10 reflexiones de Eduardo Goldman a propósito de: Como perro que aúlla en la oscuridad

Por Gabriela Guerra Rey*

La culpa al centro

Este diálogo comenzó el año pasado, cuando editorial Huso publicó en España El último chiste del Gran Jacobi, una novela para mí memorable. Unos meses después, en un lugar especial de esa Buenos Aires donde Eduardo habita y escribe, hablamos de muchas cosas, entre ellas “La culpa”, eje central de la historia de ese triángulo amoroso que se desarrolla en la Berlín en guerra. Por entonces me di a la tarea de leer toda la obra “a mano” de Goldman. Es de esos escritores que vale la pena cada línea.

Hoy Editorial Huso nos entrega otra joyita, Como perro que aúlla en la oscuridad, obra de los 2000, publicada en Argentina en 2008, y de una actualidad escalofriante en cualquier momento que la ubiques en la historia de nuestra postrer centuria humana.

Otra vez el autor regresa a la culpa como eje central de su obra:

“El inspector Sergio Bonet debe investigar una ola de crímenes y desapariciones, en apariencia inconexos, que han convulsionado a Buenos Aires. Andrea Silberman, conductora de un noticiero en televisión, es echada del canal cuando menciona un viejo caso no resuelto por la policía. El suicidio de un vengador desata toda la trama. A partir de allí, Bonet estará obligado a desenredar el hilo de la pesquisa, al tiempo que deberá lidiar con la vieja culpa de haber matado injustamente”.

Eduardo —narrador, psicólogo, guionista, dramaturgo y compositor— cree que cuando se escribe sobre la culpa es porque se siente. “Yo siempre pensé que la culpa era una enfermedad. Ahora creo que no, la culpa es algo normal cuando se ajusta a la realidad. Por algo existe, es un sentimiento que nos dice, metimos la pata, algo hice mal, dañé a alguien. Distinta es la culpa neurótica, constante y por cualquier motivo”.

Goldman pareciera querer remediar con sus libros un sentimiento que lo posee, en tanto que piensa la culpa como un fenómeno natural que tiene que ver con uno mismo y para con el otro. Es entonces que esta culpa motiva la reparación, dice.

En este thriller la culpa recae sobre Bonet. El detective disparó contra un joven accidentalmente, y durante todo el recorrido literario trata de defenderse del juicio social y del propio.

Pero la obra es, además, una imputación al poder y la corrupción desatados por las grandes trasnacionales, que llegan a disponer hasta de nuestros órganos y son capaces de convertirnos en sus esclavos.

El final será uno de esos caminos que el arte escoge donde el ser humano como personaje encuentra el único lugar posible de su historia. Tras el sentimiento de devastación que sucede a la lectura de una obra de Goldman, siempre exquisitas, me pregunto si es un hombre que encuentra felicidad en este mundo: “Soy optimista a muy largo plazo. Pesimista a corto y mediano plazos. Así podría definirme. La vas a pasar bien en cien mil años”.

Sobre estos y otros temas hemos conversado desde hace año y medio. Un autor inacabable, inabarcable en toda su complejidad. Un hombre cuyo humor fino permea la construcción poética de un mundo alejado de los ideales, donde nos hallamos en una realidad permisible por absurda que parezca.

Como perro que aúlla… dice muchas cosas. ¿Qué quería decir Eduardo?

EG: Si me detengo a pensarlo, creo que en esta novela se expresan mis preocupaciones acerca de la violencia, la corrupción y, sobre todo, la necesidad humana de contar con una ley presente y equitativa que haga posible la convivencia. Una ley efectiva, clara, justa. Esta inquietud nace en la percepción de que eso es lo que está fallando en la sociedad en que vivo. Bonet se queja de la debilidad de las normas, porque ante la falta de ley, su espíritu transgresor ni siquiera puede rebelarse contra esta.

Creo en una sociedad justa donde la libertad individual esté cimentada en el respeto al semejante, y esto solo puede alcanzarse cuando está regida por una ley que funcione como tal.

 

Después del Jacobi los lectores van a encontrarse otra vez con una novela cuyo eje emocional es la culpa. ¿Por qué lo eliges?

