Naoya Shiga. – “Seibē y las calabazas”

FOTO portada Shiga
Ningún escritor japonés moderno ha sido más idolatrado que Naoya Shiga. Seibē y las calabazas es una buena muestra del estilo claro y conciso, en ocasiones lírico, del «dios del cuento japonés». El objetivo de su escritura es evocar la plenitud de la experiencia humana a través del mínimo lenguaje posible, y, a tenor de su fama como cuentista durante el siglo XX, podemos estar seguros de que lo consiguió.
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Naoya Shiga (Miyagi, 1883-Tokio, 1971) nace en el seno de una familia acomodada. Fue criado por sus abuelos, que ejercieron una gran influencia durante su infancia. Lo apartaron de su madre, que falleció cuando él tenía 12 años.
Estudió bachillerato en el Gakushūin, uno de los institutos más elitistas de Japón, e ingresó en la Universidad de Tokio en la especialidad de literatura japonesa, para luego cambiar a literatura inglesa. Allí inicia su carrera literaria con sus compañeros Saneatsu Mushanokōji y Ton Satomi, entre otros, con quienes funda la revista Shirakaba. Por otra parte, entra en contacto con el cristianismo a través de las enseñanzas de Kanzō Uchimura durante siete años. En 1912, tras numerosos conflictos con su padre, se traslada a Onomichi, en Hiroshima.
El matrimonio que contrae con Sadako Kadenokōji en 1914 empeora la relación con su padre. En 1917 presenta En el cabo de Kinosaki, basado en sus vivencias durante la recuperación de un accidente de tren. Poco después vuelve a la amistad con su padre, lo que le lleva a escribir Reconciliación.
En 1937 finaliza su novela larga Una noche oscura pasando, que se publica por entregas en la revista Kaizō. Su redacción abarcó un total de dieciséis años, desde 1921, incluyendo varios intervalos de descanso.
En su país natal se le conoce como «el dios de la narración» a raíz de su relato El dios del aprendiz, y también como «el experto en el realismo» por su estilo nítido, limpio y poético.
Las veintitrés mudanzas que hizo a lo largo de su vida le aportaron experiencias que vertió en diversos cuentos, como Seibē y las calabazas y La hoguera.
Convertido en una eminencia literaria, en 1949 se le concedió la Orden de la Cultura. En 1955 se publicó la segunda compilación de sus obras, en diecisiete tomos, en la editorial Iwanami shoten (en la actualidad se compone de veintidós tomos). Al año siguiente escribió La línea blanca, que dedicó a la memoria de su madre.
Entre los escritores con los que tuvo contacto se cuentan Natsume Sōseki, Ryūnosuke Akutagawa, Osamu Dazai, Jyunichirō Tanizaki y Takiji Kobayashi. Falleció a los 88 años.