Si alguno de los lectores ha visto a Bill Murray en el filme Atrapado en el tiempo (1993), encontrará muchos guiños e incluso referencias directas que el autor hace al lector. Porque en esta novela el tiempo salta o se paraliza, depende la situación, y el autor juega con esa movilidad temporal para introducirnos en un tema muy visitado por la literatura y el cine: la guerra civil española. Pero la visita que os propone el autor es muy especial, porque en realidad, lo que nos cuenta no es tanto lo que pasa en la guerra, cosa que conocemos ya en exceso, sino lo que les pasa a un grupo de personas, a los habitantes de una casa, Conde de Aranda, 14. Una casa muy especial cuyas vicisitudes e historia desde el primer asentamiento moruno hasta los años 30 vamos conociendo a través del diario de Rufa, una niña que vivirá los sucesos de la guerra mirándolos con la inocencia de sus diez años, una niña que traspone las barreras del tiempo y llega tanto al pasado como al futuro.
Hay, pues, dos narradores: el periodista Carlos Fitzmaurice, un prepotente machote que después de conocer fama y dinero ha caído muy bajo por azares de la vida, y busca una historia como el aire un ahogado. Habla desde el momento actual, pero cuando se instala en la casa de Conde de Aranda, empiezan a sucederle cosas que trasponen la barrera de lo real, cosas que le sumergen en la historia de la casa, y le trasladan a otras épocas; a través del diario de Rufa, que llega a sus manos como si estuviera esperándole a él, y de las indicaciones de la ex propietaria, Doña Macua, pasa un inolvidable verano entre los muros de lo que fue convento, palacio, atalaya a través de los siglos.
Carlos se da cuenta que algo pasa allí, y decide que tiene una increíble historia entre las manos, cuando en realidad tiene más de una. Las historias personales de todos los habitantes de una vivienda peculiarísima: empezando por las varias Doñas Macuas, (cuatro, en concreto), las niñas Rufa, Margot y Fátima, Don Orestes, Madame Fifí, el amor de Titán y Angelina, Agustín el cambiante militante, Jacinto el poeta, Don Melchor, Don Monasterio, etc.
Las entradas y salidas, los cambios de bandera según gane uno u otro, los cambios de pañuelo de Agustín, que va pasando de un sector ideológico a otro, los viajes a «Murcia», armario en el que mucha gente pasó la guerra, todo lo va relatando Rufa y a su vez, anotando Carlos, entre achuchón y achuchón a su nueva novia, la imponente Virginia, cuya relación va en aumento y parece ir cambiando, al modo de Bill Murray en Atrapado en el tiempo, su manera de ver a las mujeres.
Con sorprendente y simbólico final, el autor riza el rizo volviendo el tiempo del revés y dándole al lector otro sobresalto. El periodismo da para mucho, desde luego. El autor, además de crear un simbolismo muy interesante con la casa de Conde de Aranda, muestra la guerra en su parte más humana, la guerra vivida por los civiles inocentes, los que no tienen ideología, los que han de capear el temporal y sonreír al ganador para sobrevivir. Y sobre todo, la muestra con un humor que a veces es francamente negro, pero otras es hilarante y muy divertido, y hace sobrellevar las desgracias de un modo simpático.
Por Fuensanta Niñirola