EG: Debo aceptar que la culpa es uno de los ingredientes más significativos de mi personalidad. Me daría culpa no hacerlo. En Como perro que aúlla en la oscuridad, el sentimiento de culpa del inspector Bonet sobreviene por haber matado injustamente. Se justifica en la realidad. En otro de los personajes, Andrea, periodista, la culpa es más bien de fábrica. ¿Tendrá que ver con que ella es judía? Sin duda, aunque de alguna manera se rebela contra esa carga.

Los personajes no nacieron de un repollo, sino de mí mismo; están condenados genéticamente a soportar mis rasgos neuróticos. Me crie en el seno de la cultura judeo cristiana que parece hacer un culto, si no una virtud, del autoreproche. Mea culpa, mea culpa.

Estoy pensando seriamente en hacerme budista.

 

¿Cuáles son las culpas de Eduardo Goldman?

EG: No lo sé. Hablen con mi madre judía. Yo no tengo la culpa.

 

¿Es la novela negra tu género de confort?

Mi confort al escribir lo alcanzo cuando los personajes empiezan a independizarse de mí, y escriben por sí solos la novela mientras yo voy detrás tomando notas. No importa si el género es negro, histórico o una comedia. Eso es un escenario. Para mí lo vital son los personajes, sus conflictos, deseos, contradicciones, frustraciones. Y su fuerza para llevar adelante la historia.

 

Es usual que al escritor de novela negra lo identifiquen con ese género, pero tú has navegado en universos muy disímiles. ¿Cuál prefieres?

EG: No me preocupan los géneros, sino mi efectividad para pintar personajes y la sociedad en que viven. Me importa transmitir algún mensaje al lector. Escribir es comunicarse, es decir algo que uno lleva adentro y lo hace a través de una historia. Si no se tiene nada que decir, no tiene sentido la escritura.

 

¿Por qué es Buenos Aires escenario de estos sucesos? ¿Tiene que ver con la pasión por una ciudad de la cual los porteños tienen este orgullo supremo, o hay más? ¿Siempre vienes a Buenos Aires en tus letras?

EG: No siempre. Adiós héroe americano transcurre en Paraguay. Y gran parte de El último chiste del Gran Jacobi en Alemania. Todo lo demás en Buenos Aires, es cierto. ¿Por qué no? Es la parte del mundo que más conozco. Si tuviera que escribir una historia que ocurriese, no sé, en Bangkok, con lo obsesivo que soy me llevaría años investigar su cultura y diseño arquitectónico antes de empezar escribir. Una cosa más: amo a Buenos Aires, soy lo que soy porque nací ahí.

No eres un hombre con la bandera política en alto en estado puro, pero en tu literatura hay una posición política innegable…

EG: No pongo el centro en eso, sino en los personajes. Si yo escribiera políticamente sonaría a propaganda, algo rígido, no sé qué y sería espantoso. Los personajes van viviendo una situación en donde, sin quererlo muestran una posición política. En el fondo tiene que ver conmigo claro, pero para mí lo más importante es el personaje.

 

¿Qué es terriblemente importante para escribir?

EG: Primero, conocerse a sí mismo: Todo lo que uno siente, saber por qué, por qué a veces nos enojamos, por qué negamos cosas, por qué sufrimos, etcétera. Esto es lo que te permite conocer al otro, en este caso al personaje.

Cuando uno escribe se la pasa autorrevelándose, automostrándose. Uno no es lo que escribe pero es parte de ello. Si uno no sabe lo que siente, no sabe lo que siente el personaje, y sería imposible armar un personaje sin eso. Los grandes escritores de la historia no eran psicólogos.

¿Qué pasa si es un personaje muy alejado de ti, de tus sentires?

EG: No existe eso. Los personajes que yo elijo son personajes queridos, aceptados por mí, aunque sean de lo peor. No hay nada en ellos que no tenga un eco dentro de mí. O sea, yo también tengo cosas terribles adentro mío, y algunas buenas, sin duda. Me identifico con mis villanos, de lo contrario serían personajes vacíos, que carecen de características humanas. No hay monstruos aunque hayan hecho una monstruosidad. No existen los monstruos, existen las personas enfermas, tienen los mismos sentimientos que todos, pero distorsionados.

Eduardo parece un escritor que lo ha logrado todo, pero hay sueños insatisfechos hablando de literatura.

Mis sueños son cinematográficos. Algún día me gustaría ver una película basada en una de mis novelas. A quién no, ¿verdad?

 

*Escritora.