Un par de semanas ago iniciamos una serie sobre los mejores comienzos en literatura. Para entonces ya tenía las galeradas de Que todo sea como nunca fue pero no había comenzado su lectura. Al leer ese primer párrafo de la maravillosa novela de Meyerhoff noté que era diferente, toda una declaración de principios del resto del libro. Más aún proveniente de un niño que acaba de cumplir siete años. Ahora, después de terminarla vuelvo a leerlo y me doy cuenta que es el todo de este libro. Léanlo despacio, por favor:
Mi primer muerto fue un jubilado.
Mucho antes de que un accidente, una enfermedad y la decrepitud hicieran desaparecer a las personas de mi familia que más quería, mucho antes de que tuviera que aceptar que mi propio hermano, mi padre —demasiado joven—, mis abuelos e incluso el perro de la infancia no eran inmortales, y mucho antes de que llegara a mantener un diálogo constante con mis muertos —tan alegre, tan desesperado—, una mañana me topé con un jubilado muerto.
Joachim, ese niño es el autor de esta obra autobiográfica tan singular y conmovedora como la vida, esa vida que nunca fue y sin embargo añora. Viviendo en el centro de un hospital psiquiátrico cuyo padre dirige, Joachim es el menor de tres hermanos para quien la vida se limita a asistir al colegio, confraternizar con los enfermos con mayor o menor grado de locura y contarnos multitud de anécdotas sobre ellos. Entretenida, divertida y brillante… pero que cuando llegamos a la mitad nos preguntamos qué hay de ese primer párrafo.
Es en ese momento cuando la novela gana peso, tenor y valentía forzando a Joachim y a toda su familia a enfrentarse a la realidad del paso del tiempo. A darse cuenta que su familia no puede seguir eternamente viviendo junta ni mucho menos en aquel lugar. Que cada uno tendrá que tomar sus decisiones y que muchas veces estas elecciones son obligadas, dolorosas y de consecuencias, ahora sí, eternas.
Agridulce, llena de esperanza y ternura es una obra conmovedora que todos los que de niños vivimos dentro de una familia que ya no existe apreciaremos aún más.
Meyerhoff escribe fácil, sencillo pero con un contenido que nos cala por dentro reflotando de nuevo esas preguntas que nos hacíamos de niños y que ya ni siquiera nos planteábamos.