«Nada de cuanto hay en la tierra es digno del día en que se creó el Cantar de los Cantares», escribió Akiva Ben Iosef, padre del judaísmo rabínico. Yo estoy totalmente de acuerdo con él. Este libro parte de uno de los versos más maravillosos y enigmáticos de este inmenso poema: «Porque es fuerte el amor como la muerte». No siempre ha sido traducido así, otras veces ha aparecido como «el amor tan poderoso como la muerte» o el «amor más poderoso que la muerte». Sobre estas disyuntivas se construye mi libro que, además de tomar de ejemplo obras literarias o pictóricas, también toma prestadas obras de la historia del cine universal, desde la primera época muda hasta nuestros días. El cine, sin ninguna duda, como las demás artes, opta por el amor. El amor como único antídoto para retrasar, frenar, combatir y, muy pocas veces, derrotar (al menos en la ficción) a la muerte, la gran enemiga del ser humano. En Hiroshima mon amour, de Alain Resnais, con guión de Marguerite Duras, se dice: «El amor sirve para morir más cómodamente en la vida». Otra reinterpretación de los versos del Cantar de los Cantares.
¿Es el amor más poderoso que la muerte o, al menos, tan poderoso como ella? ¿Amor gravado de muerte o amor a la muerte? ¿Amor convertido en imposible pasión necrofílica por la muerte? Jankélévitch, un gran sabio y pensador dubitativo, afirma en su libro La paradoja de la moral que al menos en el original que conocemos de El Cantar de los Cantares se equipara la fuerza del amor con la de la muerte pero no se sobrepone la primera sobre la segunda porque entonces el amor tendría el poder de hacernos inmortales. Yo creo que la cultura, a través de sus muchos y diferentes géneros creativos, siempre ha buscado precisamente hacernos inmortales a través del amor. Y de esto es de lo que tratan la mayoría de las películas a las cuales aquí me refiero.
Este libro no es una antología de películas, ni mucho menos, sino que todos los títulos de los que hablo simplemente sirven a mi propósito de reflexionar, de meditar y, a veces, hasta de reelaborar narrativamente esta multitud de historias en las cuales el amor aparece como un sentimiento indestructible a pesar de que los protagonistas puedan desaparecer físicamente. El amor, desde el Renacimiento, enmascaró a la torpe y a veces brutal sexualidad con un velo de pureza, belleza, amistad, comprensión y complicidad, sentimientos espirituales por encima de la pura materialidad irracional. El amor es el elemento fundamental para la creación de la felicidad humana, un bien siempre escaso. No hay grandes períodos felices, sino solo momentos felices, y estos únicamente los proporciona el amor: la unión entre dos personas ajenas que se hacen cómplices de sus vidas y encauzan su atracción. John Berger en Y nuestros rostros escribe que «si no envejeciéramos, si el tiempo y su paso no estuvieran construidos en el propio código de la vida, la reproducción sería innecesaria y no existiría la sexualidad. Siempre ha estado claro que la sexualidad es un salto de la especie por encima de la muerte; es ésta una de las verdades que preceden a la filosofía». La sexualidad es la parte de ganga del amor, las piritas son los sentimientos espirituales amorosos.
El amor y la muerte han evolucionado paralelamente. El cine quiso enamorar a la muerte, el cine también quiso llevar el amor más allá de la muerte a través de los recuerdos inmortales y en nuestros tiempos de desarrollos tecnológicos pretende apoyarse en estos instrumentos para, de nuevo, crear la ficción del amor más allá del tiempo y del espacio. Y el amor, su manera de ejercerlo, no es únicamente de una sola forma, sino múltiple. «Así, para que tú a mí, a tu amor y odio no destruyas, / déjame vivir, pero ama y ódiame también», escribió John Donne. El amor se busca, es díscolo la mayor parte de las veces, hay que sitiarlo y amnistiarlo porque, como escribió Simone Weil en La gravedad y la gracia, «Si el amor se me entrega, entonces deja de existir, y yo dejo de amarle». El amor es un sentimiento complejo, una invención compleja del ser humano, y se metamorfosea en múltiples formas. Muchas veces es antitético. Anacreonte, en el fragmento 428, escribe: «De nuevo amo y no amo, / estoy loco y no estoy loco».
Este libro es una meditación filosófica sobre la vida y la muerte tomando como excusa al cine. Y una de las conclusiones del libro es que nadie que ame morirá del todo. En Paseo por el amor y la muerte de John Houston, cuando los jóvenes amantes, después de huir de la muerte por la Francia medieval en guerra contra Inglaterra, ven ya inminente su final, se detienen, buscan el refugio en un convento abandonado y se entregan al amor. Este libro es un libro de pensamiento, pero también es una reescritura narrativa a través de la reinterpretación de casi doscientos films. Podría ser por tanto también un libro de relatos.
Pero por encima de todo es un libro de amor —nunca mejor dicho— al cine, al pensamiento, a la filosofía, a la pintura y a la literatura. Y es un libro que opta claramente por el amor frente a la muerte. |