La isla del padre de Fernando Marías

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¿Qué tienen la relaciones con nuestros progenitores –le preguntaba quien firma esta reseña a Fernando Marías- que las hacen tan irresistibles para quienes escriben y para quienes leemos sobre ellas? Porque no son pocos los escritores que las exploran: Héctor Abdad, Muñoz Molina, Luis Landero, Soledad Puértolas, Giralt Torrente…
En mi caso, más que irresistible –matizó Marías sin vacilación- ha sido algo sobre lo que he tenido que escribir de forma irrenunciable.

    Es precisamente dicha pulsión, catártica y honesta, la virtud más pujante de entre las muchas de esta lectura asimismo irrenunciable. Cuando uno maneja la memoria para narrar siempre corre el riesgo de fabular a favor, pero si además se hurga en la propia biografía la tentación de edulcorar, extirpar o maquillar los hechos –o los que creemos que fueron los hechos- es siempre mayor. Sin duda ha sido la deslumbradora franqueza, la ausencia de escudos tras los que salvaguardarse de las limitaciones que a todos nos atenazan, el coraje para adentrarse en la propia lobreguez, lo más encomiable de este relato. “El reconocimiento de las propias oscuridades es uno de los mayores actos heroicos que puede realizar el ser humano, la máxima proeza moral del aventurero moderno” (pág. 107). Por ahí va la linde.

   La muerte de Leonardo Marías, padre del escritor, puso a éste último contra las cuerdas de la página en blanco, acuciado por la necesidad de reencontrarse letra a letra no sólo con el ser querido que se fue, sino también con los sucesivos o simultáneos yoes que el escritor ha ido siendo a lo largo de varias décadas. La relación con su progenitor, recelosa en la niñez por las prolongadas ausencias del padre marinero, huidiza y frustrante en la adolescencia, dará paso a la paulatina desaparición de lo que Marías denomina en su libro el Miedo Mutuo, así en capitulares, como para dejar constancia del epígrafe que con mayor exactitud definiría el vínculo emocional entre ambos durante buena parte de sus vidas. La distancia suscitada por ese Miedo se irá acortando a medida que ambos cumplan años, hasta que la menguante tensión acabe estancada en un cordial valle afectivo despejado de recriminaciones y culpas, quizás no pródigo en efusiones léxicas, pero elocuente en miradas, actitudes y, sobre todo, en recuerdos compartidos que ejercieron la función de afectuosos puentes levadizos, entre los que se imponen los que rememoran las lejanas excursiones al monte Pagasarri.

   Sólo a veces en la elaboración de un novela se conjugan felizmente las circunstancias endógenas y exógenas que la orientan en la dirección más halagüeña. Confiesa el autor que el haber podido escribir recluido en la casa familiar de Bilbao, alcázar de su infancia feliz, rodeado de muebles, fotografías, cartas y olores familiares supuso un plus propiciatorio, el polvo de hadas que  necesitan ciertas historias para sobrepasar la frontera de lo meramente entrañable y adentrarse en la magia que seduce y contagia.

    Pero La isla del padre es mucho más que un recuerdo-homenaje a un padre fallecido y a las edades de Marías. Ampliando el cambio de visión, se nos revela también el recuerdo-homenaje a las fascinaciones del escritor bilbaíno. Así, por ejemplo, la experiencia del padre como marino mercante reverbera en la experiencia lectora y cinematográfica del hijo. Melville, Conrad, los personajes de El Yang- Tsé en llamas, Edgar Allan Poe, Hitchcock o Corto Maltés, serían algunos de los pobladores de la alborozada fantasía de alguien precozmente consciente de que “cada puerto, cada travesía podría contener una novela” (pág.95).

   Dicho todo lo anterior, las etiquetas de conmovedora y vibrante aplicables a La isla del padre se abaratarían considerablemente de no mediar la escritura excepcional de Marías, su don especial para merodear por la melancolía sin incurrir en resbalones retóricos. Así han debido entenderlo Caballero Bonald, Pere Gimferrer, Manuel Longares, Elena Ramírez y Rosa Regàs, jurado de este estimable Premio Biblioteca Breve 2015.

 

 

Reseñado por LALE GONZÁLEZ-COTTA

lalectorablogger.wordpress.com

Escrito por Fernando Marías


Fernando Marías (Bilbao, 1958) es autor de las novelas La Luz Prodigiosa, Esta noche moriré, Los Fabulosos Hombres Película, El vengador del Rif, La batalla de Matxitxako y La mujer de las alas grises. Con El Niño de los coroneles ganó el premio Nadal 2001. Como guionista de cine, ha escrito El segundo nombre junto a su director, Paco Plaza; y la adaptación de su novela La luz prodigiosa (Miguel Hermoso, 2002), que ha ganado numerosos premios internacionales.

Ficha técnica

Fecha de publicación: 03/03/2015
280 páginas

Cuando era pequeño, su padre recorría los mares del mundo durante largos meses. Un día apareció en la puerta de la casa de Bilbao. El niño no lo conocía. «¿Quién es ese hombre?», preguntó. A mitad de camino entre la memoria y la fantasía, este libro surge a la muerte de Leonardo Marías, cuando su hijo Fernando se deja llevar por la escritura como alternativa al duelo y se adentra sin miedo en cada rincón de sí mismo y de su relación con el inalcanzable personaje que es el padre marino a los ojos del niño, del adolescente, del joven que fue y del hombre que es hoy.

Padre e hijo embarcan rumbo al paisaje de la infancia y sus carencias, a la temprana fascinación por la literatura y el cine; un itinerario poblado por piratas y maleantes, por miedos y leyendas, por la presencia de un héroe misterioso que se convierte en referencia vital.

En la libertad con que va desgranando ese viaje, Fernando Marías encuentra el punto de equilibrio entre la nostalgia y la realización, entre el miedo y la certidumbre. Un homenaje a la literatura y el cine en el que despliega numerosas formas de narrar.