Hay diversas formas de acercarnos, con garantías, a un periodo histórico que nos interese especialmente. Desde el ensayo erudito estrictamente fiel a las fuentes y prolijamente anotado, a la novela sobradamente documentada, prudente con las especulaciones y en la que el motor histórico está juiciosamente engrasado con motivaciones objetivas.
Ramón Muñoz-Chápuli ha tomado, en su primera novela, un camino que le permite aprovechar lo mejor de cada una de esas aproximaciones, conjugando un rigor exquisito con un mínimo de elementos de ficción. Ha situado para eso a su narrador, el traductor andalusí Abd-El Latif Ibn-Fahim, en el centro de la acción, como quien coloca un artilugio que permite al lector seguir fielmente los acontecimientos. En ese intermediario objetivo e imaginario se vuelcan los sentimientos, dudas filosóficas e inquietudes morales de los estudiosos de la época, pero concediéndole también una vida propia y una patria en la que resuenan nombres reconocibles: Wadi Anas, Balansiya en el Levante, Ubbadat cerca de Jayyán.
El periodo histórico elegido es la primera mitad del siglo XIII, una época dominada por la figura de Federico II Hohenstaufen, heredero del imperio de su abuelo Barbarroja. Es el momento en que se establecen los cimientos de un posterior Renacimiento, ese en el que la ciencia, la filosofía o las artes eclosionan en el fértil terreno del intercambio de opiniones y textos, al amparo de personajes como el propio emperador.
Muñoz-Chápuli, catedrático de Biología Animal en la Universidad de Málaga y profesor de Historia de la Biología y Filosofía de la Ciencia, dedica especial atención a la historia de las ideas y nos habla de libros míticos: unos traducidos o revisados por nuestro protagonista, como los comentarios de Ibn Rušd, Averroes para los cristianos, a la obra de Aristóteles y aquellos que contenían su herética concepción del alma; o los textos del judío Ibn Maymum o Maimónides contra la literalidad de las metáforas de los profetas. Otros, más populares, circulaban clandestinamente, como el legendario tratado de ‘Los Tres Impostores’, refutación de los tres monoteísmos atribuido al entorno del emperador. La heterodoxia, pues, se abría paso dentro de cada una de esas tres confesiones, mientras que, en aquel entorno abierto, eran bien recibidos todo tipo de intelectuales. Por el texto circulan Michael Scotus, compañero de trabajos del narrador, el pisano Fibonacci con su sucesión numérica, claramente explicada en estas páginas, o el propio Tomás de Aquino.
La imagen que se nos muestra de Federico es de tolerancia, en contraste con la intransigencia de papas e imanes que coinciden tanto en condenar los textos de Averroes como en prometer la felicidad eterna a quien muera en combate, ya sea en cruzada o en guerra santa. Como aquí se nos recuerda, “cuán fácil es prometer lo que nadie tendrá ocasión de reclamar”.
Será precisamente la lucha a muerte por el poder terrenal entre los sucesivos papas y el emperador lo que marque el reinado de este, acosado sin piedad, excomulgado y engañado por aquellos. Y es que, como nos recuerda el autor, Federico “practicó y protegió el arte, la poesía y el conocimiento. Fue preciso que se aliaran toda la ignorancia, la intolerancia y el fanatismo del mundo cristiano para acabar con él y con su estirpe”.
Sin desviarse un ápice de los hechos históricos, Muñoz-Chápuli nos sitúa en campos de batalla y en asedios a castillos inexpugnables, o nos hace partícipes de una cruzada incruenta cuyos acuerdos son rechazados por quienes ven en ellos la pérdida de privilegios, desde el papa a las órdenes militares. Pero también asistimos a intrigas, traiciones, venganzas, conspiraciones para asesinar al emperador, o al doloroso enfrentamiento entre este y su hijo Enrique. Desde luego, queda aquí demostrado que no hace falta esgrimir dragones o ejércitos de zombis para hacer que el lector se enganche a un texto sintiendo incluso, ante ciertos personajes históricos, la misma indignación que provocan algunos malvados de ficción.
En definitiva, si buscan rigor histórico en un texto apasionante, no se pierdan ‘El sueño del Anticristo’, y si, espoleados por sus páginas, quieren profundizar en los sucesos posteriores al reinado de Federico II, pueden recurrir a ‘Las vísperas sicilianas’ del historiador británico sir Steven Runciman: en cuanto a precisión y minuciosidad andan parejos.
Rafael Martín