Algunos personajes
Reina Gené: Experta en recursos humanos y selección de personal para la multinacional farmacéutica Newzer. Mujer inteligente, tenaz y comprometida que disfruta plenamente de su sexualidad sin complejos e intenta compaginar su exitosa carrera profesional con la maternidad de un hijo adolescente.
Alberto: Hijo de Reina de diecisiete años, chaval responsable y buen estudiante, aficionado al deporte y apasionado por el cine que, de pronto, se muestra introvertido, melancólico y su rendimiento escolar en segundo de bachillerato cae en picado.
Félix: Exmarido de Reina, resentido y sumamente posesivo, en eterna confrontación y competencia con la actual pareja de su exmujer. Está obsesionado por no perder la influencia sobre su hijo Alberto, cuya custodia recae en Reina.
Samuel: Pareja de Reina desde que su hijo era casi un bebé. Buen amante y mejor padre de su hijastro Alberto por derecho propio, aunque suele perder los nervios con facilidad, sobre todo con los desplantes del muchacho y del exmarido de su pareja.
Tomás: Ejecutivo financiero al que Reina conoció antes de divorciarse y al que reencuentra por casualidad muchos años después. Inoportuno y fallido amante de Reina en un momento difícil.
Asunta: Segunda mujer de Félix a la que Alberto e incluso Reina cogen mucho cariño, pero que finalmente acaba divorciándose también de Félix.
Alba: Hermana menor de Asunta, con la que siempre se llevó fatal, que ocupa su lugar junto a Félix.
Ulf Everink: Frío, calculador e inquietante ejecutivo extranjero que se postula a un alto cargo directivo para la multinacional farmacéutica Newzer, cuyo proceso de selección dirige Reina. Ulf intentará extorsionarla en el aeropuerto de Bucarest, tras un objetivo insospechado.
Cristina: Madre de Reina en una residencia geriátrica, cuya memoria le juega malas pasadas regresando una y otra vez a una oscura noche de 1975 en la que perdió a su marido.
José Gené: Tendero del barrio de Gràcia y padre de Reina que murió en el pueblo de Conques en extrañas circunstancias el mismo día que falleció Franco.
Leando Vives: Académico investigador de literatura obsesionado por recuperar el legado de la escritora Ilda Moreu y publicar su correspondencia. Correspondencia que tal vez revele un secreto muy bien guardado de José Gené, el padre de Reina que apenas llegó a conocer.
Esther Parra: Atractiva y atlética mujer de mediana edad y fuerte carácter que dirige la escuela de especialistas de riesgo y dobles de cine a la que asiste Alberto.
Algunos extractos
«Recuerda los programas de la tele que él miraba mientras ella se aburría y comenzaba a formularse preguntas incómodas. Y solo un poco más tarde recuerda sus infidelidades, que ya por aquel entonces eran adulterio, porque era ya una mujer casada, aunque fueran lo mismo de siempre, porque ella nunca ha sido —qué terrible reconocerlo— una mujer fiel por completo a nadie. Nunca.»
«Cuando lo conoció, Reina tenía treinta años recién cumplidos, y en el mundo no hay nada más peligroso que una mujer de treinta años que de pronto descubre que no es feliz pero que podría llegar a serlo si no pierde el penúltimo tren.»
«Ella no sentía que el hijo fuera suyo. Más bien sentía que era ella la que de pronto pertenecía a alguien. Aquella persona pequeña y de color lavanda era el único ser en el mundo a quien nunca podría ser infiel, a quien nunca fallaría, de quien no quería alejarse. Ahora su papel se había redefinido: consistía en permanecer atenta por si alguna otra vez su hijo volvía a necesitar aferrarse a ella.»
«Eran la peor pesadilla de un hijo. Que tus padres siempre sepan dónde estás y a qué ritmo te mueves por la vida. Cuando Reina era pequeña lo temía, fantaseando con que pudiera existir algo tan maléfico. Ahora existía. Pobres generaciones de hijos controlados por satélite.»
«Un segundo más tarde entran dos mensajes como dos tiros de gracia: «¿Y tu parte de culpa? ¿Has pensado que igual no eres tan buena madre como crees?» «No puedes ser siempre el centro del universo Reinita, acéptalo.» «Cuando aprendas a hablar como una persona, llámame.»
«Algo no iba bien y lo sabía. No conseguiría quedarse embarazada. En la consulta el médico les indicaba qué días tenían que mantener relaciones sexuales. Si lo hacían, debían apuntarlo en el calendario. Le hacían caso al pie de la letra, aunque no tuvieran ganas.»
«—Alberto ha intentado suicidarse esta tarde. —Hostia, Reina. ¿Qué dices? —Mierda, no debería habérselo dicho, mierdamierdamierda, ojalá las palabras que ya se han pronunciado pudieran retirarse, pero no se puede, mierda, no se puede—. Reina, ¿has dicho lo que creo que has dicho?»
«—Mañana es primero de marzo —le dice agachándose un poco para que la escuche mejor—, un día muy especial para nosotros, los rumanos. Celebramos la llegada de la primavera, aunque este año hay que reconocer que la climatología no nos ayuda mucho. El uno de marzo simboliza el triunfo de la luz sobre las tinieblas, es decir, del bien sobre el mal, y es tradicional regalar una especie de… —Aquí la chica dacia duda qué palabra escoger—… pin, colgante, broche… bueno, en realidad le llamamos mărțişor, y me gustaría regalarle uno. Espero que nadie se me haya adelantado. Tome.»
«También por eso necesita hablar con Félix. Necesita preguntarle si alguna vez le ha contado a alguien su secreto. No, no. A alguien no. Necesita averiguar si Alberto sabe que José Gené, el abuelo a quien no conoció, se colgó del cuello hasta morir en una viga de una casa de Conques en el mes de julio de 1975.»
«—Sí, perfectamente, nunca he estado mejor —le dijo, levantando la voz—. No hace falta que me llames más para preguntármelo. Te lo digo de una vez y para siempre. Estoy bien, Reina. Para ti siempre voy a estar bien.»
«Así, comenzó a circular la noticia de que don José Gené no había muerto por accidente sino que se había arrojado a propósito desde lo alto de un barranco en cuanto supo que Franco había muerto. No era tan raro, porque todo el mundo conocía la filiación franquista de don José, que se remontaba a los tiempos en que Franco apenas era un general bajito, con ínfulas y la cabeza llena de malas ideas.»
«Reina se desinfla como un pastel mal cocinado. Dice la marca, acepta más disculpas, pone cara de circunstancias y, al fin, recoge sus aparatos y vuelve a su rincón, donde antes de llegar ya ve a Ulf Everink, que le está esperando: traje y chaleco impecables, el pelo como acabado de embadurnar con fijador y la piel morena, curtida por el sol y el salitre. Nada en él indica que son las cuatro menos cuarto de la madrugada. La más difícil de las horas difíciles.»
«¿Se dio cuenta al firmar el contrato de lo que ponía en la cláusula? ¿Es legal? Eso ahora no importa mucho, porque de todos modos no está a tiempo de hacer nada. Está firmado y bien firmado. Cuando Ulf Everink llega con la bandeja de plástico, las dos tacitas de rooibos y unas galletas de chocolate que huelen de maravilla, Reina le espeta, resolutiva como si terminara de despertar: —Dígame de una vez lo que ha venido a decirme.» |