Reseña de Cuando los inviernos eran inviernos

Cuando los inviernos eran inviernos ha resultado ser el libro más amable y cautivador de los últimos tiempos. Esta historia de una estación se aleja del canon academicista para sumergir al lector en un viaje ameno y entretenido por todo lo que hace del invierno una estación separada, diferente y única. Y lo hace con un diálogo continuo con el lector, preguntando y respondiendo las cuestiones que se van formando en su mente y cuyas respuestas no dejan de ser admirables y sorprendentes.

Así, ¿por qué la nieve es blanca? 

¿Cuánto pesa un m3 de nieve? 

¿De donde proviene la felicidad de los niños cuando se lanzan bolas de nieve?

¿Cuál es la mejor madera para la chimenea? 

¿Por qué nos sume el invierno en un estado de melancolía? 

¿Es el frío psicológico como algunos despreocupados afirman? 

¿Por qué se cree que el invierno es una estación mala? 

¿Es cierto que los inuits tienen un montón de palabras larguísimo para referirse a la nieve?

¿Cuál es el sitio más frío del planeta? 

¿Puede hibernar el ser humano? 

¿Es cierto que ha habido pequeñas edades de hielo recientemente 

¿Papa Noel y la nieve siempre han sido compañeros? 

Estas y otras muchas preguntas encuentran respuesta en esta obrita tan bien elaborada, que se lee con una sencillez magistral y que nos hará disfrutar de la estación en la que nos encontramos al conocer mucho mejor sus secretos.

Este es un ensayo donde se considera el invierno desde múltiples perspectivas—histórica, biológica, antropológica—y se compendian algunas de sus voluptuosidades, como el enorme placer de deslizarse en esquís sobre una pendiente de nieve virgen, o el de descubrir una cabaña humeante, como una isla en mitad del mar de nieve. 

Antes que desaparezca como tal, Bernd Brunner captura la esencia de una estación, más preciosa aún en la era del cambio climático, que es posible amar pese a sus rigores.