“Atrapadores de polvo”, la primera novela de Lucie Faulerová, llega a España de la mano de Huso ediciones.

Por Luciana Prodán

 “Fue el peor momento de su vida, es decir, sin contar todos los demás. Fue el peor momento de mi vida, es decir, sin contar todos los demás”, sentencia Ana, personaje principal de esta novela, cuando abre el juego y comienza a provocarnos desde la primera página.

O cuando Lucie (editora, correctora y escritora) comienza a interpelarnos. A dejarnos quietos, casi sin aliento y expectantes, intentando desenmarañar un monólogo interior (tan denso y oscuro como el polvo) que se fusiona y se atraganta con su otro yo: la voz de un narrador sarcástico, determinante y compasivo, que se esconde detrás del telón de su propio destino con la única intención de transformarse en víctima, victimario, juez y testigo de una historia que ¿no le pertenece?

¿Quiénes somos? ¿Qué deseamos? ¿Cómo nos vemos? ¿Cómo no ven?, son algunas de las preguntas que Ana no dice, pero se repite casi de manera compulsiva durante toda la novela. Y lo hace porque no soporta mentir ni mentirse. Lo hace porque no soporta ver cómo los demás viven disfrazando su propia realidad (aunque eso los sentencie a vivir ahogados detrás de sus falsas y repugnantes caretas).

Acumuladora de objetos inútiles (comprados o robados), soltera y telefonista de profesión, Ana es una mujer melancólica, pero combativa. Capaz de pelear por sus ideales y sus derechos  a plena luz del día, pero que, con el paso de las horas, se va deshilachando como si fuera un  un vestido (hermoso y añejo) que se resiste a romperse, pero que está lleno de heridas y roturas que no puede ni quiere disimular.

 Heridas que, cuando llega la noche, se ocupa de limpiar y bendecir con el mismo alcohol que la acompaña y la abandona. Por la misma soledad que termina dejándola desamparada y tirada en el living de su casa entre botellas, sueños y vasos vacíos.

Los mandatos, la familia, las traiciones (y todos esos secretos que la intoxican, pero que no puede terminar de metabolizar), son algunas de las obsesiones que persiguen a Ana durante todo su relato. El monólogo interior se vuelve oscuro, denso, luminoso. Su voz se transforma en un eco que otra vez nos invita a sentir, a vivir, a ¿pensar?

“El estilo narrativo de Atrapadores de Polvo puede tornarse caótico”, dice la contracubierta del libro, y eso es cierto, pero por suerte Lucie logra tomarnos de la mano y hacernos saltar y soltar cada pasaje de tiempo con una habilidad admirable. Por eso, no se pierdan esta oportunidad… Confíen en Lucie y déjense llevar. Leerla es, entre otras cosas, animarse a saltar sin mirar. A salvarse sin querer. A morir y resucitar a tiempo.