Así, Shun’ichi es un programador informático casado en segundas nupcias con Saeko, su joven vecina a la cual oía llorar por las noches a través de la pared. Ella ha heredado y desarrollado un autoempleo mediante el mantenimiento de máquinas expendedoras que tienen situadas en la fachada de su casa. Viven una existencia tranquila, sin obsesiones materialistas, invisibles para su entorno y con el único apoyo del amigo que resulta ser su propia pareja. Trabajar, comprar, cocinar, pasear suponen el horizonte inalterado mes tras mes… hasta que llega su año, el año de Saeko.
Saeko y Shun’ichi deciden aceptar la proposición de sus cuñados sin saber lo mucho que cambiará su vida al hacerlo.
No, no es el cambio que todos supondrían, no hay celos, tensiones ni conflictos éticos, no. Saeko somatiza los síntomas de una vecina mayor que va perdiendo la cabeza poco a poco. Shun’ichi se sume en una introspección de índole espiritual con abundantes reflexiones sobre la vida y la muerte, la naturaleza, la necesidad de buscar sentido a la vida, mientras se vuelca en el cuidado de su esposa.
El paso del tiempo marcado mes a mes en este año de Saeko, las diferencias de clima, las aficiones de uno y otro personaje, el contacto con el mundo que les rodea… todo eso crea una atmósfera diferente de la moderna sociedad de consumo arrastrando a la espiritualidad oriental el desarrollo de la trama, apuntando al objetivo final de una vida calmada en un ambiente natural sin las tensiones del día a día.
Katayama escribe una historia de amor muy alejada del típico uso del término hoy día y demostrando que la felicidad en la pareja se obtiene más con la convivencia tranquila que con los excesos cotidianos.
Pepe Rodríguez