La celebración del centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós nos hace observar de nuevo que se trata de un escritor polémico, que no suscita unanimidades, a pesar de que para muchos su obra es comparable a la de Balzac, Zola o Flaubert, como prueba la reciente polémica suscitada entre dos de nuestros mejores escritores actuales: Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas. Lo cierto es que el legado del novelista canario es uno de los más espléndidos de la literatura española. Durante toda su existencia, la ambición del autor de Fortunata y Jacinta fue retratar la realidad de la época que le habia tocado vivir, a través de una producción tan amplia como plena de calidad, en la que no faltan las obras maestras. Galdós es un demiurgo que modea la realidad a través de un variado conjunto de criaturas, a las que dota casi de vida propia. Cada uno de sus personajes se distingue como un ser único que reacciona con su propia lógica interna a los acontecimientos que le toca vivir, tratándolos el novelista siempre con una dosis justa de comprensión y tertura, como un Dios que acabara perdonándoles todos sus pecados.
En sus novelas Galdós se recreó en descripciones de todo tipo de ambientes madrileños, desde los más pobres en Misericordia a los más pudientes en narraciones como La de Bringas. Para ello visitaba previamente los escenarios y se hacia aconsejar por expertos antes de emprender la escritura. Por eso, para algunos, sus historias podían llegar a ser demasiado sórdidas, demasiado apegadas a la realidad de una existencia a veces miserable, pero es que el objetivo principal de Galdós no era tanto agradar al lector sino hacerlo partícipe de su visión militante y pedagógica de la literatura, obviando críticas bienintencionadas, como la de su amigo, el conservador Menéndez Pelayo, que le reprochaba “no presentar la realidad bastante depurada de escoria”. El resto lo conseguía su fecunda imaginación, que hilvanaba todo tipo de historias complejas, de una maestría sorprendente desde el punto de visita literario, sociológico, histórico o psicológico.
Las narraciones de Galdós, más que estar sometidas a interpretaciones diferentes, constituyen un diáfano panorama del entero siglo XIX español, de la influencia de la política errabunda ejercida por sus dirigentes, de las guerras civiles, de las relaciones entre las diferentes clases sociales y de la intrahistoria de un país que empezaba a estar dividido en dos mitades irreconciliables: los que querían conservar el status quo tradicional, en nombre de una grandeza imperial ya caduca y los reformistas, que querían para España una realidad nacional equirable a la algunos de nuestros vecinos europeos, como Francia. Todo ello queda resumido en el discurso que pronunció a su ingreso en la Real Academia Española:
“Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza, y las viviendas, que son el signo de las familias, y la vestidura, que diseña las últimas trazas externas de la personalidad. Todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción. Se puede tratar la novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. La sociedad presente como materia novelable es el punto sobre el cual me propongo aventurar ante vosotros algunas opiniones” (Citado en Benito Pérez Galdós, vida, obra y compromiso, de Francisco Cánovas Sánchez, Alianza Editoral, 2019, pags 161-162).
Porque, como detalla Cánovas Sánchez a lo largo de toda la obra, la gran ambición de Galdós no era para si mismo (siempre fue un hombre humilde, que desdeñó toda alabanza hacia su obra), sino para un país que necesitaba poner en marcha grandes reformas sociales que solo podían hacerse realidad dejando de lado la gran estafa política que representó la Restauración, llegando su compromiso a ser elegido diputado en Cortes, llevado a ellas por su gran amistad con Sagasta. Porque hasta el final, don Benito antepuso su compromiso cívico con la libertad de pensamiento, contra la monarquía corrupta y el oscurantismo de una Iglesia todavía con gran influencia en la sociedad, desdeñando todo acercamiento a un poder que le hubiera podido otorgar unos años finales mucho más cómodos. Una actitud que le costó no ganar el premio Nobel.
La obra de Galdós sigue hablando de tú a tú al lector del siglo XXI. Le habla del pasado, que en gran parte sigue siendo el presente, de la sociedad española y lo hace a través de personajes inolvidables, cuyas vivencias no solo fueron escritas en estilo realista o naturalista, sino también experimental: solo hay que acercarse, por ejemplo, a una novela tan prodigiosa como El amigo Manso, protagonizada por un personaje que acepta que no existe más que como ente surgido de la imaginacion del novelista, una especie de precedente al estilo de Unamuno. Este aniversario debería servir, no solo para recordar a Galdós como el maestro autor de los Episodios Nacionales y las Novelas Contemporáneas, sino para homenajear a un hombre bueno, que dedicó gran parte de sus esfuerzos en intentar dar solución a los males endémicos de España. Como dice Cánovas Sanchez a modo de conclusión de su magnífico libro:
“Algunos defienden la falacia de que la sociedad actual no tiene nada que ver con el pasado, que constituye una realidad nueva desvinculada de la historia inmediata. Se equivocan completamente. Hoy, en el siglo XXI, las ideas y los valores que Galdós defendió en los libros, la tribuna y los periódicos están plenamente vigentes. La tolerancia, la democracia, la justicia, el laicismo, la emancipación de la mujer, la crítica de la corrupción y la exigencia de políticos honestos continúan siendo hoy prioridades para construir una sociedad más habitable y más digna. Por ello, Galdós es contemporáneo nuestro.” (op.c. pag 395).