El límite inferior de Nere Basabe

el-linite-inferior El límite inferior por Miguel Ángel Carmona

Cuando uno elige una historia para contar (excepto en el caso de los iluminados que son elegidos por sus propias historias) lo hace  con absoluta libertad. A la libertad absoluta nos inherente la capacidad o el conocimiento para usarla. A algunos, la libertad los conduce al bloqueo, a la abulia o, simplemente, los lleva a tomar decisiones estúpidas. No es el caso de El límite inferior (Salto de Página, 2015), y eso queda patente en la coherencia del proyecto, hecho novela. Su título es definido en la cita introductoria por Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza prerrepublicana, como el grado al que necesita llegar una fuerza para ser sentida; esto es, el umbral (p. ej. “de dolor”). Si el propio título nos ubica en este umbral y no, pongamos por caso, en el dintel, será porque la intensidad de las emociones contenidas en el texto va a estar racionada, contenida. No debemos, pues, esperar sobrecogimientos ni ataques de júbilo, sino un despliegue sutil de emociones, en ocasiones lejano, como sucedido en algún pequeño escenario al que miramos a través de un catalejo, o como si lo tocáramos a través de un grueso telón de fieltro.

Puestos sobre aviso, es más fácil entender que no encontraremos héroes y villanos, ayudantes ni oponentes, por cuanto no hay un solo conflicto que estructure las tensiones de los personajes y les permita poscionarse en uno de los dos bandos. Negada la contienda tradicional, el habitual entramado de pasiones alimentadas por claros objetivos da lugar a un panorama mucho más disperso, con cualidades orgánicas, en el que cada personaje se plantea a sí mismo sus objetivos, se pone sus propias zancadillas y, en definitiva, crea su conflicto e intenta resolverlo con las herramientas que la autora les proporciona.

Es esta una historia de secundarios —incluso concediendo que alguno de ellos podría haber llegado a estrella de haberle tocado otro argumento— y las historias de secundarios son mis favoritas. Son personajes difíciles de penetrar, aunque no por falta de profundidad, sino porque probablemente, allá en La Solana, donde viven o se encuentran, no están acostumbrados a que nadie se interese por su mundo interior, y seguro que hasta se sorprenderían si supieran que hay gente leyendo sobre sus vidas.

Un narrador omnisciente —que ocasionalmente se cuela en el texto habitando una metadiégesis molesta—, campa a sus anchas por la mente y el cuerpo, por el pasado y el presente de Valeria, Víctor, Briggite y Breogán, y se sirve de su posición privilegiada para hacerlos coincidir en el escenario que es La Solana. Esto ocurre, a veces, sin que lleguen siquiera a verse, creando una red de conexiones frustradas entre los personajes que, sin embargo, se despliega ante los ojos del lector, haciéndole sentirse importante. Otras, el narrador abandona su  omnisciencia y adopta una visión subjetiva, ofreciéndole al lector tan solo aquello que el personaje piensa y percibe, para después cambiar la focalización y saltar a otro personaje, logrando así transiciones que favorecen las escenas de acción.

Hay también en la manera de teorizar sobre el comportamiento de los personajes un tremendo peso racional, que sirve para revelar la profundidad de sus reacciones, de sus miedos, y para contextualizarlos, pero que también lastra el ritmo de la narración y empuja al lector asumir unas conclusiones fabricadas por la autora.

El dominio del lenguaje es impecable, propio de una profesional culta como Basabe. La perfecta sincronía de los aspectos perfectivos e imperfectivos permiten que el relato funcione en presente y que, sin embargo, en constantes prolepsis y analepsis se muestren sus causas y consecuencias. La minuciosidad en la descripción es la de un entrevistador que recoge detalles del entorno para elaborar el perfil de su entrevistado.

