Meritorio este libro de Haruki Murakami, por exhaustivo, “jugado” y nada dispuesto a las concesiones. Se trata de la investigación que realizó poco después del atentado contra el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995, cinco ataques coordinados de integrantes de la secta Aum, quienes esparcieron gas sarín causando trece muertes, cincuenta heridos graves y más de mil afectados.
Murakami, ausente de Japón durante años, había regresado en ese tiempo a su país natal y se interesó por el caso, tanto por el hecho en sí como porque le pareció que si lo investigaba le resultaría una forma apropiada de comprender a sus connacionales de una manera más amplia o, como él lo dice, “entender Japón a un nivel más profundo”.
Aum Shinrikyo o Verdad Suprema era una secta inicialmente inclinada al budismo y a diversas prácticas orientales, liderada por el gurú Shoko Asahara (nacido con el nombre de Chitzuo Matsumoto, en 1955), quien consiguió muchos adeptos en Japón en las décadas de 1980 y 1990. Se proclamó como un nuevo Cristo prometiendo a sus seguidores “la iluminación”. Para sumarse a la secta, los adeptos debían entregar vida y dinero y someterse a una existencia austera, plena de exigencias, luego de romper con el resto de la sociedad, familiares y amigos incluidos.
La secta fue radicalizando sus posiciones y so pretexto de que debía protegerse de agresiones y espías externos, decidió “pasar al ataque” y diseminar gas sarín (un gas tóxico y mortal) en el siempre atestado metro de Tokio. Las acciones fueron dispuestas por Asahara y cumplidas por sus servidores más próximos y devotos (en su mayoría profesionales en diversas disciplinas). Nunca fueron totalmente aclaradas las razones de esos actos criminales, pero no habría que descartar que el gurú haya querido de ese modo “precipitar” el fin del mundo que, según las creencias más difundidas en la secta, podría producirse en 1999. Por eso no puede extrañar que se dijese que Aum habría tenido la intención de emplear un helicóptero para rociar con sarín el cielo de Tokio…
Otra alternativa que se deduce leyendo el libro de Murakami, es que la secta se encontraba en una crisis, de identidad, de representatividad, y que no eran pocos los que empezaban a dudar de su gurú (a quien debían seguir devotamente y creer absolutamente en su infabilidad) y que ante ese panorama, Asahara, en su delirio mesiánico, haya buscado por ese terrible camino (o atajo siniestro) afirmar su autoridad.
Dos libros
En rigor, “Underground” está constituido por dos libros. El que ocupa la mayor parte del volumen se conoció a comienzos de1997 y en él hablan centralmente las víctimas del atentado, aparte de que Murakami agrega en un “epílogo” sus propias reflexiones. La segunda parte es diferente, porque se trata de una serie de notas que el autor de “After Dark” escribió para una revista de su país luego de aparecido el libro, basadas en entrevistas a algunos integrantes de la secta (no a los miembros principales, que estaban en la cárcel).
En esta segunda parte, Murakami “participa” más, en tanto que en la primera, en la que conversó con una treintena de personas, en su gran mayoría víctimas del ataque del gas, en general se abstuvo de opinar. Además de víctimas directas, también cuentan sus experiencias algunos profesionales y, al final, parientes de una de las personas que resultaron asesinadas en el ataque.
Unas palabras del subtítulo de “Underground” me han resultado significativas: “El atentado con gas sarín en el metro de Tokio y la psicología japonesa”. Estas tres últimas palabras me parece que tienen especial importancia, porque al lector ajeno al mundo nipón Murakami le abre varias puertas para rastrear, interpretar, “auscultar” el alma japonesa. Dado que desde múltiples maneras, el narrador se muestra casi como “extranjero” en su propio país, no debe descartarse la idea de que él también haya querido interpretar a su pueblo, comprenderlo de una manera más compleja.
El metro o subterráneo de Tokio tiene 13 líneas que recorren un total de 286 kilómetros por debajo de una de las ciudades más pobladas del mundo (más de 13 millones de habitantes). Lo utilizan nada menos que 2.500 millones de usuarios en el año y viajar en él termina resultando una experiencia traumática, dada la enorme cantidad de personas que ocupan sus vagones superpoblados.
Las víctimas entrevistadas por Murakami a lo largo de semanas no tenían la menor conexión entre sí, y pudieron ser ubicadas (para las entrevistas) luego de vencer diversos grados de dificultades en distintas partes de Tokio, o fuera de la gran ciudad. De ocupaciones y edades muy disímiles, las mujeres y los hombres entrevistados acusaban sin embargo no pocas coincidencias: se mostraban renuentes a contar sus experiencias, sufrían aún consecuencias físicas (y psicológicas) por haber absorbido sarín y, en reiterados casos, no lograban quitarse de encima una suerte de sentimiento de culpa.
Una férrea disciplina
La férrea disciplina laboral parece marcar a fuego a los japoneses, de cualquier edad, sexo y extracción social. En casi todos los casos, los afectados confirmaron a Murakami que se presentaban antes de horario en sus muy diferenciados trabajos y que permanecían allí por largas horas. Llaman la atención los esfuerzos que cada entrevistado manifestaba por hacer bien su tarea y no perjudicar a empresas y compañeros de labor, así como “querer cumplir” antes que nada con sus obligaciones laborales, decisión que reiterada, obcecadamente, mantuvieron luego del ataque, es decir a pesar de haber sido gaseados y de estar muy afectados por el veneno.
