El abigarrado, barroco, críptico y paranoico mundo de Pynchon se vuelve más comprensible en su última obra, Al límite, que permite al lector seguir con la atención pegada al papel sin levantar la cabeza, pese a sus enciclopédicas definiciones, su jerga informática avanzada y su determinismo, pues al final nada cambiará y seis meses después del comienzo del libro llegará el 11-S.
La acción transcurre en el año 2001, en el Manhattan en el que están por ocurrir los ataques del 11 de septiembre. Es en ese escenario en el que se mueve la investigadora de fraudes Maxine Tarnow, judía, madre con dos hijos que, a pesar de su aparentemente tranquila y anodina vida, trabaja como detective en Sillicon Alley, donde se concentran buena parte de las empresas puntocom cuya burbuja ha estallado hace poco.
La lista de personajes dignos de un zoo prolifera en Al límite, sin desviarse de la línea central y el esquema de novela negra que Pynchon traza desde el principio. Maxine está investigando las finanzas de una empresa de seguridad informática que, sorprendentemente no cayó con la quiebra de las puntocom del año 2000, sino que sigue comprando otras empresas. Cada vez que Maxime levanta una piedra aparece el consejero delegado de esa empresa que parece ser omnipresente en el Sillicon Alley de Manhattan. Las cosas se complican y Maxine no tarde en verse metida en líos con un camello en una lancha motora art délo, un perfumista profesional obsesionado por la loción de afeitado de Hitler, un esbirro neoliberal con problemas de calzado y sed de redención, la mafia rusa, inversores blogueros, hackers, hipsters, y programadores, algunos de los cuales empieza a aparecer muertos en extrañas circunstancias.
Por supuesto, Al límite no deja de ser una novela de Pynchon, en la que las teorías de la conspiración abundan, pero el autor se niega -y más en el tema del 11-s- a dar respuestas definitivas, excepto para implicar a aquellos individuos y organizaciones en posiciones de poder que se beneficiaron enormemente de la tragedia (fueran o no los autores del atentado).
La crítica anglófona fue unánime y rotunda para esta novela. Tanto The New York Times como The Guardian hablaron del Pynchon de este libro como una de las versiones más destiladas de sí mismo. De hecho, Al límite le hizo merecedora del National Book Award 2013, 30 años después de su gran novela mosaico El arcoíris de la gravedad.
Pynchon tiene el hábito de escribir sobre los grandes acontecimientos histórico-militares. Por ejemplo, El Arco iris de la gravedad es una novela sobre la Segunda Guerra Mundial en el que la misma guerra brilla por su ausencia, excepto en algunos flashbacks tangenciales, y en Contraluz la acción se traslada desde la inminencia de la Primera Guerra Mundial hasta sus consecuencias. Por eso no sorprende que Al límite se base en los sucesos del 11-S. Como decíamos antes uno de los conflictos para el lector es saber el final de la trama, su inevitabilidad, el conocimiento de que nada de lo que sus personajes puedan hacer o decir va a cambiar el desenlace, lo cual hace de su difícil situación y de cualquier intento de encontrar algún medio de escape algo heroico, impotentemente humano. Tan impotente como el lector que sabe que sus personajes van trastabillando hasta caer. Por eso, sus obras pese a ser tan intrincadas y complicadas siempre miden las dimensiones humanas completas de esas preocupaciones cotidianas antes del desastre.
Decir que es más comprensible y accesible que los anteriores títulos de Pynchon, no obstante, no significa que sea adecuada para cualquier tipo de lector. Pynchon mantiene el nivel de lector avanzado para quien quiera acercarse a sus obras.
Thomas Pynchon
nació en Nueva York en 1937, y de él apenas se sabe que estudió ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell, donde fue alumno de Vladimir Nabokov (aunque éste no recordara haberlo tenido en clase), que redactó folletos técnicos para la compañía Boeing, que envió a un cómico a recoger el National Book Award, y que vive en Nueva York. Tusquets Editores ha publicado la integridad de su obra de ficción, compuesta por las novelas Vineland, La subasta del lote 49, El arco iris de gravedad, V., Mason y Dixon y Contraluz, y el libro de cuentos Un lento aprendizaje. Vicio propio, su novela más reciente, adopta las claves genéricas de la novela negra, por más que en esta elegía a los años sesenta no haya cejijuntos detectives alcoholizados y la protagonice un memorable hippy fumeta, tierno, desacomplejado, ingenuo pero más espabilado de lo que parece y con un sentido natural de la justicia.