La historia de Roma nos ha llegado por muy diversos medios: literarios y científicos. Desde la virgiliana Eneida y las diversas leyendas mitológicas sobre el surgimiento de Roma pasando por los historiadores romanos, desde el propio Julio César comentando la guerra de las Galias, Tácito, Diógenes Laercio, Salustio, Tito Livio, Suetonio, Cicerón, etc. por citar solo a unos pocos entre los clásicos. Y en el siglo XVIII, Gibbon, además de nuestros contemporáneos Grimal, Goldsworthy, y otros. Los historiadores, por una parte, han analizado toda la información procedente de la arqueología y los documentos históricos; los escritores, por otra, nos han estado contando narraciones basadas en personajes que existieron, dando vida a escenas del pasado, imaginando cómo pudieron vivir, pensar y morir.
Pues bien, Isabel Barceló, estudiosa y amante de todo lo romano, percibió un hándicap en la historiografía romana: ¿Qué papel jugaban las mujeres? ¿Dónde están las mujeres en la historia de Roma? ¿Qué mujeres recordamos ligadas a Roma? Y puesto que la respuesta no era clara, se lanzó a investigar, siendo este texto el resultado de esa investigación, realizada en Roma durante seis meses del año 2004, gracias a una beca Valle-Inclán concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores, para una estancia en la Real Academia de España en Roma.
No es esta obra una novela, aunque hay tramos en los que se narran hechos de un modo casi novelesco. No es propiamente un ensayo histórico, aunque lo parezca; no es en absoluto un texto académico, si bien se rige por una estructura lógica y engarza unos temas con otros de un modo casi arquitectónico. ¿Qué es, pues? Es un doble alegato, en pro de la Mujer y de Roma. Una geografía romana con la Mujer como protagonista y como guía. Porque si bien Isabel cuenta las historias de muchas mujeres romanas o que tuvieron una íntima relación con Roma, al mismo tiempo nos habla de la ciudad, sumergiendo al lector en ella, en su historia y arquitectura, el trazado de sus calles y las vicisitudes que cada rincón romano ha sufrido a lo largo de siglos.
El planteamiento es hacer un recorrido por la urbe romana recordando en cada rincón, plaza, calle, puerta o monumento, qué ocurrió allí y qué mujer holló con su sandalia o zapato tal o cual lugar, por qué se llamó de tal modo a ese sitio, y qué leyenda o hecho documentado se encuentra detrás de una simple columna rota o de un oscuro callejón, de un sendero boscoso o de las ruinas de un templo.
Por consiguiente, Isabel Barceló se adentra en la ciudad, comenzando por su entrada más antigua, la Vía Appia. Y a lo largo de los quince capítulos va saltando en el tiempo y el espacio, de una colina a otra, del Palatino al Esquilino, del Pincio al Campidoglio, y de un siglo a otro, sin seguir más orden que el enlace proporcionado por el lugar. Así, aunque principalmente habla de mujeres de la Roma clásica, también nos dará noticia de mujeres del Renacimiento y del Barroco, de la época napoleónica e incluso del Risorgimento. No llega a la contemporaneidad, pone freno en el siglo XIX, el siglo de la unidad italiana, contándonos los últimos y emotivos momentos de Anita Garibaldi.
Cecilia, Horacia, Agripina, Livia, Gala Placidia, Artemisia, Paolina, Anita…nombres más o menos conocidos engarzados con otros desconocidos, de los que Barceló reconstruye o imagina, como mujer, sus sentimientos y reacciones naturales dentro de los parámetros de la época y la cultura romanas. Leyendas como las del surgimiento de Roma, festejos como las Lupercalia, hechos guerreros como la batalla entre Horacios y Curiacios, la traición de Tarpeya, la tragedia de Beatrice Cenci, la leyenda negra de Lucrecia Borgia, …y no solo historias personales, sino momentos históricos en los que la intervención de las mujeres en grupo, como en el caso de los Gracos, o la primitiva invasión gala, o el rapto de las sabinas, es relevante y cobra una importancia capital.
Las mujeres romanas libres, las matronas, gozaban de una serie de privilegios y de derechos, que, comparados con otras culturas como la griega o la egipcia, eran muy superiores; si bien no podían participar directamente en la política, tenían gran influencia en los varones que sí lo hacían. Y su status jugaba un importante papel en el desarrollo de la vida romana. Sin embargo, poco se sabe de ellas por los libros de historia. Y a veces, se tergiversa su posición. Por consiguiente, el esfuerzo desarrollado por Isabel Barceló es muy loable, puesto que recupera para el lector una serie de nombres femeninos ligados a la ciudad de Roma que nos ilustran doblemente sobre los rincones de la histórica urbe. Muy bien hilvanadas unas historias con otras, siempre siguiendo recorridos urbanos hacia ago o hacia delante. Por la Vía Appia desfilaron tanto las tropas romanas y las albanas como las de Carlos V; por la “cuesta del crimen” subía Vanozza y sus hijos Borgia, como lo hicieron siglos ago los Tarquinos; por las calles del Trastevere corría la Fornarina, para encontrarse con el divino Rafael, pero también correrá la garibaldina Giuditta Tavani; por la colina del Janículo (morada del dios Jano) subió penosamente Anita Garibaldi para encontrarse con su esposo, pero siglos ago Clelia y otras jóvenes romanas huyeron ladera abajo hasta el Tíber, escapando de las garras del rey Porsena. La Piazza del Popolo y los adyacentes jardines del Pincio tienen muchas historias que contarnos, así como recorrer la actual vía del Corso (antes vía Flaminia) nos hará rememorar otras vidas como la de la pintora Artemisia Gentilleschi, o la de Goethe y su amante romana.
Personajes no romanos pero sí ligados a Roma son diversos, como la reina Cristina de Suecia, cuya estancia romana fue memorable; o Paolina Bonaparte, o incluso Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, cuya corte estaba en Rávena, o Elena, madre del emperador Constantino. No vamos a repetir aquí todos los lugares citados en el libro, pero sí insistir en que la difícil ligazón entre unos y otros está resuelta de tal modo que pasamos de una época a otra muy distinta casi sin notarlo, por las continuas referencias a los distintos espacios. Y con un estilo llano, poético a veces, descriptivo otras, evocador siempre.
Comienza por la Vía Appia y acaba por el valle de la Venus de los Mirtos, o Valle de Murcia, (después Circo Máximo) donde se puede localizar propiamente el comienzo de Roma. Y el recorrido resulta delicioso y ameno, interesante y siempre cercano, ya que el origen de Roma es, en una importante medida, nuestro origen como país latino, del que podemos considerarnos sus descendientes.
La autora misma dice en su introducción: “He tratado de contribuir a esa empresa (el rescate de la memoria femenina) buscando en la Roma de nuestros días el rastro de aquellas mujeres para acompañarlas en sus momentos críticos. Me he sentido muy cerca de ellas. He aprendido de ellas. Y espero haber transmitido la emoción, la admiración y el respeto que han suscitado en mí.” Y efectivamente, lo trasmite de modo excelente. Este es un libro que afectará no solo las mujeres, sino también a los hombres, porque todos forman parte de la historia de Roma y de la historia de la humanidad.
Por Fuensanta Niñirola