Basta con vivir
como quien da limosna.
El mundo es nuestra herencia.
Luis RosalesEL ORIGEN
En la nota final Carmen Amoraga confiesa la historia real que anida en el fondo y en la intención de Basta con vivir.
La historia de una mujer africana, no de Rumanía como en la novela, que fue vendida por su familia a un hombre que vivía en España condenándola a una cárcel de la que pudo escapar cuando esperaba su primer hijo gracias a la ayuda de una desconocida. Pero también la historia de Cosmina, a quien la autora dedica la novela, y que simboliza la tragedia de miles de mujeres que llegan a nuestro país engañadas y que viven sus tragedias ante nuestros propios ojos sin que queramos mirarlas. La trata de seres humanos es uno de los principales dramas del siglo XXI.
Aquí Amoraga recuerda que según un informe de la ONU contra la Droga y el Delito se producen al año más 40.000 identificaciones de víctimas de trata de seres humanos, la mayoría de ellas son mujeres y niñas. El 69% de la trata se realiza con fines de explotación sexual. Y que según los datos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en nuestro país, la prostitución representa un movimiento de capitales de 8,3 millones de euros al día. Una ingente porción de economía sumergida de la que las redes de trata de blancas no son ajenas.
Lo cierto es que Carmen Amoraga recuperó muchos años después aquella historia de la mujer africana, que había conocido en la entrega de unos premios de una asociación feminista, cuando paseando a sus perros dio con una señora mayor que había bautizado a su pequeño chucho con el nombre de una persona. Allí se le presentó con claridad el personaje de Pepa, contrapunto de la descarnada historia de la joven muchacha obligada a prostituirse, y personaje central de esta novela.
LA NOVELA
Pepa tiene muy mala uva y se muestra con una coraza inexpugnable en su día a día: jamás ha llorado en público. Sin embargo, si le preguntaran qué palabra define cómo se siente, no dudaría en responder “como una mierda” y sin duda se derrumbaría.
Pepa es una mujer madura que trabaja en una residencia de ancianos, la misma en la que vive su madre, Josefa. Se siente frustrada, piensa que ha malgastado su vida y que ya nunca podrá ser feliz, pero no cree que sea su culpa: la culpa es del resto, de todos, del mundo.
La culpa es de su padre, que murió repentinamente. De su madre, que al enviudar con sólo 50 años cayó en una profunda depresión. De sus hermanos Francisco y Manolo, que la obligaron a que dejara su empleo y a que se ocupara de su madre. De su novio, Ramón, que la dejó por otra mujer. De sus tres amigas, que ignoraron sus desgracias y se casaron y embarazaron casi simultáneamente. De su cuerpo, que en aquél verano funesto se despertó con un cáncer de útero la dejó estéril y definitivamente sola.
Durante los trece años que ha durado la enfermedad de su madre, la ha cuidado sin cariño y sin descanso y ahora vive su recuperación como otro golpe del destino contra ella. En la residencia, Josefa cree encontrar a su primer amor, Rafael, e inicia una relación con él. Pepa siente que nunca podrá salir de aquel pozo en el que cayó de joven. La amargura la corroe un día tras otro, junto a la única compañía de Ramón, su perro que ha bautizado como aquel novio que la dejó.
Una disputa con Pilar, una trabajadora de la residencia que le ha cogido manía, la obliga a cogerse unas breves vacaciones forzosas en enero. Una semana en blanco en la que Pepa ordenará la alacena, irá a la peluquería o visitará a una psicóloga, para contentar a su madre. Pero también se reencontrará con Paquita, una de sus viejas amigas a la que acaba de abandonar su marido, que se marchó con su joven secretaria, y Pepa, casi sin pretenderlo, volverá a ver el mundo que la rodea con otros ojos.
Así descubrirá a Crina, una joven rumana embarazada, que al parecer no habla ni una palabra de español. Crina pasea cada día por la plaza del pueblo valenciano de Miraval, parece desesperada y pide auxilio de manera silenciosa. La muchacha vive con una anciana del barrio, ex prostituta, y un joven negro, que la vigilan día y noche.
En realidad, Crina llegó a España engañada por su novio y cayó en una implacable red de trata de personas. La organización, que la obliga a prostituirse, la amenaza con cobrarse con sangre de su familia en Bucarest cualquier desobediencia. Es la tercera vez que Crina se queda embarazada en poco más de dos años de infierno, y en esta ocasión la red, en lugar de obligarla a abortar, planea vender su bebé.
