“¿Cuál puede ser una vida que comienza entre los gritos de la madre que la da y los lloros del hijo que la recibe?”. Con esa cita de Gracián Alice McDermott cierra su última novela, como queriendo resaltar la distancia entre la esperada senda de sufrimientos que aquel inicio pronostica y la asombrosa realidad que la evocación del pasado puede desvelar hacia el final. Realizando ese ejercicio de memoria desde su ciega vejez, la protagonista de ‘Alguien’ irá convocando personajes y situaciones en un intento por comprender los mecanismos que nos ayudan a sobrellevar “la confusión que nos provoca la vida”.
Fiel a sus raíces, McDermott sitúa el comienzo de la acción en el barrio de la comunidad irlandesa del Brooklyn de los años treinta, y usando hábilmente sucesivos flashforwards consigue darle a la vida de la narradora Marie Commeford, desde los siete años hasta su declive en una residencia, una consistencia de historia cerrada no exenta de la acción puntual del azar. Así sabremos de antemano de la enfermedad de la madre, o de la ineficaz lucha contra sus persistentes problemas de visión, consiguiendo una información que carga de sentido otras partes del relato.
Atenta a los detalles, a la textura de la luz, a su reflejo en los objetos, la narradora describe detalles de una cotidianeidad reconocible, como lo son también algunos de los caracteres humanos con los que convive durante su niñez y adolescencia. No faltan ni los sueños románticos de una vecina poco agraciada, ni el padre alcohólico adorado por su hija, ni las secuelas de la guerra, ni la crueldad de los preadolescentes o de los que arrastran su desgracia en forma de tara física.
En este entramado de sentimientos y afectos se imponen los familiares, sobre todo los de la madre hacia sus hijos, pero también los de la hija hacia la rigurosa madre o hacia el hermano brillante cuya vocación sacerdotal se verá rápidamente truncada. Y como sólido baluarte ante los miedos de Marie, la compañía de ese Alguien al que se refiere el título de la novela.
Porque la ubicua muerte y los ritos que la acompañan en la comunidad católica irlandesa recorren el texto desde el inicial accidente de la hija de los panaderos del barrio. De hecho la protagonista encontrará trabajo en la funeraria del señor Fagin, amable y pulcro admirador de la obra de Dickens, con el que se siente inexorablemente unido. Allí la todavía ingenua Marie se encarga de labores de oficina y de recibir y consolar a los dolientes. Un empleo similar al del protagonista de ‘Cuento de hadas en Nueva York’, la novela de J.P. Donleavy, otro conspicuo escritor descendiente de emigrantes irlandeses.
Entre las escenas que van componiendo el texto, destacan las que se desarrollan en la tercera planta del edificio de la funeraria, donde vive la madre del señor Fagin. Allí, con la presencia de sus amigas y alguna que otra Hermanita de los Pobres, se repasa la biografía de los recientes difuntos en amigables tertulias, usando su moral y sus prejuicios para reconstruir y modelar unas vidas que puedan encajar en un orden tranquilizador. En palabras de Marie: “se juntaban para contar como mejor sabían la historia de aquella vida, soplando palabras sobre los fríos rescoldos, me parece a mí y, de un modo u otro, conseguían reavivarlos”.
En definitiva, una historia para conmover, con sorpresas y sobresaltos manejados con precisión y eficacia. Otra visión del Brooklyn que Colm Tóibín llenara con sus personajes y al que Alice McDermott acaba siempre por regresar.