recuerdos solo se forjan a través de una pantalla.