En la selva próxima a la ciudad de Xilitla, a unos 400 kilómetros al norte de México D.F., se encuentra el complejo arquitectónico de Las Pozas: un alucinado conjunto de estructuras entreveradas con la maleza y los saltos de agua, formada por columnas gigantes, escaleras sinuosas, arbotantes y contrafuertes, fuentes y acequias. Su creador fue el escocés Edward James, mecenas del movimiento surrealista, amigo personal de Magritte, Buñuel, Dalí o Leonora Carrington, y personaje cuyas aventuras recrea Élmer Mendoza en su última novela para ilustrar el potencial de quienes no desisten de perseguir sus sueños, y confirmar la atracción que, sobre aquellos visionarios, ejercieron las ancestrales emanaciones de una tierra mágica.
Y no es que Mendoza, conocido autor de los narcothrillers protagonizados por ‘el Zurdo’ Mendieta, haya cambiado totalmente de registro, es que parece buscar ahora un soporte mítico para la cada vez más insostenible violencia que asola su país. Porque el relato se organiza alrededor del secuestro del padre de ‘el Capi’ Garay, un joven ninguneado por sus parientes, especialmente por su abuelo, y que tendrá que ocuparse de negociar con los secuestradores mientras su familia intenta reunir el dinero.
Para ello se desplazará a Xilitla, encontrando en el hotel donde se aloja un ejemplar de ‘El misterio de la orquídea calavera’. El texto relata las peripecias de Edward James para organizar la explotación de una plantación de orquídeas en aquellas tierras, tarea que se complicará al estar el terreno elegido bajo el control de una chamán a la que, al morir, su madre transmitió la obligación de mantenerlo libre de boas y orquídeas, protectoras y encubridoras de la orquídea calavera, cuya germinación debe evitar a toda costa.
La narración de Mendoza alterna entre los esfuerzos negociadores de ‘el Capi’ y sus conflictos amorosos, por una parte, y los enfrentamientos entre fuerzas antagónicas que se desatan en el texto encontrado, por otra. Además, el interés del protagonista por la lectura irá en aumento conforme vaya reconociendo evidentes conexiones entre la ficción y su propia realidad. Unos recursos si bien no originales, sí eficaces para mantener la atención del lector y llevarle a reconocer el carácter lúdico y ligero de una novela que, dejando muy ago el realismo mágico, se adentra en el permisivo terreno de la fantasía.
Ese tono de comedia se manifiesta también en algunos pasajes del libro que desconciertan al joven narrador. Son aquellos en los que Mendoza rinde homenaje no solo a los representantes más conspicuos del movimiento surrealista, sino también a otras relevantes figuras de su propio imaginario cultural. Es el caso de la insólita travesía en barco en la que encontramos a Edward James departiendo con Jung y el arquitecto Frank Lloyd Wright, a Juan Cruz pendiente del mareo de Remedios Varo, a Beckett preocupado por la seguridad de la embarcación, o a Chagall y de Chirico discutiendo sobre el carácter surrealista de la comida mexicana. Y al mando de la nave Pérez-Reverte, en clara retribución del cameo que este le hizo protagonizar a Mendoza en su novela ‘La reina del Sur’. Pero también se reunirán los más allegados a James en la inauguración de su parque onírico, a los que se sumarán personajes como Louis Aragon y Octavio Paz enzarzados en una disputa sobre el poder de la palabra, Escher admirando la enrevesada estructura llamada ‘La escalera al cielo’, o Stravinski interesado en improvisar un concierto junto a Led Zeppelin.
La inclusión de referencias culturales como estas son las que hacen diferente un texto voluntariamente ingenuo por momentos, en el que la novela de aprendizaje comparte espacio con el relato tradicional, aquel que presenta el combate entre las poderosas fuerzas del mal con las inagotables potencias del bien, una pugna elemental que, para Mendoza, tiene su correlato en la conflictiva actualidad de su región.