Sylvia de Celso Castro

Una preciosa historia de amor imparable no correspondido y de sus tormentos emocionales.

Por Rafael Martín

Los lectores que aún no conozcan al autor gallego sabrán de inmediato que se encuentran ante algo distinto. Quienes sí se hayan acercado a su obra se sentirán en territorio Celso Castro con solo leer las primeras páginas de ‘sylvia’, su última novela. Y no solo por su personal envoltorio formal fácilmente reconocible (uso exclusivo de minúsculas, abundancia de guiones en lugar de comillas, eliminación del punto al final de párrafo), sino también por esa voz torturada de adolescente que, como si se tratara de una conversación con el lector, va desgranando coloquialmente los motivos de su angustia.
Se trata aquí de la que produce el amor sin límite fijado en un objeto limitado, humano, un amor inmaduro que es un grito exigente, egoísta, surgido de la profunda necesidad infantil de ser amado en exclusividad. De ahí, el tormento de los celos en el que Castro sumirá a su personaje, inmerso ya en la desgarradora desolación de una entrega desnuda de toda dignidad que, además, parece regodearse en ese dolor y en esa carencia.
‘sylvia’ es la cuarta entrega de los ‘Relatos del yo’, la apuesta del escritor gallego por una narrativa desde el interior, y como en los textos anteriores la acción se desarrolla en una Coruña reducida a unos pocos lugares recurrentes, y en una bohemia alcohólica y pastillera en la que se desenvuelve el narrador-orador con sus aspiraciones poéticas. Esas serán las que le pongan en contacto con la que devendrá obsesión: diez años mayor, subdirectora de una revista de poesía y autora de poemas eróticos. Y el natural deslumbramiento inicial se verá potenciado al sentirse inesperadamente correspondido.
La figura consoladora y protectora de la madre (en otras ocasiones fue la abuela) junto a la del padre exigente, distante y definitivamente ausente desde su suicidio, marcan el carácter del siempre innominado narrador que, sumido en el sufrimiento amoroso, busca consuelo rápido en el alcohol y directrices vitales en la filosofía, como los lectores de Castro no podían sino esperar. En ‘el afinador de habitaciones’ se trataba de Nietzsche, de Johann Eckhart, el místico alemán del siglo XIV en ‘astillas’, y de Schopenhauer en ‘entre culebras y extraños’, aquí, es un místico medieval iraní el que le aporta las ideas redentoras, las de la contracción y expansión espirituales.
Y si en las dos primeras entregas, más ricas en personajes y situaciones por su mayor extensión, se cuestionaban las virtudes de la verdad y de su materialización la realidad, en esta última se opta por algo menos drástico, una cierta indefinición final que enriquece el relato expandiéndolo en la mente del lector-interlocutor. Por cierto, se lee-se escucha de un tirón.