Sin duda, Irène Némirovsky fue una gran narradora y supo auscultar como pocos el comportamiento de los burgueses de la Francia de entreguerras, especialmente en la década de 1930 que fue el momento en que circularon sus excepcionales novelas (“El baile”, “Nieve en otoño”, “El caso Kurilov”, “El vino de la soledad”, “El maestro de almas”). “Los bienes de este mundo” forma parte de esta serie, aunque haya sido escrita un poco más adelante, en los comienzos de la década de 1940. Es, por otra parte, uno de los pocos textos de la novelista nacida en Ucrania que aún permanecía sin traducir al castellano.
En rigor, la novela nació como folletín publicado por el semanario “Gringoire”, entre abril y junio de 1941, sin firma, por la condición judía de la autora, a pesar de que ella había abjurado de la religión hebrea convirtiéndose al catolicismo.
Un dato que aporta la Wikipedia en inglés: el semanario “se animó” a publicarla a pesar de tener una posición favorable a los alemanes y al gobierno colaboracionista de Pétain. La novela fue presentada como la “obra inédita de una mujer joven” y al parecer se la publicó para ayudar a Némirovsky, que atravesaba graves problemas económicos.
Los censores de la época deben haber sido bastante obtusos (por suerte), porque basta con leer las primeras líneas de la novela para advertir la sutileza, la delicadeza, las finas ironías de Némirovsky, quien narra en treinta capítulos (que resultan relatos interrelacionados), la historia de la familia Hardelot, poderosa propietaria de una gran imprenta en el pequeño pueblo de Saint-Elme.
Las historias privadas, la Historia general
En el comienzo de la novela, que se ubica en los inicios del siglo XX, Agnês es una joven enamorada de Pierre. Sabe que es correspondida por el descendiente de la familia Hardelot, pero también es consciente de que Pierre está comprometido con Simone Renaudin, heredera de una gran fortuna, y que todo está preparado para que los Hardelot y los Renaudin fundan sus patrimonios casamiento mediante y consoliden a la imprenta, la más importante de la región.
No está vedado contar acá que Agnês y Pierre vencerán las dificultades y, para disgusto del todopoderoso abuelo de Pierre y de sus padres, el joven dejará a Simone para vivir con Agnês, que será de ahí en más su consecuente compañera.
Esas historias privadas se desarrollarán en el primer plano de la ficción, mientras que como “telón de fondo” aparecerá, con mayor o menor nitidez, la propia historia de Francia, especialmente en los capítulos referidos a la Primera Guerra Mundial, en tanto que en la parte final Némirovsky hablará a sus contemporáneos en presente, puesto que las acciones se vinculan con la ocupación de Francia por las tropas de Hitler, es decir situación que estaba ocurriendo cuando la novela fue publicada.
“No se debería pasar por esto”, dice Agnès en algún momento. “Esto” es la guerra, pero también es cuanto ocurre, les ocurre, en el período de paz, cuando los amores y los odios, la ambición y el desprendimiento, esos actos contradictorios propios de los seres humanos, se hacen presentes para ir cambiando las vidas intensas de los distintos personajes retratados. No debería pasar, pero acontece, y Némirovsky sabe contar con mucha convicción tales mutuaciones, el advenimiento de los nuevos tiempos, los cambios constantes de la vida.
Cuando despertó…
Dice bien Carlos Zanón en Babelia que en esta novela/folletín Némirovsky hace como si no reconociera la existencia del Dragón, es decir de la guerra y que ella produce iniquidades, que son los seres humanos quienes la generan. Interpreta que la Irène autora termina incurriendo en el mismo error en que incurrió la Irène mujer: “Creer que si no inoportunas al Dragón, el Dragón no te comerá”.
Por analogía, se podría remedar el cuento de Monterroso y decir que cuando ella despertó, el Dragón todavía estaba allí. De eso no quiso o (más probablemente) no pudo “darse cuenta” al escribir “Los bienes de este mundo”, dado que se trataba de sobrevivir en un medio hostil, pero sí tuvo total conciencia de lo que estaba ocurriendo cuando redactaba el largo e inacabado manuscrito que terminaría siendo “Suite francesa”, mientras corría una carrera contra el tiempo y la muerte.
Pero me parece pertinente precisar que aunque la observación de Zanón es válida, la novela tiene excelentes páginas, personajes y situaciones de alto voltaje. Es notable la capacidad de Némirovsky para repasar la vida de los franceses (sobre todo de las familias provincianas y burguesas) y para narrar esos momentos especiales (y, al mismo tiempo, cotidianos) que se experimentan cuando hay guerras.
En la Primera Guerra Mundial el convocado es Pierre, en la segunda, el hijo de Pierre y Agnès, Guy. Y entre ellos hay un gran desfile de personajes secundarios que tienen, en algún momento, algo para decir. La gran familia burguesa de los Hardelot, con sus luces y sus sombras, será en todo momento el eje del relato. Más sombras que luces en esta ficción marcada por el desasosiego, puesto que casi nadie encuentra el sitio adecuado en el cual apoyarse. Nadie, salvo Agnès y Pierre, quienes logran que prevalezca el amor, pese a cualquier adversidad.