Se trata, en realidad –o así creo que podría interpretarse- como una fidelidad a sí, a sí mismo, si bien como signo de gratitud, de vida, hacia una cultura que, como hombre, se lo ha dado todo. No solo conocimiento, capacidad de discernir y observar, sentimiento estético hacia las cosas y transigencia hacia la palabra del hombre, sino también esa armonía que se obtiene del silencio cuando el espíritu vive o ha vivido la armonía derivada del ser de otros, del pensamiento de otros.
Qué curioso, el caso es que resulta que su gran reivindicación era la escuela pública. Su discurso –siempre argumentado- he aquí que nos remite a los primeros pasos: de la comprensión de la realidad, de la importancia de la palabra, de la seriedad del ser; todo aquello que se inicia en la escuela, donde se establece la primera e inacabable razón dialéctica con la vida, y que no termina nunca. Siempre su discurso, su voluntad didáctica ha ido por ahí: escuchar, observar, entender conscientemente; todo por el mejor vivir,
El profesor Lledó, respetando el magisterio, él mismo hizo fórmula de su discurso vital en algo así. “Lo único que sabemos, con certeza, es que cuando de la boca de ese mamífero empezó a salir un soplo semántico, una voz que indicaba las cosas del mundo, nombrándolas, comenzó a nacer el hombre. Nombrándolas no para sí, sino, sobre todo, para los otros” Y es así que “El animal humano lo fue realmente porque acertó a levantar un universo teórico, una ciudad de palabras, que recreaba el mundo y que, sin embargo, sólo existía en ese soplo que alimentaba la mente de los hombres”. Aquí sí que hay un origen griego latente.
Su alimento, en efecto, siempre insistió en ello, le llegó como herencia desde Grecia a través del estudio: “una palabra de las muchas que hemos heredado de la cultura griega es ‘asombro’ (thaumasía) Asombrarse suponía descubrir lo ‘otro’ y establecer la distancia que nos permite entender (…) Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos” De ahí derivan, o pueden derivar, tantas realidades: democracia y virtud, ciencia y estética, forma y verdad; realidad. Felicidad también. “El hecho de que esa palabra exista, y que exista, efectivamente, como una aspiración inevitable, que alienta y anima la vida, quiere decir que la necesitamos, que el descubrimiento de tal palabra ha sido la manifestación de esa indigencia en la que, naturalmente, nacemos y que nos hace pensar que estar en el mundo es estar en la insuficiencia, en la insatisfacción (…) vivir es ser indigente, necesitar de otros, porque no somos autárquicos, no podemos sostenernos abandonados a nosotros mismos y desde nosotros mismos”. Humanidad como vinculo, una forma necesaria, en el ser, de cultura (de ‘cultivo’), a sabiendas de que “la cultura no sólo tiene que ver con la vida, sino que es la vida”
Todo (o casi todo) ha nacido, ha derivado de una humilde y sencilla recomendación originaria: ‘Conócete a ti mismo’ El profesor Lledó se podría decir que lo intentó con pasión, con transigencia y permisividad; lo aprendió en buena medida de la cultura, el pensamiento griego, a quien ahora, como una forma elegante de despedida, da las gracias por todos los bienes recibidos.
Será una suerte pensar que su lección de vida ha servido para algo; ¿será una sorpresa el que, a la sencilla y humilde pregunta de ‘conócete a ti mismo’, nuestro interlocutor, después de mostrar un gesto de sorpresa, acuda sin vacilar a Google como su maestro de confianza? Todo, una vez más, como una forma de vivir; para sobrevivir.