Son muchas las referencias e intertextos que yo he creído descubrir a lo largo de las doscientas cuarenta y cuatro páginas que componen la novela. Aunque compartirlas aquí no sirve para hablar de la obra, sino de mis lecturas —porque la manera en que estas se relacionan en la mente de cada uno de nosotros es aleatoria y gratuita, y no tienen mayor misión que la de mantener vivos sus recuerdos—, no me resisto a nombrar de pasada un par de ellas. La primera, que me dio en la frente, fue un relato del mejicano Héctor Manjarrez titulado Fin de Mundo, que trata precisamente de una pareja que viaja a la costa en un desesperado intento de salvar su relación. La segunda, y más importante para mí —para mí que no he leído La otra orilla de Chirbes, claro— es Los tipos duros no bailan, de Norman Mailer. Si El límite inferior es el umbral, Los tipos duros no bailan, sería el dintel. Separan ambas obras varias decapitaciones, litros de whisky, alguna que otra plantación de marihuana y la distancia que hay entre el registro coloquial de Mailer y el formal de Basabe. Comparten escenario de playa tormentosa, una desaparición y un coche como elemento del que emana cierto misterio: todo anecdótico. Pero las une lo mejor de ambas plumas: una sensibilidad y un talento excepcionales para construir metáforas y símiles que, de por sí, autorizan toda la novela: “El viento sacude las palmeras del paseo como si tratara de arrancarles un secreto”, o, “[…] un peñón por el que trepan algunas pocas casas encaladas, como cajas de galletas antiguas dispuestas en las estanterías de un colmado desabastecido” me recuerdan felizmente a símiles mailerianos como “En invierno nos recluíamos en nuestras casas como si perteneciéramos al siglo pasado”, propios de escritores que tienen verdaderamente una visión personal de la realidad y que asumen el riesgo de compartirla con los demás. Son piedras preciosas engastadas en una pieza de orfebrería concebida para lectores que rehuyan la ostentación.

Tengo muchas más apuntadas en mi cuaderno, pero tendrán ustedes que buscarlas en la novela para poder disfrutarlas. Son la clave: el contraste que permite discernir hasta qué punto la autora ha elegido libremente desplegar su historia sobre ese umbral, entorno a ese límite inferior, sin que la contención de su intensidad afecte a la calidad de las emociones. Y lo logra precisamente gracias a esta patente habilidad lírica, atendiendo al consejo que el maestro Carver dio en alguno de sus escritos: “Si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo”.

 

Reseñado por Miguel Ángel Carmona

Miguel Ángel Carmona es escritor y director del Centro de Estudios Literarios Antonio Román Díez
(www.celard.es)

Escrito por Nere Basabe

foto de Nere Basabe

 (Bilbao, 1978) es licenciada en Filosofía y Ciencias Políticas y Doctora en Historia del Pensamiento Político por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado como profesora e investigadora en dicha universidad, así como en la Universidad del País Vasco y en el Instituto de Estudios Políticos de París. Es autora de la novela Clara Venus (Tropo editores,
2008), y sus relatos han sido premiados en diversos certámenes y publicados en diferentes revistas literarias y periódicos. Residió tres años en la Residencia de Estudiantes de Madrid y ha sido becaria de creación en la Fundación Internacional Valparaíso. Imparte talleres de escritura creativa, trabaja como traductora de francés y es colaboradora del diario El País.

[Foto: Isabel Wageman]

Ficha técnica

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  • Precio :17,90€
  • páginas: 254

Durante un fin de semana cuatro personajes coinciden en La Solana, un pequeño pueblo costero del Mediterráneo azotado por la gota fría: Víctor y Valeria, un matrimonio
en crisis que con el pretexto de un viaje de negocios parece haber venido a poner fin a su relación; y Breogán y Brigitte, un artesano y una guía turística varados en este rincón perdido por cuyas callejuelas se cruzan a diario sin llegar a encontrarse.

La primera parte de esta novela —Los vientos— trae intempestivas noticias del exterior; la segunda —Las mareas— remueve lo más profundo de las entrañas de estos cuatro personajes. El temporal, un accidente de automóvil y la misteriosa desaparición de un niño puntúan los vacíos o ausencias de unas vidas envueltas en un aire de inminente tormenta y al borde de algo crucial.

A través de esta intriga intimista con ecos de Chirbes, Gopegui o Houellebecq, El límite inferior rastrea las zonas de sombra de la industria del ocio y el turismo que aupó a España a lo más alto de la fiesta, desde donde ya se divisaba la resaca por venir.

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