El último Leonardo, de Ben Lewis

LAS VIDAS SECRETAS DEL CUADRO MÁS CARO DEL MUNDO

Durante dos siglos, los comerciantes de arte buscaron en vano el Santo Grial de la historia del arte: un retrato de Cristo como el Salvator Mundi de Leonardo da Vinci. Los ayudantes de Leonardo habían realizado muchas pinturas similares de gran calidad a principios del siglo XVI. Pero ¿dónde estaba el original pintado por el propio maestro? En noviembre de 2017, la casa de subastas Christie’s anunció que lo tenía y a partir de ahí comenzaron a crecer las sospechas.

EL ÚLTIMO LEONARDO cuenta la emocionante historia de un fascinante ícono con el poder de destruir la reputación de eruditos, multimillonarios, reyes y jeques. BEN LEWIS lleva al lector al estudio de Leonardo en la Italia del Renacimiento; a la corte de Carlos I y a la guerra civil inglesa; a Ámsterdam, Moscú y Nueva Orleans; a las galerías, a las casas de subastas y al taller de restauración mientras la pintura emerge lentamente, con esmero, de la oscuridad. En este apasionante recorrido por la historia se trazan las vicisitudes del mercado secreto del arte a lo largo de seis siglos. Un relato imprevisible de genios y oligarcas, de cruces y desapariciones, en el que nunca se encuentran certezas indiscutibles.

Por encima de todo, El último Leonardo es una historia de aventuras sobre la búsqueda de un tesoro perdido y, ante todo, sobre la búsqueda de la verdad.

«Un thriller sin ficción que descubre las verdades ocultas del Salvator Mundi de Leonardo da Vinci, la obra maestra que se vendió por 450 millones de dólares y que podría no ser auténtica».

POR QUÉ LEER EL ÚLTIMO LEONARDO

Este año se conmemoran los 500 años de la muerte de Leonardo Da Vinci y Paidós lo celebra con esta fascinante perspectiva de la historia de Salvator Mundi. ¡Un thriller sin ficción que no puedes perderte!

SUMARIO

PRIMERA PARTE

1. Vuelo a Londres

2. El nudo de nogal

3. Un tesoro enterrado

4. Papel, tiza, lapislázuli

5. ¡Zing!

6. La pista azul

7. Vince, Vincia, Vinsett

SEGUNDA PARTE

8. El cuadro del rey

9. Pequeños Leonardos

10. El cambiazo del Salvator

11. La resurrección

12. Perdido en la multitud

13. El alto consejo

14. Showman e ingeniero

15. El mayor espectáculo del mundo

16. El Cook que nadie quería

TERCERA PARTE

17. Icono en un paraíso

18. D. E. P. Leonardo da Vinci

19. Diecinueve minutos

20. Hay una casa en Nueva Orleans

21. Espejismo en el desierto

22. Estado frágil

Epílogo

Agradecimientos

Biografía

Lista de ilustraciones

Prólogo. La leyenda de Leonardo

Ben Lewis

© The New York Times

Es un aclamado documentalista, presentador de televisión, autor y crítico de arte especializado en el mercado y la historia del arte.

Ha escrito sobre arte en Prospect Magazine, Evening Standard, The Observer, The Times, Libération y Die Welt. Ben Lewis ha hecho aportaciones en documentales como The Great Contemporary Art Bubble, A Banker’s Guide to Art y en la serie de televisión Art Safari.

Prólogo: La leyenda de Leonardo

«Hace varios siglos, en una época en que aún regían el mundo monarcas y duques y condesas vestidas de terciopelo y brocados dorados, vivió un hombre nacido fuera del matrimonio, de ánimo tan bondadoso como infinita era su curiosidad, viva su inteligencia y hábiles sus manos. Ese hombre fue ingeniero, arquitecto, diseñador y pintor (el más grande, según muchos, de cuantos habían vivido jamás). Un genio, dicen algunos, que había alumbrado el advenimiento del mundo moderno. Sus pinturas eran a un tiempo realistas e idealizadas, lo más hermoso que se hubiera visto hasta entonces. Estudió el mundo natural hasta comprender sus mínimos detalles — desde las hojas de los árboles hasta las zarpas de los osos— y sus reglas ocultas — como las proporciones del rostro y el cuerpo humanos—. Oteaba en la distancia y escudriñaba de cerca la realidad, abocetando los tenues horizontes de las montañas y retirando la piel de los seres humanos para poder observar los músculos y las arterias que escondían.

Pero ese artista también era un enigma. A su muerte, dejó misterios y trampas para quienes quisieran celebrar su memoria y preservar su legado. A veces, pintaba sus obras maestras con colores que se desvaían o se desprendían de la tela antes incluso de que las acabara; en ocasiones las sellaba con barnices que las oscurecían más y más con el transcurso de las décadas. Como muchos grandes hombres, parecía no dar mayor importancia al don que Dios le había concedido, ya que pintaba poco y despacio, y prefería enterrarse en cuadernos que llenaba garabateando ideas magníficas de ingenios que no tenía ni la paciencia ni los medios técnicos para construir. Pintó menos obras que ningún otro gran artista de la historia, y aún son menos las que han sobrevivido hasta hoy: dieci-nueve, a lo sumo.

En los siglos que siguieron a su muerte, la gente se desvivía por poseer obras suyas; nunca había cuadros suficientes de aquel artista para saciar el anhelo del mundo por sus imágenes. Proliferaron mitos y teorías sobre cuadros suyos que se habían perdido, escondido o repintado. En las instituciones de enseñanza consagradas a las artes, no había vocación más elevada que el estudio de su obra; y entre los académicos que analizaban su arte, no cabía mayor gloria que descubrir, perdido u olvidado, un lienzo salido de su mano.

Era un terreno espinoso, y, si uno resbalaba, punzante. El artista jamás firmaba ni databa sus obras. Tuvo muchos discípulos, a los que enseñaba a pintar con tanta pericia como él, imitando exactamente su estilo, y que realizaron cientos de copias de sus cuadros. De vez en cuando, como documentó un contemporáneo, añadía él mismo los últimos toques, un hecho que aún confundiría más a la posteridad. Conscientes de los riesgos, los estudiosos más sensatos procuraban resistirse a la tentación de identificar un cuadro perdido, y optaban antes por examinar un fragmento desatendido o una frase a medio terminar de los cuadernos del artista. Pero muchos acababan por sucumbir al reclamo del tesoro escondido. Los pasillos de las bibliotecas de historia del arte estaban repletos de fantasmas dolientes de profesores que habían visto la obra de sus vidas destrozada por la quimera de un «nuevo» Leonardo que creyeron haber hallado; los titulares, las crónicas y las celebraciones que habían saludado su hallazgo daban paso en cuestión de años, si no de meses, al escarnio académico de lo que se había revelado como una falsificación o una copia, desenmascarada por unas pinceladas aplicadas demasiado a la ligera, o por colores juzgados dominantes en exceso, o porque el corte de algún vestido correspondía a una época incongruente.

Aquel artista, Leonardo da Vinci, era como el sol. Era el astro más brillante del cosmos de la historia del arte. Los estudiosos que volaban demasiado cerca de él veían cómo sus libros se convertían de repente en pasto de las llamas, y ellos mismos acababan a menudo devorados por el fuego de la ambición, lo cual no impedía que perseveraran en sus intentos…».

pp. 17-18