“Imaginaos a un niño que tuviera que esconderse de aquellos a quienes ama. Hace lo mismo que otros niños. Construye torres con piezas, entrechoca sus cochecitos, finge conversaciones entre los peluches y dibuja casas con soles sonrientes sobre ellas. Un niño es un niño. Pero el miedo hace que todo parezca diferente. Las torres nunca se derrumban. Los siniestros de tráfico son incidentes más que accidentes. Los peluches susurran entre sí. Y el agua del recipiente de las pinturas rápidamente se transforma en un barro color gris sucio. El niño tiene miedo de ir a cambiar el agua y al final todas las pinturas están manchadas de barro. Todas las nuevas casas, los soles sonrientes y los árboles tienen ese mismo color, un desagradable negro azulado.
Aquella tarde, el paisaje de Warmia era de ese color”.
Ya he comentado que últimamente una de las colecciones de novela negra y policíaca que más me gustan es la que está desarrollando Alfaguara. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La ira.
Recuperamos al fiscal Szacki en Warnia, una ciudad que no le gusta, fría y gris en la que vive con su nueva novia y su hija. Su vida cotidiana es un intento de capear la permanente amenaza de tormenta entre ambas y en lo profesional poco o nada ha cambiado, ni en su aspecto rígido, ni en sus convicciones personales. Szacki echa de menos un poco de acción y el destino no tarda en ponerle delante un montón de huesos: lo que debería de ser algo rutinario se convierte en una interesante investigación buscando datos sobre los huesos y también sobre quién los puso en el lugar que se hallaron. Y su trabajo no acaba ahí, una mujer acude a su despacho para acusar al marido de intimidarla, aunque sin usar violencia de ningún tipo. Algo pasa en Warnia y Szacki será el encargado de descubrirlo.
La ira es la tercera y, hasta donde se puede saber, última entrega protagonizada por Szacki, un personaje irascible, casi huraño y un tanto estirado al que el lector termina comprendiendo, casi solidarizándose con él. Sin embargo, hay que decir que no es imprescindible haber leído las anteriores entregas para disfrutar de esta, ya que solo nos perderíamos una mínima parte de su vida personal.
Mitosewski nos plantea dos casos interesantes con elementos que descolocan al lector, intrigándole para seguir leyendo. En primer lugar los huesos encontrados con pinta de ser antiguos resultan ser mucho más recientes de lo esperado y no solo eso, sino que cuando comienzan a identificar a la víctima se topan con reacciones curiosas en su entorno más cercano. El segundo caso, al que se refiere como el de la calle Równa, es mucho más actual ya que nos habla de matrimonios y violencia de género en la forma que sea, de hecho, en esta novela se hace mucho hincapié en este tipo de violencia dentro del entorno familiar, ya sea física, psicológica o simple miedo y en cómo afectan este tipo de relaciones a los hijos de las parejas. Incluso si ellos parecen quedar al margen nunca lo están y Mitoszewski realiza una denuncia y radiografía muy acertada de esta terrible realidad aprovechando su novela.
La investigación se va encauzando poco a poco y en ella descubrimos a algún viejo conocido que se mezcla con entradas de lo más ocurrentes, como el señor Frankenstein, con quien he de reconocer que me he reído un rato. Y es que esta es una de las características de la pluma del autor: el sentido del humor. Su protagonista no es políticamente correcto, ni siquiera amable, y parece dotado para decir lo que no debe con un carácter borde y seco que llega a resultar cómico para el lector. De este modo, lejos de caer antipático uno termina adoptándolo casi como a un vecino gruñón. Y eso que, en esta novela, el autor ha decidido no ponérselo fácil, como descubrimos en el avance que nos da el primer capítulo.
Los personajes quedan perfectamente perfilados. Me ha gustado especialmente la hija, Helas, y la particular relación que mantiene con su padre y con el mundo, muy propia de la adolescencia, así como las magníficas descripciones de Warnia que van más allá de lo físico a lo cotidiano, que es la forma en que realmente se dimensionan las ciudades para que salten del papel.
Parece un libro redondo, pero no lo es porque la trama cojea. Ya he comentado algunas veces que hay escritores que buscan enrevesarse tanto que acaban perdiendo al lector y también se pierden ellos mismos dejando cabos sueltos que afean la novela. Bien, eso es lo que ha pasado en esta historia, lo que empezaba bien parecía ir perdiendo su cauce para terminar en un final que ha conseguido que la palabra decepcionante flote en el ambiente. Una lástima, le tenía muchas esperanzas.
Con todo La ira es una novela entretenida, y eso ya es mucho teniendo en cuenta mis últimas lecturas. ¿Lo mejor? el uso del género para realizar una denuncia social tanto de la violencia en el entorno familiar, como en las reacciones por parte de las administraciones públicas y también en el entorno co un pequeño tirón de orejas hacia aquellos que intuyen pero no hacen nada.
Suena interesante el libro, gracias por la reseña muy buena!.