Sus mejores obras parecen ser los relatos y sus temas, los autobiográficos. De hecho, es en esta obra, Un año de escuela en Trieste, donde se aúna el relato y los elementos autobiográficos. Los años de la adolescencia y primera juventud, las pasiones, los primeros amores, los fuertes lazos de amistad, y a la vez, los celos, las incomprensiones, los desamores y la soledad, vivida por los adolescentes de un modo brutal. El tema de la muerte y la enfermedad sobrevuela por encima o en el trasfondo, endémico en la literatura triestina, del doliente Svevo, por ejemplo. Pero Stuparich, al menos en este relato, deja ago todas estas oscuras premoniciones; el grupo de amigos, como lo fue el suyo en su juventud, se dispersa por vías naturales, aunque hayan habido escapadas, intentos de suicidio, amores volátiles y amistades peligrosas. La enfermedad de la hermana de Edda, funciona como contrapunto, recordándonos que en el mundo cotidiano sigue la vida con sus luces y sus sombras.
En este relato, todo gira alrededor de un grupo de amigos estudiantes en su último año de bachiller antes de la universidad. La protagonista femenina, Edda Marty, con su decisión por estudiar en el instituto masculino, provoca toda una revolución en la clase: de repente, todas las relaciones cambian, el equilibrio se rompe, la atención se concentra en Edda, que actúa como una bomba de relojería, a punto de explotar en cualquier momento. Su mera presencia enloquece al grupo de muchachos, que inmediatamente revolotean, como mariposas nocturnas alrededor de una luz que acaba por quemarlas. Y la misma Edda, cuyo vuelo icárico la hace subir y volar, hasta que llega un momento en que traspasa los límites y cae.
A lo largo de un curso escolar, en una edad efervescente de emociones y proyectos, asistimos a juegos, paseos, estudios, conversaciones, besos y amores furtivos, hasta que surge el detonante que hace explotar la frágil maquinaria de las emociones juveniles. El intento de Edda de ser “una más” fracasa; no se da cuenta de su tremendo poder atractivo como mujer hasta que las consecuencias llegan a un nivel intolerable. Aún así, el tono de la narración, con un leve acento de melancolía, resta importancia dramática a lo que efectivamente, desaparece con la edad. Pasa el curso, y la vida sigue, cada uno con su propio afán.
Ariodante
Octubre 2010
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