Una brutal historia de sometimiento y crimen organizado en la que Pepa acaba entrando a base de intuición y de imaginación y de la que formará parte fundamental, sin llegar a saberlo.
De eso trata Basta con vivir, el esperado regreso a la novela de Carmen Amoraga, la celebrada autora ganadora del Premio Nadal 2014 por La vida era eso. Una obra tan descarnada como conmovedora y elocuente que habla de la posibilidad de superación y el crecimiento personal, cuando todo parece perdido y los trenes de la vida han pasado ya. Intensa y profunda, la novela avanza equilibrada a lomos de un narrador en tercera persona que focaliza el relato en un inteligente contrapunto entre la visión de las dos protagonistas: Pepa y Crina.
Un recurso que le permite a la autora no solo denunciar con valentía el drama de las mafias la trata de personas en nuestro país, sino también ir un tanto más allá, para bucear en los mecanismos de la resilencia, el crecimiento personal y la fuerza de la solidaridad entre mujeres. Un canto a la esperanza y a la superación que carga de sentido una obra tan implacable como conmovedora.
En suma, Amoraga da lo mejor de sí misma como narradora en Basta con vivir para recordarle al lector que, a pesar de la crueldad y la maldad que anida en el corazón humano, no todo está perdido, porque lo que cuentan son los pequeños gestos o, en definitiva, los actos. Así como descubre Pepa, a lo largo de esta historia, que no hay nada más egoísta que la generosidad, pero que este tipo de egoísmo es el que cuenta y el que en verdad vale la pena.
FRAGMENTOS
“Antes la miraba y sólo con eso ella ya sabía que Ramón quería oír su voz, sentir sus caricias. Piensa mucho en eso, en cómo se ha deteriorado su relación, mientras da vueltas en la cama, insomne, enfadada con Ramón que ronca y con el somier que cruje, y se pregunta en qué momento la vida se convirtió en una trampa de la que no puede escapar ni siquiera durmiendo”.
“A menudo le mira, a Ramón. Le observa en su sueño, tranquilo, y siente cierta envidia de su placidez. Se pregunta si no valdrá la pena ser como él, recuperarle, recuperar lo que seguramente nunca ha tenido y ser feliz. A lo mejor si sonriera más, las cosas serían distintas”.
“Una vez leyó en un reportaje que la gente no puede vivir sin afecto, que uno muere si siente que no le importa a nadie, que si encierras a un mono en una habitación con un peluche al cabo de un tiempo hallarás el cadáver del animal abrazado al muñeco de trapo.”
“Pero quiere vivir. Por eso concentra todos sus recuerdos en ese viaje de autobús, en esa revista médica, en esa mochila llena con la cazadora y los libros y el bocadillo de queso. En ese novio que la quería a ella y en esa madre que la quería a ella, y en esa ella que iba a cumplir todos los sueños que tenía desde pequeña y sería doctora en una aldea y a lo mejor tenía un perro y una cabra y un oso en una casa nevada en las montañas y cinco hijos. Cinco. Lo demás no es nada. No existe. Es negro. Es una noche que empieza. Así lo ha elegido ella. Para vivir.”
“…la obligan a esnifar cocaína para estar más eufórica y para que su deuda no haga más que aumentar. Ella les debe la que consume a diario, y los veinte euros que le cobran por la comida y la habitación en la que apenas pasa unas horas, y los dos mil setecientos cuarenta euros con veintiocho céntimos que, según Luca, costó el viaje de los dos desde Bucarest, y las flores, los bombones, los libros que le regaló, y las entradas del cine y de los conciertos a los que fueron juntos…”
“También piensa en la lotería que le ha tocado a su hija. La de parecerse tanto a ella. La de tener dentro de la cabeza un mundo que se parece muy poco al mundo real.”
“El primo dijo que también tenían que contar la cena de la noche anterior, y la caja de preservativos que Luca compró para acostarse con ella unas horas antes. Luca hizo un gesto, como diciendo, ay, qué bobo, casi lo olvido. Uno de los dos hombres preguntó si habían gastado todas las gomas y como le dijeron que no, pidió el resto para enseñarle a la nueva cuál sería su trabajo. Todos rieron. Ella odia la risa, desde ese día”.
“La vez que lo pensó, hacerlo, fue cuando se quedó embarazada de su tercer hijo. Al primero se lo quitaron con una pastilla, a los dos meses del retraso. Para arrancarle el segundo, la llevaron a un médico que la hizo abortar sin dirigirle la palabra. En las paredes de la consulta había fotos de bebés y ella pensó cuántas mujeres gestarían a sus hijos en el mismo lugar en el que a ella le robaban al suyo”.
