Llega Stella a nuestro país con el halo del triunfo logrado en Alemania donde se ha convertido en un éxito. Takis Würger ha conseguido captar en su segunda novela algunos aspectos del Berlín crepuscular de 1942 que no conocíamos y formarlos con una ambientación y un lenguaje propicios para una lectura inteligente y desasosegante.
Fritz es un niño rico suizo que vive entre las borracheras de su madre y las ausencias de su padre. Criado en los años 20 y 30 en la opulencia de una familia con un capital sin límite se ha acostumbrado a no hablar o hablar muy poco para no mentir. Cuando ya de adolescente llegan a casa las noticias del régimen nazi decide comprobar por si mismo la veracidad de esos crímenes y se aventura contra el consejo de su padre a ir al Berlín intermedio de 1942.
Würger narra esta primera parta telegráficamente, en frases cortas, martilleantes, carentes de sentimientos. Cuando Fritz llega a Berlín conoce a Kristin (Stella) una chica rubia que lo mismo canta en un club que posa para los estudiantes de Bellas Artes. Experta en bregar en Berlín abre a Fritz las puertas de una ciudad decadente que se esfuerza por no sucumbir. Entre ellos, un joven rico neutral y una guapa rubia con contactos, se forma una simbiosis perfecta, la cual, dadas las circunstancias externas se nos antoja breve. El drama se cierne sobre ambos y aunque Fritz se esfuerza en ser un mero observador no tardará en tomar partido.
Esta segunda parte esta trufada con testimonios reales de delaciones de judíos a manos de otros judíos, anticipando la catástrofe del argumento.
Es una novela dura pero no explicita, fría pero que se hunde en el corazón ¿acaso hay algo más contradictorio que el amor en tiempos de guerra? Würger sabe llevar al lector por un camino determinista que se presupone viendo el año y el lugar en que se desarrolla pero que finalmente sorprende al lector.