Ha sido escasa, hasta ahora, la difusión en nuestro idioma de la obra narrativa del escritor galo Martín Page, autor de una veintena de libros de ficción, obras de teatro y guiones de cine. Sería bueno que se lo difunda más, porque su mundo creativo es muy rico, dotado de originalidad y humor, tal como lo demuestra “La apicultura según Samuel Beckett”, novela corta publicada hace dos años en Francia.
Page, con bastante audacia, cuenta en términos de un aparente diario personal el encuentro que durante cuatro meses mantuvo un joven estudiante de antropología con el gran Samuel Beckett a quien asistió en la organización de sus archivos.
Sin embargo, en el prólogo se pone en duda que tal relación haya existido, como lo asegura un tal profesor Fabián Avenarius, de la Universidad de Reading, donde se conservarían archivos del autor de “Esperando a Godot”. En consecuencia, desde el mismo comienzo Page nos advierte sobre la ambigüedad esencial de su propio relato.
En cuanto a la novela en sí, el “diario” va contando las impresiones del joven estudiante sobre los diversos encuentros que va manteniendo con el gran autor irlandés radicado en París y que se produce entre junio y septiembre de 1985. Page ha recordado en diversas entrevistas, que Beckett fue leyenda en vida y lo sigue siendo aún en la actualidad. Con este libro ha buscado “desestructurarlo”, hablando de un hombre pleno, humorístico, irónico, que rehúye el contacto con el mundo precisamente para evitar su propia canonización.
Los falsos archivos
Decidido a desmitificar, a “jugar” con sus semejantes, como su asistente concluye muy rápido el trabajo encomendado, Beckett le propone continuarlo, pero haciendo algo distinto, incorporando elementos falsos a los archivos: “Hay que tomar a los archivos como una ficción construida por un escritor y no como la verdad”, dijo. “¿Y qué nos dice esa ficción? Ese es el trabajo de los investigadores” (p.26).
De esa manera y de otras, análogas, Page retrata a Beckett como un hombre muy vital, habitualmente mal entrazado, incluyendo el uso de una larga barba, dispuesto a las bromas y preocupado por cuestiones que podrían ser consideradas banales, como lo es hecho de mantener colmenas de abejas en la terraza del edificio donde vive, a las que brinda extremo cuidado.
Si bien el autor se tomó libertades para dibujar a “su” Beckett, sin duda tomó en cuenta opiniones concurrentes de quienes lo conocieron en la intimidad, como Phillip Sollers, quien en un libro expresó que el autor de “Molloy” era todo lo contrario a “una esfinge o a una momia impasible, un esqueleto nihilista, una abstracción fría e inhumana, un santo al revés”.
En el texto no hay apelaciones a la biografía de Beckett, que se sabe fue plena de detalles, ya se hable de su forma “arisca” de relacionarse con el mundo, su vida amorosa (tuvo relaciones simultáneas con dos mujeres hasta sus últimos años) o de la repercusión mundial de su gran obra dramática o de las sólidas ficciones que también escribió.
En su “diario”, el asistente cuenta cómo Beckett se interesó en la representación de “Esperando a Godot” que se lleva adelante en una cárcel de Suecia, con internos del lugar. En realidad, Page replica un hecho que efectivamente ocurrió, pero en San Quintín, famosa cárcel californiana, en la década de 1960, episodio en el que el dramaturgo estuvo muy involucrado.
En este caso, Beckett se maneja con una intensa correspondencia. La famosa obra representada en prisión lo lleva a reflexionar sobre el teatro que ven las clases acomodadas y el que, de manera muy escasa, llega a los sectores más marginados. Así el asistente cuenta que su admirado escritor “lamentó que los pobres solo tuvieran contacto con el teatro cuando están encerrados: en escuelas, prisiones, hospitales psiquiátricos. Como si hiciera falta un público cautivo que no pudiera escaparse. Esa situación no lo satisfacía”.
Page nos dice a través de su personaje que se ha propuesto, mediante el “diario”, obrar como “un antídoto contra la amnesia” porque se dice a sí mismo que a través de las páginas escritas podrá volver a estar con Beckett cuando quiera, “caminar por París con él, oírlo hablar”. Tratar de recordar sus ideas, muchas veces enfrentadas al propio Sistema.
Pequeña, pero efectiva ficción, “La apicultura según Samuel Beckett” es una propuesta que va más allá del intento de desmitificación apuntado, porque en pequeñas dosis el autor, a través de sus personajes, reflexiona sobre la creación, el arte, la misma sociedad en la que vive. Una propuesta atractiva e inquietante.
“Quienes conocen verdaderamente a Beckett saben que es muy diferente a la imagen seria en blanco y negro que deja ver al mundo. Todo está perfectamente pensado, me dije: construía una imagen estereotipada del ‘Samuel Beckett escritor’”.