¿La ironía y el sarcasmo están permitidos? Nadie se va a reír: La increíble historia de un juicio a la ironía

“¡Es triste tener que reconocerlo, mi querido Luis; pero el escándalo ya no existe!”.
Breton a Buñuel en el entierro de uno de sus compañeros surrealistas 

Desde la editorial Debate queríamos anunciaros la publicación del libro NADIE SE VA A REÍR. La increíble historia de un juicio a la ironía, escrito por Juan Soto IvarsAdemás, queríamos informaros de la disponibilidad del autor para entrevistas a partir del 27 de octubre. 

Juan Soto Ivars es probablemente uno de los analistas más incisivos de la actualidad. En sus obras anteriores, Arden las redes (Debate, 2017) y La casa del ahorcado (Debate, 2021), analizó la explosión del linchamiento digital con la irrupción de las redes sociales en nuestras vidas y las nuevas formas de concebir los tabúes en los albores del siglo XXI. Ahora, en Nadie se va a reír, propone una reflexión sobre la manifiesta incapacidad de la sociedad contemporánea para asimilar algo tan necesario para la salud democrática como pueden ser la ironía y el sarcasmo.  

Nadie se va a reír es una no-ficción novelada que toma prestada su título de un relato de Milan Kundera y que narra unos hechos reales que se adaptan como un guante a los del cuento: la historia de tintes kafkianos en las que un profesor de arte verá cómo se le complica la vida hasta límites insospechados debido a un suceso en apariencia insignificante. Lejos del terreno de la ficción, por tanto, Nadie se va a reír es la crónica fatalmente real de un caso judicial que, a tenor de lo que cuenta Soto Ivars, tendría que escandalizar a todos los defensores de la libertad de expresión pero que, sin embargo, es probable que no lo haga.

En palabras del propio Juan Soto: “El propósito de este libro es desenredar la madeja irónica, separar la mentira de la verdad y ofrecer un contexto adecuado para crear el mapa de interpretación de algo que me parece una injusticia”.


Nadie se va a reír no solo atañe al linchamiento y a la dictadura de la opinión pública, sino también al circo que en la actualidad se crea ante cualquier noticia que presente segundos o terceros niveles de lectura. Explica la historia de un grupo de artistas agrupados bajo el nombre de Homo Velamine , y en concreto de un hombre, Anónimo García, que quiso poner a prueba los dogmas y la autocomplacencia en la que vive la sociedad. Anónimo García, quien ideó una parodia y acabó con una condena de dieciocho meses de prisión y quince mil euros de indemnización. ¿El motivo? Intentar demostrar con sus acciones que entre los medios de comunicación no solo los hay que son sensacionalistas sino que mercantilizan el dolor ajeno hasta cotas que rozan la indignidad.

Anónimo García, fundador de la revista Homo Velamine y del movimiento ultrarracionalista, alcanzó cierta fama por realizar acciones de un marcado carácter irónico que aparecieron en diversos medios de comunicación: acudir a las manifestaciones de apoyo a Mariano Rajoy vestido de hípster y a las de Podemos de sacerdote, o desplegar una pancarta con la bandera española durante la manifestación del 8M. Su última perfomance buscaba denunciar la mercantilización e imparable sensacionalismo de algunos -que no todos- medios de comunicación. Paradójicamente su acción obtuvo el efecto contrario al deseado: se le acusó a él de ridiculizar a la víctima y fue por tanto juzgado por ello.

El calvario por el que pasó -y por el que sigue pasando- Anónimo García destrozó su vida y puso sobre la mesa las graves carencias para la libertad de expresión en la España contemporánea. Además, despertó un interés casi nulo en la sociedad. Anteriormente ha habido casos que sí que indignaron a juristas, intelectuales y, en general, ciudadanos de a pie, como el de Pablo Hasél, el de la revista Mongolia o el de César Strawberry (Def Con Dos), pero el de Anónimo García pasó inadvertido ante los ojos de la opinión pública.

En sede judicial, el mensaje irónico fue leído como un mensaje literal. Los jueces aceptaron lo que había contado la prensa, la misma prensa que Homo Velamine había denunciado. Anónimo García, declaradamente feminista, terminó noqueado. El juicio había derrotado a la ironía y había aceptado la literalidad de todo mensaje. Por primera vez se aplicaba el artículo 173.1 del Código Penal contra un acto relativo a la expresión artística.

En la actualidad el Tribunal Constitucional ha admitido el recurso que Anónimo García ha presentado y de lo que este decida sabremos, nada menos, cuáles serán los límites de la ironía en nuestro país.