José de María Romero Barea
Años antes de descubrir que queríamos ser escritores, el poder transformador de algunas novelas despertó en nosotros no solo la necesidad de interpretar la realidad, sino la de transformarla. “El encanto perdurable” de la literatura de Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916), en opinión del profesor Philip Horne, nos hace regresar a ella de continuo, “una práctica intensa”, según el erudito del University College de Londres, en su artículo para la revista Standpoint de enero de 2021, mediante la cual abrazar la objetividad como un paisaje moldeado por la conciencia.
“En todos sus relatos se establece un diálogo entre su tiempo y el nuestro, lo cual es prueba de su pertinencia”. Narraciones como The Portrait of a Lady (1881) fomentan el prolijo razonamiento, la morosa descripción, la elaborada certeza que nos destruye, no tanto la frivolidad como nuestra propia incapacidad de comprometernos con ella. “Su lúcida inteligencia hace que el lector se implique en la trama”, sostiene el experto, “a merced de las confusiones de los personajes, consigue que nos identifiquemos con ellos, con sus forcejeos por hacer las paces con la experiencia”.
Los descarnados enfrentamientos en The Bostonians (1886) emergen de las grises resmas de la introspección y el discurso indirecto. El interminable entramado psicológico de The Aspern Papers (1888), puntuado por destellos de melodrama, corrobora que, en una sociedad de mente estrecha, la felicidad supone una amenaza: “Sus obras exigen que nos impliquemos”, apostilla Horne, “pero igualmente nos muestran o enseñan cómo abordarlas, son lecciones de interpretación, de emocional inteligencia”.
En la ficción The Turn of the Screw (1898), la devastación es el tema, al tiempo que el objetivo: ni el lector se salva. En The Ambassadors (1903) la sensibilidad a la belleza sucumbe a los dislates del razonamiento: “En esta era de presentismo cultural”, concluye el crítico literario inglés, “de tantos movimientos, por honrados y necesarios que parezcan, en que tendemos a considerar las producciones y los valores del pasado como corruptos y siniestros, James ofrece una perspectiva saludable, si bien ambivalente, que considera los valores de la civilización occidental (y sin duda de todas ellas) como trágicos y defectuosos al tiempo que curativos, si no salvíficos”.
Aquellos libros que leímos por nuestra cuenta en la adolescencia, ajenos a la insistencia de tutor alguno, inauguraron nuestra mayoría de edad lectora. En aquellos días, el autor estadounidense, nacionalizado británico en 1915, nos alertaba de los peligros de vivir de acuerdo con las apariencias, así como de la necesidad de preservar las libertades individuales en una cultura obsesionada con el dinero. Hoy, como entonces, su narrativa siguen dejando al descubierto las patologías de su, de nuestra época.
Sevilla 2020