Decía el escritor argentino Ernesto Mallo que cuando se lee a alguien se sabe si el autor es buena persona o no. Que eso se cala en su forma de escribir. No sé si será del todo cierto, pero algo parecido -para bien- sucede con las obras de Benjamin Black. Por mucho que se empeñe John Banville en evitar que su maravillosa forma de escribir novela contemporánea no se le filtre a su alter ego de novela negra, no puede evitarlo. Y cada vez más las obras de su personaje, el forense Quirke, gozan de una calidad literaria que sobrepasa al llamado misterio que toda novela policíaca debe mantener.
Las sombras de Quirke es la séptima entrega de la saga del forense irlandés. Como anticipaba Banville hace unos meses, aquí Quirke se enamora, lo cual es mucho decir sobre una novela policíaca. Que un personaje así ceda al enamoramiento, disfrute de la compañía de su hija, se sienta tentado por antiguos amores y sufra con la enfermedad de su medio hermano Mal, demuestra que esta obra tiene mucho más de novela humana que de novela negra.
La excusa para esta obra parte del momento en que Quirke regresa a su trabajo en la morgue de Dublín. Es a él a quien llaman cuando aparece un cuerpo en el interior de un coche calcinado: todo apunta al suicidio de un funcionario advenedizo, pero Quirke no puede quitarse de la cabeza la sospecha de que algo no encaja. La única testigo se ha esfumado, han borrado todo rastro de ella. Al reunir las piezas de su desaparición, el patólogo se ve atraído hacia las sombras del universo de las élites dublinesas: sociedades secretas y política eclesiástica de altos vuelos, políticos corruptos y hombres con mucho dinero que perder.
Pero no se dejen engañar, el universo de luz, reflexiones y cultura de Banville impregna totalmente esta nueva obra. Con lo que mientras esperamos el gran bombazo que Banville nos está preparando con su nombre, podemos mientras seguir degustando estos aperitivos cada vez más sustanciosos de su trasunto Benjamin Black.