En estos tiempos aciagos, donde cada día nos vamos a la cama con una nueva mala noticia, la verdad es que apetece despedir el día leyendo algo amable que nos provoque una sonrisa, y olvidar, aunque sea por unas horas, este mundo en el que vivimos. La literatura, a pesar de que es una buena herramienta para evadirnos de esta lúgubre realidad, también puede provocar que no desconectemos del todo, o que nos haga pensar más —como puede ocurrir con la gran novela “Nunca”, de Ken Follet, que por su afinidad con la realidad que vivimos en estos días, puede que a más de uno le provoque insomnio—, es por ello por lo que elegí la lectura que nos ocupa hoy.
Carsten Henn, periodista gastronómico, autor de varios libros de no ficción, también creador de tres novelas negras. Con “El hombre que paseaba con libros” se ha convertido en un bestseller en su país, consiguiendo con ello que se publique en quince países más, haciendo posible que ahora podamos disfrutar conociendo a Carl Kollhoff, un anciano que ha pasado toda su vida rodeado de libros. Empleado de una librería donde se toma tan a pecho eso de cuidar al cliente, que tiene el extraordinario servicio de llevar al domicilio de estos los libros que le encargan o que dejan a cargo del buen criterio de este librero tan particular.
Cada día sale de la librería con su mochila verde del ejercito alemán, cargado de tomos envueltos con cariño, para entregar a sus pintorescos lectores. A cada cual, Carl los identifica con personajes literarios, apenas recordando el nombre real de ellos, así entrega libros al señor Darcy, al doctor Fausto o a la señora Cazaslargas. Toda su vida se reduce a la felicidad de satisfacer a sus clientes, ama la rutina que gobierna su vida, hasta que un día esa rutina se ve alterada por la aparición de una niña de nueve años, que pondrá su vida patas arribas.
Esta novela nos narra una historia amable. Protagonizada por una persona amable, que solo aspira a poder disfrutar rodeado de sus libros, y de hacer felices a aquellas personas que lo rodean mediante un bien tan preciado como es un libro, nada más y nada menos. Carl nos resulta un personaje entrañable, que solo nos puede inspirar ternura, y no comprendemos cómo hay gente que no es capaz de ver la labor de esta persona como algo más que un gesto, porque Carl no reparte libros, Carl reparte, o pretende repartir, felicidad. Pero claro, en estos tiempos modernos, sus métodos se han quedado obsoletos, o ya no tiene sentido ese servicio tan personal, y ahí es donde entrará el conflicto de esta tierna historia.
Y es que el autor nos tralada una oda al amor a los libros, con frases tan evocadoras a través de sus personajes: […]no hay nada tan hermoso que una mujer leyendo. Cuando se sumerge en un libro y se olvida de todo lo que la rodea,[…] El movimiento de sus pupilas, la respiración profunda […] su sonrisa cuando ocurre algo gracioso. Me gustaría tener a mi lado a una mujer a la que pudiera mirar todo el día mientras lee. O una de las frases que demuestra que el amor a los libros no está reñida con la humildad, donde hay gente que lee y ya por ello se cree superior a los demás: Leer mucho no te convierte en intelectual. Comer mucho tampoco te convierte en un gourmet. Leo de forma egoísta, por placer, por amor a una buena historia, no para saber más sobre el mundo.
Una bonita historia repleta de verdad, de miedo a envejecer, del miedo a lo nuevo, miedo a los cambios, pero donde nos demuestra que a pesar de ser animales de costumbre, es bueno salir a veces de nuestra zona de confort, porque el miedo solo hará que nos perdamos muchas cosas maravillosas.
Una novela breve que con sus apenas doscientas páginas nos dejará con la sensación de que nos abandonan unos personajes de los que nos gustaría ser amigos para siempre. De esos libros que te dejan con una sonrisa en la cara, y hacen posible creer que el mundo no puede ser tan malo si aún existen historias como esta.