Otra constante que se destaca refiere a las dificultades que tuvo la mayoría de los afectados en “reconocer” lo inusual de la situación que se planteaba ante sus ojos, esto es, gente que de pronto comenzaba a toser y casi de inmediato a registrar convulsiones, a caer largo a largo, ya sea en los vagones o en los andenes del metro. Los entrevistados, en número inusitado, no terminaban de entender la gravedad de la situación porque no lograban “armar” una visión de conjunto, de manera que llegaban a conclusiones casi infantiles, diciéndose por ejemplo que algunas personas se habían enfermado de pronto o que si ellos, en lo personal, acusaban también síntomas extraños durante considerable tiempo, debían atribuirlo a patologías individuales, ajenas al gas venenoso.
En otro plano, Murakami y las personas interrogadas fueron coincidentes en que el gobierno no estaba preparado para afrontar una situación de esas características, pese a que un tiempo ago se habían registrado ataques muy graves, que terminaron adjudicándose a Aum, como fueron los asesinatos del abogado Tsutsumi Sakamoto, un letrado que combatió a la secta, y algunos de sus familiares. Sakamoto y familiares fueron asesinados en 1989 con inyecciones de una dosis letal de cloruro potásico, tras lo cual fueron estrangulados. Años más tarde por estos hechos fue condenado a muerte un integrante de Aum, mientras que Asahara también fue encausado en relación a dichos crímenes.
Asimismo, en 1995 se atribuyó a la secta el asesinato de Kiyoshi Kayira (previamente secuestrado), quien había dado refugio a una hermana que, luego de haberse integrado a Aum, huyó a la casa de su hermano cuando le exigieron que donara propiedades, además de dinero.
Asahara-Matsumoto ya había hablado un año antes del gas sarín y anticipado que en algún momento próximo se produciría el Armagedón o fin del mundo. Además del abogado Sakamoto, otros letrados hicieron públicas advertencias sobre la secta, pero en definitiva la policía no tomó medidas y en consecuencia, cuando se produjeron los ataques, en el metro de Tokio no existía ningún plan de contingencia ni se tomaron medidas inmediatas para afrontar la situación.
Las primeras víctimas
Quienes más sufrieron fueron los empleados del metro, los que (por total ignorancia sobre lo que enfrentaban), retiraron de los vagones las bombonas de gas sin tomar precauciones o, en otros casos, asistieron como mejor pudieron a personas afectadas (y por ende contaminadas) tomando contacto con el letal producto, esparcido en la ropa y/o en los cuerpos de las víctimas.
Tampoco los centros asistenciales estuvieron preparados para una situación que de inmediato los desbordó. Sólo un grupo de médicos, que tenían estudios previos sobre el gas, logró transmitir sus conocimientos vía fax a un número reducido de sanitaristas.
Estos hechos son expuestos con claridad por Murakami y las víctimas, las que sufrieron efectos colaterales y posteriores, dado que en diversas circunstancias no terminaron de ser comprendidos por sus allegados, respecto de las consecuencias ulteriores de haber sido gaseados, que se traducía en pérdida de energías, de visión ocular y de memoria, aparte de las tensiones psicológicas, que en sus trabajos y hasta en el entorno familiar muchas veces no se supo interpretar ni contener. No fueron pocos los que, a causa de esa indiferencia, perdieron trabajos o vieron quebrantados los lazos familiares.
En la segunda parte del libro desfilan diversos ex integrantes de Aum, en su mayoría arrepentidos por haber participado de la secta, aunque algunos persistían en ella. Aum ha cambiado de nombre y tiene hoy otro líder y escasos adeptos, pero no ha hecho un exhaustivo acto de contrición, aunque ha pagado indemnizaciones a diversas personas.
Lo que se concluye, luego de leer esta segunda parte, es que las sectas atraen a seres débiles, desde el punto de vista social, ajenos al consumismo, que buscan en caminos espirituales alternativos una “salida” que la vida, tan demandante, no les entrega. De ahí que resulte “cómodo” sumarse a un mundo paralelo que le escapa al mundo rutinario, proponiendo reglas estrictas de introspección, renunciamientos y sumisión.
“Usted también, lector”
Murakami trata de entenderlos, más allá de los cuestionamientos de todo orden que les hace, y le propone al potencial lector que haga lo mismo: “Debemos saber que quienes entran a una secta no son todos anormales, ni excéntricos, ni marginados. (….) Quizás se toman algunas cosas demasiado a pecho. Tal vez estén marcados por algún dolor. Les cuesta manifestar sus sentimientos y tienen algún trauma. No saben cómo expresarse y fluctúan entre sentimientos de orgullo e inadaptación. Yo podría ser así… y usted también, lector”.
Este intento de comprensión de un fenómeno complejo, le aparejó no pocos dolores de cabeza al escritor, especialmente de parte de familiares de las víctimas. Comprensible, el ataque con gas sarín conmovió profundamente a la comunidad nipona que reclamó castigos severos a los principales responsables de Aum.
De hecho, Asahara y varios más fueron condenados a muerte. Lo curioso es que pasados tantos años muchas de esas ejecuciones no se han llevado a cabo y el gurú sigue en estricto arresto, pero sin tomarse con él medidas definitivas. Los últimos grandes responsables de los ataques permanecieron prófugos durante mucho tiempo, al punto de que los últimos fueron arrestados dos años ago.
El presente volumen estaba necesitado de una actualización informativa que bien podría haber escrito el mismo Murakami. No se lo ha hecho, lo que le impide al lector más actual tener una visión completa no sólo de lo que significaron Aum y Asahara, sino lo que hoy mismo significan, o no, en la vida de Japón. Quizás una nueva edición palie dicho déficit.
Excelente reseña, muchas gracias Carlos. Me han dado ganas de leer tus cuentos.
Atte,
Big fan de Murakami en México