Hasta ahora no había leído nada del autor francés Yannick Haenel. Pero como buen aficionado al cine, cuando leí la sinopsis de “Que no te quiten la corona”, no pude evitar hacerme con él. Y es que la historia de un novelista, que ha escrito un guión de mil páginas sobre la vida de Herman Melville, —autor este de la emblemática novela Moby-Dick— y que dicho guión, según su autor, solo puede ser trasladado al cine por el director Michael Cimino, prometía una historia, cuando mínimo, curiosa. Y no me equivocaba. Es tal el empeño de nuestro protagonista por conseguir su objetivo, que es capaz de volar de París a Nueva York y volver en el mismo día, solo por tener unas horas de conversación con tan controvertido director, tratando de convencerlo para que dirija su guión.
He de confesar que esperaba una comedia más frívola que profunda. Que las andanzas de Jean, nuestro protagonista, serían más alocadas y desenfadadas; un homenaje al cine por medio de la figura de un guionista que admira a un director tan real como icónico. Pero no fue esto lo que acabé encontrando en estas casi trescientas páginas. Para nada. Lo que terminé encontrando fue una novela de reflexión filosófica sobre la vida, lo que consideramos mundano y divino. Una obra poética en forma de prosa.
Este caótico escritor reconvertido en guionista, más por las ínfulas que llenan su cabeza alveolada (adjetivo que le encanta aplicar), convirtiéndolo en una especie de capitán Ahab en pos de su ballena blanca al que encarna el director Michael Cimino, cuyo rastro sigue a través de la obra del propio director, así como de otros realizadores. Ejemplo claro puede ser “Apocalipsis Now” de Francis Ford Coppola, película que llega casi a obsesionar a nuestro protagonista, viéndose a sí mismo como el capitán Willard remontando ese río hasta encontrarse cara a cara con el admirado y temido coronel Kurtz. Persiguiendo a través de diferentes obras ese ciervo sagrado, que según él, son señales que debe seguir.
Pero no me quiero poner espeso, ya que esta novela no resulta pesada. A pesar de las reflexiones introspectivas, que nos hará pararnos y reparar en nuestras propias vidas, está repleta de humor muy fino e irónico. Resulta muy divertido el contraste del profundo autor con lo desastre que es en su propio día a día, donde no tiene un euro, está a punto de ser desahuciado, y aún así no desiste de su sueño mientras se pasa el día bebiendo cerveza y viendo películas, tarea que solo interrumpe para sacar a pasear el dálmata de su desaparecido vecino.
Una novela cuanto menos curiosa. Un protagonista al que cogeremos cariño desde el principio. Unos personajes que lo acompañan, unos ficticios, otros reales, que no tienen nada que envidiar a la excentricidad de nuestro Jean. Que nos hará reír, y sobretodo nos hará pensar y recapacitar sobre nuestro propio destino. Nos hará plantearnos si seríamos capaces de remover cielo y tierra con tal de cumplir nuestros sueños, o si estos se tornarán obsesión en el momento en que solo vivamos para cumplirlos.
Una lectura de la vida a través del cine y la literatura, artes que al fin y al cabo no son más que reflejos de la propia realidad.