Lo cierto es que no conocía el cuadro La isla de los muertos, del pintor suizo Arnold Böcklin. O quizás sí que me haya topado con él cuando estudiaba Historia del Arte y no le prestara mayor atención. El caso es que este cuadro, uno de los más significativos del movimiento simbólico, no me parece, personalmente, gran cosa a primera vista. Sin embargo, este es uno de esos cuadros que necesitan su tiempo. En él podemos ver una pequeña barca que se dirige a una isla rocosa. En la barca observamos un remero, un ataúd y una figura blanca que representa a Caronte, el barquero de la mitología clásica que conducía las almas hasta Hades. Los tonos fríos contrastan con lo grandioso de las rocas y el paisaje verde y, ciertamente, después de un rato mirando el cuadro, una especie de desasosiego se empieza a instalar en nosotros. Hay algo en él que perturba, pero de una forma muy calmada. Todo un mundo de contradicciones en un lienzo de 1880.
El pintor realizó cinco versiones, de las que podemos encontrar cuatro de ellas en los museos más importantes de todo el mundo. La cuarta versión, sin embargo, ardió en Róterdam durante la Segunda Guerra Mundial, pero, ¿y si no fuera así?
Tras su primera novela, titulada El amblipigio de Miller, el autor Pedro Homar nos presenta su segunda obra. Con Modus Vibrandi, el escritor nos propone una ucronía en la que, a través de distintas personas, conocemos qué le sucedió a aquella quinta versión de La isla de los muertos. Así, conocemos a Avelino, quien acaba de ascender a secretario general en la subdelegación de Gobierno y la historia de Elsa, una chica muy especial. Profesora de música en un instituto, un día decide aceptar una extraña oferta de trabajo desde Alemania en una empresa muy importante que se dedica a averiguar la autenticidad de las obras de arte. Pero tras un par de años, decide volverse de allí al darse cuenta de que la empresa alemana se dedica, sobre todo, a las obras de arte del mercado negro. Así es como Elsa descubre que el cuadro La isla de los muertos se encuentra en España.
Y es que su trabajo en aquella empresa alemana, cuyo director era Herr Köhler, resultó ser de lo más peculiar. Precisamente, a Elsa le ofrecieron el trabajo por su intuición, algo muy necesario para el trabajo. Pero, ¿en qué consistía exactamente el trabajo? Pues gracias al T.E (Transdimensionales Echodekantersystem), una especie de decantador, Elsa, en lo que se conoce como matriz, entraba en contacto con el objeto en cuestión: un cuadro, una escultura, un jarrón y, a través de las energías que transmite el objeto, se puede saber dónde y con quién ha estado la antigüedad. Gracias al decantador, las personas que, como Elsa, sirven como catalizadores, son capaces de obtener palabras, frases y hasta conversaciones. Momentos en los que el objeto ha estado involucrado a lo largo de su existencia.
No me digáis que no sería alucinante que algo así existiera, ¿verdad? Algo así como lo que hacen algunos médiums y clarividentes.
A lo largo de las páginas de Modus Vibrandi, Pedro Homar va desgranando esta historia en voz de varios personajes. Desde Avelino hasta la propia Elsa, pasando por las declaraciones que ella misma presta ante las dependencias policiales, los hermanos Geldof, un teniente nazi, el arquitecto del mismísimo Hitler o los peculiares Tino y Nico. En las voces de todos ellos se va desgranando la historia del cuadro, como si a través de la escritura de Pedro Homar nosotros entrásemos también en la matriz.
Modus Vibrandi me ha sorprendido por su originalidad, por una trama que atrapa y una prosa cuidada que te sumerge de lleno en la historia. No sé si ya conocíais el cuadro La isla de los muertos, pero si no es así, no se me ocurre mejor forma de descubrirlo que a través de este libro y esta genial historia.