Y Seiobo descendió a la Tierra de László Krasznahorkai

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El escritor húngaro László Krasznahorkai acaba de recibir el Premio Man Booker International a toda su trayectoria literaria; una distinción que en sus últimas tres convocatorias correspondió a Alice Munro, Philip Roth y Lydia Davis con los que, a partir de ahora, quizás empiece a compartir popularidad. A ello puede contribuir por estas tierras la reciente publicación de su última novela que viene a sumarse a los otros textos que, de la mano de Acantilado y Adan Kovacsics, su editorial y traductor habituales, nos han permitido acceder a una obra sorprendente y única.

En ‘Y Seiobo descendió a la Tierra’ volvemos a encontrar la atracción del autor por la cultura tradicional japonesa y la marca de fábrica de su inconfundible estilo: un flujo narrativo incontenible que atrapa al lector en un torbellino de palabras y no lo suelta hasta arrojarlo, exhausto y agradecido, al final del párrafo. En ese espacio, que puede abarcar varias páginas de texto, solo podremos contar con la coma como único signo de puntuación e indulgencia. Un estilo familiar para los lectores de Thomas Bernhard, que aquí también encontrarán, aunque menos insistentes, esas cadenciosas repeticiones que confieren a algunos pasajes un aire de letanía o mantra. Kafka también está presente en ciertas inquietantes ambientaciones o en el desarrollo inexorable de la trama; así como Beckett en el solipsismo del narrador o en sus descripciones pormenorizadas y obsesivas.

Teniendo a la creación artística como motivo central de todos ellos, los sucesivos capítulos funcionan perfectamente como relatos cerrados e independientes pero con fuertes conexiones creadas mediante la reiteración de elementos comunes. Así, podremos encontrar al hijo de fray Filippo Lippi realizando una pintura en el taller de Botticelli, cuya autoría será discutida en el futuro por el empeño de aquel en dejar constancia de su arte en la belleza de un rostro. De igual forma, y en otro capítulo, se duda en atribuir a Bellini una pintura veneciana restaurada de la que en realidad solo es responsable de una parte: la cabeza de un Cristo que perturbará profundamente a un observador moderno cuando crea detectar vida tras sus párpados; como la que parece transmitir, para alegría de los monjes, la mirada que se cuela entre los de un Buda recientemente restaurado y reubicado en su templo tras una rigurosa ceremonia.

Esa escrupulosidad en la ejecución de un rito también afecta, en otra de las historias, a un fabricante de máscaras de teatro nō, una de las más notables conjunciones de espiritualidad y sensibilidad en la tradición artística nipona; o a los encargados de la reconstrucción de un santuario sintoísta cuya renovación periódica es obligatoria. Pero también tiene carácter ritual la preparación de unas tablas para su posterior uso en el taller donde trabaja Raffaello de Urbino; y la solemnidad también rodea la creación de iconos rusos como los que contempla casualmente un emigrado húngaro en una exposición en ‘La Pedrera’ barcelonesa, personaje que también quedará impresionado por la severidad de la mirada de un Cristo.

Estos son solo algunos ejemplos de las concomitancias y nexos que entrelazan las historias confiriendo a la novela un sentido litúrgico, ceremonial, y sugiriendo al lector que el texto gravita alrededor de algunas ideas fundamentales: la belleza en el arte como puerta hacia la verdad trascendente; la mirada como atributo para acercarse a la primera pero obstáculo para interiorizar la segunda; o el ritual como proceso incomprensible pero necesario, el sedimento de una sacralidad ya olvidada.

Y para abundar en esa concepción mística del arte, el autor trae a colación estructuras matemáticas que sugieren infinitud, como la sucesión de Fibonacci, presente en diversos procesos naturales y cuyos términos sirven aquí para numerar los capítulos; o los conceptos de autosemejanza y teselación que el narrador de uno de los relatos admira en la arquitectura de la Alhambra. Precisamente aquellos elementos comunes y referidos al proceso creativo (autoría, ritual, renovación, mirada, aislamiento, copia, deslumbramiento), parecen funcionar como teselas con las que construir el todo ilimitado del texto.

Pero para explicar esa transición entre belleza y espiritualidad en la que el observador puede perderse, Krasznahorkai no solo se remite a las representaciones pictóricas de la imaginería religiosa o al teatro tradicional japonés, sino que también acude a las deslumbrantes arquitectura y escultura griegas o a la sublime música de Bach. Aunque especialmente ilustrativo es el capítulo en el que se describe un retiro de artistas durante el que cada uno aportará una muestra de su excelencia. Uno de ellos, silencioso y sombrío mostrará su habilidad creativa ‘desenterrando’ su obra, y mostrando al creador como un buscador de la belleza oculta. Se trata de una concepción platónica reforzada por la presencia de Seiobo, una deidad que considera la belleza terrenal un pálido reflejo de la celestial pureza de la que ella desciende cuando visita la Tierra. Un Cielo aquel “en el que irradia, emana y fluye la forma y de ese modo todo lo colma la nada”, y una materialización de la divina perfección que a veces, solo a veces, nos es dado contemplar.

 

 

 

Reseñado por Rafael Martín

Escrito por László Krasznahorkai

László Krasznahorkai, Gyula (Hungría) 1954, recorrió durante años el país después de estudiar en Budapest y ejerció diversas profesiones en pueblos y ciudades de provincias. Ha publicado, además de Melancolía de la resistencia (Acantilado, 2001), con la que se presentó a los lectores en lengua española, Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (Acantilado, 2005), Guerra y guerra (Acantilado, 2009), Ha llegado Isaías (Acantilado, 2009), Y Seiobo descendió a la Tierra (Acantilado, 2015), Tango satánico (1985), Circunstancias de gracia (1986) y El prisionero de Urga (1992). Varias de sus obras han sido llevadas al cine. En marzo de 2004 recibió del gobierno húngaro el Premio Kossuth, uno de los más prestigiosos de su país, por el conjunto de su obra, y en mayo de 2015, el Man Booker International 2015.

Ficha técnica

Traducción: Adan Kovacsics

Páginas: 464 Precio: 28.00 €

Seiobo, una deidad japonesa que tiene en su jardín un melocotonero que florece cada trescientos años y cuyo fruto da la inmortalidad, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza, por fugaz que sea, revela lo sagrado, que a menudo apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobo explora el Japón que perpetúa algunos rituales desde hace siglos; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona. Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai indaga en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inmanencia.