En realidad haremos alusión aquí a un libro muy fecundo y humano derivado de la obra y labor como escritor de este autor de origen canario del que, en este año, se cumple el primer centenario de su fallecimiento. El libro, no obstante, data del año 2016 como año de edición, pero viene aquí perfectamente a colación como aporte a este centenario que se cita, donde la enjundiosa labor como escritor de don Benito se pondrá en evidencia.
La correspondencia, es cierto, es unívoca en el sentido de que las misivas son DE don Benito PARA alguno de sus interlocutores habituales, y otros varios ocasionales. Una pena, porque la verdadera relevancia de una correspondencia estaría en que el lector pudiera calibrar la naturaleza, los argumentos -ya sea de la pasión amorosa, ya de la disputa, ya de los comportamientos desiguales- de autor y sus corresponsales o destinatarios respecto de influencias u opiniones distintas que, a lo largo de una vida procuran los avatares diarios.
Ahora bien, es cierto, por otro lado, que toda misiva implica un gesto personal y un acto de pensamiento; en ese sentido, todo es noticia personal, todo es historia. Tal como la obra en conjunto de Galdós había de ser considerada en adelante como referente para el conocimiento del devenir histórico y la vida cotidiana de una sociedad como la madrileña donde, a mayores, la presencia de la Corte otorga un sesgo político muy didáctico dentro de la ajetreada vida española.
De acuerdo a los selectos destinatarios, me gustaría destacar algunos rasgos o párrafos que me parecen significativos no solo de una forma de ser, sino, por tratarse de un escritor, de una forma de decir. Con el atributo añadido de una pasión desbordada escribe, por ejemplo, en una ocasión a Teodosia, su último gran amor: “Yo tampoco he tenido en mis ascendientes ningún literato ni escritor, ni plumífero. Sin embargo, he salido escritor más o menos acertado, pero escritor en fin” Y al poco añade, en un plano más íntimo y personal. ”Tú tienes un don divino, el don de apreciar justamente todas las cosas. Por eso te quiero, te idolatro, y eres mi musa, pues sabes inclinarme por el mejor camino” Esta parte un tanto contrita del escritor a favor de una palabra de afecto y dependencia supone un rasgo distintivo que considero se ha de estimar. No vanagloriar al escritor, sino aceptar su débil significación respecto de otro ser.
Su amistad ha sido ejemplar con uno de sus valedores tan importante en su tiempo como Clarín (quien un día le dijo: ‘y porque no hay más remedio que escribir para expresarse’), así que a él se dirige a propósito del próximo estreno de la obra de teatro de éste, Teresa: “Me gusta muchísimo y la tengo por cosa superior, precisamente del género que a mí me enamora en el Teatro (…) El profundo sentido sociológico, la verdad de los caracteres, la veracidad de su acción también (…) la propiedad del lenguaje, la riqueza de ideas que bajo aquella tosquedad palpitan, la simpatía de los personajes, (sin excluir al pobre borracho) todo me cautiva” Y luego añade un comentario de valor sociológico: “Ya sabe V. que esa venida a Madrid es mi sueño dorado. Más bien es egoísmo, pues al paso que vamos, pronto no tendrá uno aquí con quién hablar. Ya trataremos de eso”
En fin, cabe reparar también la expresión minuciosa de los detalles, que advierte de su gusto por la precisión en el discurso, por el detalle: “Por el momento, estense ustedes en Madrid unos días, instalándose en la casa de la calle de San Bruno, donde estarán mejor que en ese solar. Luego volverán a Arriondas, porque es preciso que Vd. vea a su madre y la consuele en esta desgracia. Y después de estar con su madre, irá V. con María y Mercedes a Gijón para que durante el mes de agosto, tomen unos baños de mar.
Antes ha de hacerse María un trajecito de luto”.
El libro recoge así noticias, juicios, anécdotas y copiosa información que no hacen sino arrojar luz –aunque pueda considerarse indirecta, pero oportuna y definitoria- del comportamiento y el ser de un hombre observador, inteligente, trabajador y de alto valor literario, valor que le hubiera servido para acceder al premio Nobel de literatura si no fuera por la insana e injustificada envidia de sus coetáneos vanidosos que hicieron lo posible para que el tal reconocimiento no le fuese otorgado.
Homo homini lupus est. Y los infundados coetáneos de don Benito, además, peores escritores que él.