El derecho a disentir, de Mauricio Wiesenthal.

Contar con un escritor tan heterodoxo como Mauricio Wiesenthal es todo un lujo para nuestras letras. Wiesenthal es una especie de heredero espiritual de Stefan Zweig, un viajero incansable que ha recorrido en numerosas ocasiones las más variadas sendas de Europa y del mundo, buscando las huellas del pasado en los detalles más nimios de paisajes, ciudades o edificios. Todos estos viajes le sirven, no tanto para contemplar museos u obras de arte, sino para descubrir los secretos de la vida cotidiana y de los más diversos oficios, una práctica que ha ejercitado de manera continuada.

Desde luego, es imposible referir todos los temas que Wiesenthal trata en los distintos ensayos que componen El derecho a disentir. Uno de los hilos conductores es un retrato crítico de nuestro tiempo, que él entiende como una ruptura radical con el pasado y con la mejor tradición de Europa:

“El siglo XX levantó monumentos a los asesinos más miserables (Stalin, Hitler, Mussolini, Mao), y el siglo XXI hace algo aún peor, ya que borra la memoria de los maestros de nuestra cultura, ignorándolos y haciéndolos desaparecer de los rótulos de nuestras calles mientras nos ofrece, a cambio, mil entretenimientos necios y mil formas degradantes de vivir en el ocio o en la jubilación sin tarea, sin compromiso social y sin disciplina.” (pag. 34).

Quizá sean malos tiempos para el pensamiento humanista que reivindica el autor, junto a la tradición cristiana de occidente (en el buen sentido, no respecto a su pasado inquisidor e intolerante) y a la asimilación sin problemas de las mejores ideas de la cultura de otros pueblos. El status quo actual es mucho más materialista que espiritual, a decir de Wiesenthal, lo cual nos hace tener más bienes materiales, pero ser en el fondo más pobres, porque perdemos las riquezas del conocimiento. Todavía no todo está perdido, pues hay cosas que perduran, aunque poco a poco vayan desviándose de su sentido original:

“Si me pidiesen que (…) citase media docena de cosas que pudiesen identificar a nuestra vieja Europa, nombraría: los cafés en los que todavía puede leerse la prensa escrita, los caminos de peregrinación – que son más asequibles en un continente de pequeñas distancias como el nuestro -, las tiendas de antigüedades (incluyendo las librerías que venden algo más que best-sellers y novedades), los mercados de los barrios populares, los hoteles con historia y los balnearios.” (pag. 192).

Y es que en la existencia del autor de El esnobismo de las golondrinas caben varias vidas, a tenor de las continuas referencias autobiográficas con las que adorna sus textos, que él mismo califica como meditaciones intempestivas, es decir, que se encuentran más allá del momento presente y de las modas de nuestro tiempo. La vida como obra de arte mezclada con el recurso al azar novelesco que depare material para los propios escritos y que finalmente éstos lleguen al lector aderezados por un punto de vista original propio del observador sabio. El derecho a disentir es un volumen que puede ser leído mediante diversos prismas, pero el mensaje que nos va a transmitir va a permanecer claro y diáfano: una de las principales características de la verdadera libertad es no ser prisionero de los usos y costumbres del tiempo en el que uno vive, sino que hay que ser capaz de asomarse al pasado para aprovechar esa sabiduría que en buena parte se nos está ocultando.