Helena Guerrero, protagonista de El color del silencio

Se dice con frecuencia que uno no elige las historias que va a escribir sino al contrario, que son las historias las que lo eligen a uno. En mi experiencia es también así, pero yo lo noto todavía más con los personajes. Muchísimas veces me sucede que no tengo la sensación de estar inventando o construyendo a mi protagonista sino que un buen día aparece en mi mente y, poco a poco, se me va mostrando, va enseñándome quién es, va contándome cosas de su vida y se va estableciendo entre nosotros una relación de amistad o al menos de complicidad. Unas veces acaba siendo una especie de enamoramiento, mientras que en otras ocasiones es como cuando hay un largo retraso en un aeropuerto, trabas conversación con alguien que está en la misma situación y durante unas horas o una noche compartes pensamientos, recuerdos, experiencias, con alguien que es y va a seguir siendo un desconocido pero de quien sabes más que de tus compañeros de trabajo, por ejemplo.

Con los personajes se da también el caso de que unas veces te caen mejor y otras peor, unas se parecen más a ti y otras menos, pero lo importante es que sean auténticos, que sean ellos mismos, que el escritor no los fuerce para que se acomoden a lo que él o ella quiere contar.

Helena Guerrero, mi protagonista de El color del silencio, es una mujer que seguramente en la vida real no me caería demasiado bien: es una mujer dura, bastante egoísta y con mucho miedo a las relaciones, a la cercanía, a abrirse a los demás por temor a que le hagan daño o se aprovechen de ella. Es sincera hasta lo insultante y está convencida de que su gran talento como pintora le da derecho a comportarse como quiera con los demás, sobre todo porque necesita equipararse a sus colegas masculinos a los que se les suele permitir un comportamiento incluso grosero por ser artistas.

Sin embargo, a pesar de todo esto, conforme la vamos conociendo, nos damos cuenta de que también, debajo de esa coraza, tiene grandes cualidades: es muy trabajadora, luchadora, solidaria, muy tierna a veces, cuando cree que se lo puede permitir. Y poco a poco nos vamos enterando de por qué ha elegido abandonar a su familia, incluso a su hijo de tres años; por qué se ha instalado en Australia, el punto más alejado de su país; por qué considera necesario no atarse a nadie. Con todo, el comprender sus motivos no significa que tenga que gustarnos necesariamente, pero, como en la vida, comprender ayuda.

Yo tengo muchos personajes femeninos en mis novelas y con todos me identifico mientras escribo aunque en la realidad probablemente algunas de esas mujeres no serían amigas mías. Helena es uno de mis personajes más viejos, está a punto de cumplir sesenta y ocho años, ha vivido mucho y muy intensamente y, a pesar de su edad, tiene mucho por delante. Cuando la conocemos al principio de la novela está a punto de participar en una terapia psicológica llamada “constelación familiar” a través de la que espera poder dar respuesta a ciertas preguntas enterradas en su pasado, preguntas que le han causado profundas heridas que aún no han terminado de cerrarse. ¿Quién mató a su hermana Alicia en 1969 y por qué? ¿Cómo fue ella misma capaz de mantener una relación amorosa dentro de la familia sin preocuparse del daño que podía causar? ¿Su madre la quiso menos que a sus hermanos? ¿Por qué? ¿Quién fue realmente su padre?

Las respuestas, claro está, se ocultan en el pasado. Y cuando, después de la constelación, recibe un e-mail de su cuñado ofreciéndole algunas pistas, Helena regresa a Madrid y allí encuentra un par de cajas con documentos y fotografías de la historia familiar que su madre guardó para ella. Es entonces cuando tiene que decidir si quiere seguir adelante y enfrentarse con el pasado, o bien volver a negarlo todo y marcharse, huír como ha hecho siempre.

Esta vez, sin embargo, acepta el desafío y, poco a poco la vemos evolucionar conforme va descubriendo cosas que ignoraba, comprendiendo palabras y comportamientos del pasado que ahora entiende que malinterpretó entonces. Helena crece frente a nosotros mientras, a la vez, la vemos actuar en momentos de su juventud y nos identificamos con lo que fue y con lo que está empezando a ser.

No está sola en la novela, evidentemente. Hay otras mujeres también, algunas de su edad, otras mucho más jóvenes, como su nieta Almudena, que está a punto de casarse, y la ayuda en sus pesquisas; conocemos a su madre, Blanca, desde que era aún soltera en los años treinta, y a su hermana Alicia, la que murió asesinada a los veintitantos. Hay también personajes masculinos, tanto en el pasado como en el presente: su padre, Goyo, un hombre fuerte y carismático, franquista convencido; su actual pareja, Carlos, que también la ayuda en su búsqueda y le proporciona el apoyo emocional que necesita; el que fue su cuñado, que agoniza ahora en una clínica de Madrid; el joven hijastro de su hijo, que también, como ella, se dedica al arte.

En El color del silencio se narran muchas cosas, tanto de la familia Guerrero-Santacruz como del devenir de España, es una novela de descubrimiento, de revelaciones, pero una de las cosas que más destaca es que se trata de una novela de personajes, de relaciones entre miembros de una familia en la que, como en tantas, se silencia lo que no conviene, lo que resulta demasiado peligroso comentar. Cada personaje llena esos silencios a su manera y la falta de comunicación abre heridas muy difíciles de cerrar. Es un proceso de recuperación de la memoria, es también una novela criminal en la que la resolución de un asesinato antiguo ayuda a responder preguntas candentes y a liberarse de las sombras, esas sombras que habitan los cuadros de Helena Guerrero y que le han dado fama internacional.

                 Elia Barcelo

PARTICIPA EN EL SORTEO PARA CONSEGUIR 3 EJEMPLARES

 

El color del silencio

Elia Barceló

Resumen

EL PASADO DUERME DETRÁS DE AQUELLA PUERTA QUE NUNCA ABRIMOS …