“Pero en algún momento se jodió Perú. No sabe cuándo. Tampoco sabe lo que es Perú. Sabe que se jodió porque Pepa a veces, cuando algo le va mal o le parece que le va mal, lo murmura entre dientes, ay, Zavalita, ¿cuándo se jodió Perú?, ay, Zavalita, ¿cuándo se jodió Perú? No sabe cuándo, ni sabe tampoco lo que es Perú. Qué va a saber él. Si sólo es un perro”.
“Ese era su drama. Uno, al menos. Tiene muchos más, y para enfrentarse a todos ellos no ha encontrado mejor remedio que odiar al mundo, que apartarse de él, que darle la vuelta a aquel proverbio latino que rescató Unamuno, el de nada de lo humano me es ajeno, y convertirlo en todo lo de los demás humanos me la suda”.
“Y fue quitarse la boina y dejar de ser un viejo para convertirse en un monstruo. Un monstruo de los peores. De los que parecen normales. De los que te cruzas por la calle y no imaginas la maldad que pueden guardar en su interior”
“Ahora, con las fotos y todo eso, lo recuerda todo como si hubiera pasado en un día, pero en realidad todo pasó en un año, todo lo perdió en un año: el novio, las amigas, el pelo, la autoestima, los hijos, las ganas de vivir. Bueno. En realidad, las ganas de vivir no las perdió porque no las tenía. Le daba lo mismo. Mejor dicho, no le daba lo mismo: hubiera preferido que ese cáncer de útero se la llevase por delante en lugar de haberla dejado vacía por dentro. Así se sentía. Hueca. Vacía. Perdida”.
“—Nosotros somos invisibles, señora. Nadie quiere vernos. Da igual lo que hagamos o lo que no hagamos. Para ellos —les señala—, somos invisibles.”
“—Pero todavía estás a tiempo, Pepa. —¿De qué? —Pues de ponerte bien, ¿de qué va a ser? Ahí tienes el teléfono de la hija de la señora Carmina, que es psicóloga”.
“—¿Sabes cómo se forma el autoconcepto? ¿Sabes lo que es? Pepa niega con la cabeza. Carmina continúa. —Es la percepción de uno mismo, y la capacidad de autorreconocerse. Es un rasgo inherente al ser humano, que nos permite conocernos, reconocernos y definirnos. Verás, se desarrolla a partir de las experiencias y la imagen proyectada en los otros, no es algo innato. Es un concepto dinámico y se puede modificar con nuevos datos provenientes de una reinterpretación de la propia personalidad o de juicios externos”.
“Paquita dejó de reírse y bajó la voz, como si fuera a hacer una confesión. —He descubierto que no hay nada más egoísta que la generosidad. Cuando te portas bien con alguien, en realidad lo haces porque te sientes mejor tú, no para hacer sentir mejor al otro. El ser humano no es de fiar”.
“—Hija, es que aquí se lee mucho… Y Pérez Galdós decía que se ve con la imaginación, no con los ojos. Así que imagina lo que quieras que pase con ella. Imagina que está en su casa, con su madre, con su hijo. Pero imagina también lo que quieres que pase con tu vida, Pepa. Si quieres seguir como antes, o si quieres seguir como ahora, ilusionada, con ganas de hacer cosas, con ganas de vivir… Has hecho limpieza en todos los armarios, los de casa y los de tu cabeza. Y tienes una habitación nueva. Imagina lo que quieres que pase allí. ¿Qué es lo que quieres, Pepa?”
LA AUTORA
Carmen Amoraga (Picanya, Valencia, 1969) es licenciada en Ciencias de la Información y ha trabajado para radio y televisión. Ha sido columnista en diversos medios como Levante-EMV, Cadena Ser, Cartelera Turia, Mujer hoy o Harper’s Bazaar España. Ha sido asesora en relaciones con los medios de comunicación de la Universitat de València y actualmente es Directora General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana. Es autora de Para que nada se pierda (1997, II Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla), La larga noche (2003, Premio de la Crítica Valenciana),Algo tan parecido al amor (finalista del Premio Nadal 2007), El tiempo mientras tanto (finalista del Premio Planeta 2010), El rayo dormido(Destino, 2012) y La vida era eso (Premio Nadal 2014), entre otros. |