Con motivo del 150 aniversario del nacimiento del escritor y filósofo Miguel de Unamuno la editorial La Línea del Horizonte lanza una oportuna antología de textos y crónicas de viajes del pensador vasco por esta Península nuestra que parece haber cambiado menos de lo que cabría pensar. Me la estoy leyendo todavía, pero no puedo esperar para recomendarla. Me lo tomaré con calma porque no es libro de atracón, sino una delicia que conviene disfrutar línea a línea para solazarse en su prodigiosa actualidad. Si uno desconociera las fechas en las anduvo Unamuno por el mundo bien podría creer que ciertas páginas hubiesen sido escritas ayer. Muchas de las preguntas que se hizo el noventayochista y que recoge este libro son las mismas que nos seguimos haciendo algunos al cabo de un siglo, sobrevenida esta era nuestra de apáticos relativismos: ¿Pero es que nos interesa algo de veras?, se preguntaba hace más de un siglo don Miguel.
Es esta una magnífica ocasión de constatar lo que ya sabíamos y acaso estábamos olvidando: la deslumbrante calidad del pensamiento unamuniano y la articulación del mismo a través de un lenguaje no menos deslumbrante. El bilbaíno pasea su mirada histórica, ética y maravillosamente retórica por su España transitoria sin que le pase desapercibida la España subterránea que permanece y que discurre por debajo de los años y los siglos.
El paisaje siempre fue para Unamuno la lente desde la que escrutar la idiosincrasia del paisanaje que lo habita. Su mirada trae consigo la sobrecogedora presencia de tantos personajes, históricos y literarios, vinculados a la tierra que les vio nacer: el Cid, don Quijote, Carlos V, Cervantes. Pero lo que más nos gusta de las incursiones de Unamuno por la España castellana son, como en todos los libros de viajes, las reflexiones que brotan al hilo del pensamiento como la aulaga en los caminos. No me resisto a reproducir esta arenga dirigida a los jóvenes de entonces (recordemos que fue don Miguel catedrático en la Universidad de Salamanca), arenga vigente, más si cabe, para los jóvenes de ahora, abducidos por hueras corrientes populistas. Me ha producido escalofrío por lo profética:
“…advertid que es la ramplona frivolidad, que es la frívola ramplonería que os está cercando para devoraros el alma. Eso de pesimismo y optimismo es el lenguaje de la más hojarascosa tontería.
Hojarascosa he dicho, porque la tontería no tiene huesos; la tontería no es más que pellejo y hojarasca; la tontería carece de esqueleto, carece de línea, carece de estilo. La tontería no es más que superficialidad, fatal superficialidad –y a la vez superficial fatalidad-; la tontería no es más que frases hechas, lugares comunes. Y la peor tontería, la más tonta, es la que remeda la tristeza. Ya me lo habéis oído: listo sin talento es peor que tonto sencillo”.
Tal vez deberían purgarse con estas líneas los melindres artesanos del buenismo.